Prensa Libre visitó el miércoles en la noche y la madrugada de ayer cuatro lugares en las zonas 1 y 4 capitalinas donde los desamparados conviven en grupos de entre cinco y 20.
Aunque varios de ellos estaban bajo los efectos de alcohol o alguna droga, la mayoría dijo estar enterada de la oleada de muertes que los ha acechado en los últimos meses.
“Son unos desquiciados”, comentó uno de los indigentes respecto de las personas que han atacado a algunos. Reunidos en pequeños grupos, al ser entrevistados afirmaron que no se explican por qué los están atacando.
De hecho, algunos dijeron tener claro quiénes han agredido a otras personas sin hogar.
Varios de los desamparados, y en distintos puntos de la ciudad, aseguraron que se trata de “indigentes que son bastante violentos” y que incluso sería un grupo que frecuenta la Plaza de la Constitución, zona 1.
Los cuatro grupos que fueron visitados coincidieron en que, ante los ataques, han tenido que acuerparse entre sí y mantenerse unidos.
Incluso, algunos que solían dormir en lugares apartados ahora buscan hacerlo en sitios más transitados y donde se sepa que pasa más de algún autopatrulla durante la noche o la madrugada.
Algunos señalaron que están seguros de que el hombre que fue capturado el miércoles recién pasado —identificado por la Policía como Moisés Gutiérrez Guevara— fue quien hace algunos meses los amenazó de muerte.
Relataron que una noche sintieron que alguien los observaba y al despertar, un individuo los insultaba y les gritaba: “Los voy a matar”.
Investigan
La línea de investigación de la Fiscalía de Delitos contra la Vida coincide con los relatos de los desamparados.
El autor de algunas de las muertes podría ser otro indigente, “por los lugares y horas” en que ocurrieron estas, de acuerdo con el fiscal José Olazabal.
Los ataques se han concentrado en las zonas 1, 6 y 9 de la capital, y las víctimas tenían en común que presentaban golpes en la cabeza causados con objetos cortocontundentes. En ninguna escena de los crímenes se han encontrado armas.
Un testigo relató a la Fiscalía que, en el caso del indigente asesinado en la zona 9, entre el martes y miércoles últimos, un hombre llegó al lugar alrededor de las 23 horas del martes y atacó a un sujeto de 55 años —el que murió— y otro de unos 75, quien sobrevivió.
Todo lo que los investigadores tienen en su poder es una almohada con rastros de sangre, una tabla que hacía las veces de cama, una bolsa plástica con bolsas de agua vacías y un frasco de alcohol puro que encontraron en el pantalón del indigente asesinado.
La Policía relacionó el ataque de una mujer, ocurrido en la madrugada del miércoles, en la zona 1, con el de la zona 9, y detuvo a Gutiérrez Guevara.
Semanas atrás, hubo otra víctima en la zona 6, quien tampoco fue identificada, como ha ocurrido con las demás.
Sombras de la noche
La mejor descripción de la situación de los mendigos en la Ciudad de Guatemala la hizo el premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, en su obra El Señor Presidente.
Aunque los hechos narrados ocurrieron a inicios del siglo pasado, la descripción suena familiar.
“La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían.
Ni almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y dormían con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados”, dice el tercer párrafo de la obra.
El último censo de indigentes, efectuado en el 2005 por la Dirección de Desarrollo Social de la Municipalidad de Guatemala, contó 300 personas sin hogar, solo en el Centro Histórico, y según el vocero edil, Carlos Sandoval, está planificado un nuevo conteo, pero aún no hay fecha.
Ninguna otra entidad tiene datos certeros sobre esta población.
Al visitarlos, es notoria la presencia de más hombres que de mujeres, y algunos niños y ancianos. Son los testigos silenciosos de una ciudad que los desconoce pero los escucha respirar.
De California a las calles del país
Víctor Antonio García González fue deportado desde California hace varios años.
Desde entonces vive en las calles de los alrededores del Hospital General San Juan de Dios. “Ya llevo cinco años de vivir en las banquetas que me sirven de colchón; en Guatemala no tengo ningún familiar y cuando me regresaron no tenía a dónde ir. Ya nadie estaba aquí”, dijo.
