Keith Campbell, un biólogo celular del Instituto Roslin de Escocia, tuvo la iniciativa de iniciar experimentos de clonación, a pesar de que clonar un mamífero adulto era prácticamente imposible. Sabía que una vez una célula ha decidido lo que va a ser al crecer (hueso, músculo o nervio) sólo existe lo necesario para elaborar, por ejemplo el hígado o un alveolo de pulmón. El resto de la información genética es silenciada por la naturaleza. Pero Campbell se resistía a aceptarlo.
En febrero de 1995 supo cómo hacer realidad su teoría. Corrió a decírselo a su colega Ian Wilmut. La clave era construir un animal completo, célula por célula. Para ello, habia que inactivar la célula, para que cada gen tuviera el potencial de funcionar. Entusiasmados, los biólogos decidieron experimentar con una oveja.
Tenemos que tener mucho cuidado, le dijo Campell a Wilmut. No le podemos decir a nadie. Guardaron el secreto hasta febrero de 1996, cuando la revista científica Nature, informó al mundo entero de la existencia de Dolly.
Un acontecimiento esperado
A pesar del asombro de científicos, filósofos y políticos, la llegada de Dolly no fue una sorpresa. En la Segunda Guerra Mundial, el doctor Mengele jugueteó con la posibilidad de hacer clones para el ejército nazi. Casi diez años más tarde, en 1952, los biólogos Robert Briggs y Thomas King manipularon células de tepocate hasta obtener sapos.
Pero una cosa era clonar batracios y otra muy diferente, mamíferos. Sin embargo, la ciencia lo logró en los años 1980: fue posible clonar ovejas y vacas con células embrionarias, no de adulto.
Así que cuando el Instituto Roslin anunció la proeza de Dolly, la capacidad de asombro ya estaba agotada. Pero de inmediato surgió la pregunta: ¿si ya se puede clonar al rebaño, cuándo será posible hacer lo mismo con el pastor?
Según la revista Nature, obtener clones humanos de células adultas sería posible en un futuro próximo.
Pero tanto quienes aprueban esta posibilidad o se oponen a ella con vehemencia aseguran unánimamente que jamás podrá haber dos seres humanos idénticos. Talvez superficialmente un clon pueda ser igual a la persona de cuyas células se originó. Sin embargo, sus rasgos fundamentales -personalidad, carácter, inteligenia y talento- serían dramáticamente diferentes.
Esta es la regla, dice el psicólogo de Harvard, Jerome Kagan. Nunca, pero nunca se obtendrá una identidad al cien por ciento, porque los factores del ambiente y la suerte jamás son exactamente iguales.
Estas palabras no sirvieron de mucho consuelo a políticos, filósofos de la ética y otros analistas.
De hecho, al conocerse la historia de Dolly el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ordenó a una comisión especial determinar si el gobierno norteamericano debería prohibir la clonación de humanos, derivado de serias dudas éticas. Esta medida fue adoptada por Inglaterra, Dinamarca, Alemania, Bélgica, los Países Bajos y España.
Buenas intenciones
Mientras creció la preocupación por las implicaciones de Dolly en la biogenética humana, los científicos del Instituto Roslin siguieron las noticias con suma consternación. El de ellos, aseguraron, era un experimento bien intencionado: querían obtener mejor leche para los niños prematuros.
Patrocinados por la empresa PPL Terapéuticos P.L.C. de Edimburgo, los científicos querían producir genéticamente vacas y ovejas cuya leche contuviera proteínas humanas.
Peligros
Desde que se anunció el nacimiento de Dolly, los investigadores de Roslin aseguraron que nadie aplicaría nunca esa tecnología en humanos. Varios científicos salieron al paso también, explicando que ello sería inmoral, ilegal y sin sentido. pero el diario El Guardián de Londres recalcó con razón: Hechos sin sentido, faltos de ética e ilegales ocurren a diario.
A tanto ha llegado la insensatez humana que han tenido que ocurrir catástrofes para poner freno a los inventos autodestructivos. La proliferación de las armas nucleares se ha podido controlar, en parte, porque luego de Hiroshima y Nagasaki, los hombres saben cuán dañinas pueden ser.
La historia de Dolly no fue larga ya que murió sacrificada el 14 de febrero de 2003 ya que padecía de una enfermedad pulmonar incurable. Esto provocó un nuevo debate sobre los peligros sobre la clonación.