ALEPH
La poesía de los desaparecidos
Se levanta ese día como otro cual- quiera, en medio de los ruidos de la casa que habita junto a los suyos. En la cocina hay café caliente, olor a frijoles y pan dulce. Come de prisa y apenas si tiene tiempo de sentarse y compartir un “buenos días” con la madre y los niños de la casa. Va por su mochila, corre a buscar las llaves que ha olvidado en la bolsa del pantalón de ayer, besa efímeramente las mejillas que le salen al paso y se va. Nadie le vuelve a ver nunca más.
Puede llamarse Kimberly y tener 16 años, como la adolescente desaparecida el 1 de agosto de este año en el barrio San Antonio, zona 6 capitalina, por la cual se levantó recientemente la Alerta Alba Keneth. Puede llamarse Daniel Pedro, el maya q’anjoba’al defensor de la vida en Santa Eulalia, Huehuetenango, desaparecido y asesinado en el 2013. Puede llamarse Cristina Siekavizza, desaparecida desde el 2011 y supuestamente asesinada por su esposo, Roberto Barreda. O pueden ser los 45 mil desaparecidos durante la guerra que se vivió en Guatemala de 1960 a 1996, cuyos huesos han ido resurgiendo poco a poco de las entrañas de la tierra.
Según cifras del Sistema de Alerta Alba Keneth, se han activado 2,937 alertas Alba Keneth por niños, niñas y adolescentes desaparecidos durante el primer semestre del 2016, de las cuales solamente se han desactivado 1,896. Eso quiere decir que hay un 35 por ciento de alertas no desactivadas; ello se traduce en mil 41 menores de edad que siguen desaparecidas. ¿En dónde están? ¿En redes de trata? ¿Siguen perdidas porque hay un Estado incapaz de proteger y garantizar los derechos de niños, niñas y adolescentes?
Sucede que, muchas veces, las personas desaparecidas en Guatemala desaparecen dos veces. Una, cuando son borradas físicamente de su entorno, y otra, cuando las olvidamos. No hablo, por supuesto, de sus familias, que no son ni serán capaces de olvidar. Hablo de una sociedad que no puede vivir solo conectada al dolor y sobrevive mejor si no abre tanto los ojos, todo el tiempo. ¿Por eso Guatemala ha dejado de ser poesía? ¿O es que hemos sido poesía de lo oscuro (porque en el infierno también se encuentra belleza) y queremos ya ser poesía como metáfora de la vida? Hay muchos huesos enterrados, muchos fantasmas de aquellos que no volvieron, pero también muchas ganas de reconciliar la muerte y la ausencia con la vida.
Esta semana está sucediendo el 12 Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, que asume un tema indispensable en nuestro país: el de las personas desaparecidas. “No podíamos seguir sin hablar sobre los más de 45 mil desaparecidos que dejó el conflicto armado interno, la ausencia y el dolor es una constante en la sociedad guatemalteca, por eso vimos que la poesía puede ayudar a entender estos procesos desde una visión reconciliadora y sobre todo desde la esperanza”, dicen sus organizadores, entre quienes quiero destacar al poeta Marvin García, un caminante luminoso de la poesía que quiere ser y dejar para Guatemala.
Este festival rescata el tema desde una visión humanitaria y reconciliadora, y su sentido más profundo, a decir de sus pensadores, “ha sido la comunión con el sagrado fuego y su fuerza, herencia que nos dejaron nuestro abuelos y abuelas y que es el centro de nuestro pensamiento y trabajo; por ello hablar de las desapariciones ha sido puesto en nuestro camino y lo aceptamos con mucha responsabilidad pero también con mucho amor”.
Vamos entonces a aparecer a los desaparecidos desde la poesía, porque no hay otra forma de recuperar la vida. Vamos a hacer vestir de poesía los huesos cubiertos de tierra. Que las voces de las y los poetas de Japón, Palestina, España, Uruguay, Colombia, México, Centroamérica y el Caribe hagan de este encuentro un ritual de reconocimiento, abrazo y memoria.
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