Cuando vivió en Estados Unidos laboró en construcción en varios estados. California, Idaho y Oregón fueron buenos lugares para vivir y hacerlo dignamente, según recordó.
“Al regresar empecé a buscar trabajo, pero como tengo manchados mis antecedentes nadie quiere emplearme; cuando busco lo primero que me piden son varios documentos, pero imagínese a mí no me alcanza ni para comer, mucho menos para gastar en sacar mis papeles”, lamentó, mientras llamó “desquiciados” a quienes han atacado a los indigentes.
Un hogar entre drogas y limosnas
Marvin Álvarez salió de su casa en San José Pinula debido a su adicción. Aunque solo cuidaba carros en un supermercado y lustraba zapatos, para él “todo iba bien”, hasta que sus padres murieron y él comenzó a consumir drogas.
“Ahora vivo junto a María Herminia. Ella es mi pareja y esperamos un bebé. Estoy muy feliz porque ella vive aquí en la calle conmigo y cuando tengamos a nuestro hijo comenzaré una nueva vida”, afirmó con alguna emoción.
Aseguró que él cuida mucho de su pareja para que nadie le haga daño. “Ella no consume drogas y me hace compañía para poder buscar comida y luego criar a nuestro hijo”, subrayó.
Comentó que lo han querido matar en varias ocasiones porque lo acusan de ladrón, aunque él solo pide comida y dinero, con lo cual algunas veces cenan pan con huevo, los cuales cocinan en la calle “donde nos protegemos y cuidamos para que no nos dañen”.
Marlon mantiene su fe en Dios para salir de “esta mala racha”
Marlon Rosales Granados, de 50 años, vive junto a su hermano mayor, Mynor, 60, desde hace varios meses en la calle.
“Cuando mi hermano se quedó desempleado por una enfermedad, tuvimos que desalojar el cuarto que alquilábamos en la zona 2.
Hemos buscado trabajo, pero por la edad nadie nos da nada formal. Yo limpio las gradas de un edificio, y me dan Q20”, revela.
Asegura que el dinero que le pagan y lo que recaudan por los pequeños trabajos que hace su hermano, les sirve para comer y comprar artículos básicos de aseo personal.
“Lo primero que hago cuando despierto es guardar mis cosas: un par de tenis, cinco camisas, igual número de pantalones, tres pares de calcetines, dos bóxer, cuatro playeras, dos chumpas y dos pares de zapatos, que por cierto cuido mucho porque son muy importantes para caminar por las calles del Centro Histórico y buscar las latas que recolecto para vender”, reveló.
Marlon cree que la “mala racha” que afrontan pasará, porque Dios no los olvida y le permitirá encontrar un empleo para vivir bajo un techo.
“Desde que me gradué de perito en Comunicación en los años ochenta siempre he trabajado en diversos quehaceres… El vivir en la calle es realmente duro, y muchas veces despierto por las noches para asegurarme de que nadie esté acechando para hacernos daño”, puntualizó.
Marlon espera que solo sea “mala racha”
Marlon Rosales Granados, de 50 años, vive junto a su hermano mayor, Mynor, 60, desde hace varios meses en la calle.
“Cuando mi hermano se quedó desempleado por una enfermedad, tuvimos que desalojar el cuarto que alquilábamos en la zona 2. Hemos buscado trabajo, pero por la edad nadie nos da nada formal. Yo limpio las gradas de un edificio, y me dan Q20”, revela.
Asegura que el dinero que le pagan y lo que recaudan por los pequeños trabajos que hace su hermano, les sirve para comer y comprar artículos básicos de aseo personal.
“Lo primero que hago cuando despierto es guardar mis cosas: un par de tenis, cinco camisas, igual número de pantalones, tres pares de calcetines, dos bóxer, cuatro playeras, dos chumpas y dos pares de zapatos, que por cierto cuido mucho porque son muy importantes para caminar por las calles del Centro Histórico y buscar las latas que recolecto para vender”, reveló.
Marlon cree que la “mala racha” que afrontan pasará, porque Dios no los olvida y le permitirá encontrar un empleo para vivir bajo un techo.
“Desde que me gradué de perito en Comunicación en los años ochenta siempre he trabajado en diversos quehaceres… El vivir en la calle es realmente duro, y muchas veces despierto por las noches para asegurarme de que nadie esté acechando para hacernos daño”, puntualizó.