Mundos dormidos en colisión con el concreto de la ciudad y vidas concretas que parecen fantasmas en la rutina del día y la soledad de la noche.
Muertes silenciosas que no dejan de latir, quizá por una esperanza o un instinto de sobrevivencia. Así es la vida de varios indigentes en el país.
Películas con subtítulos de drogas, alcoholismo, exclusión o quizá sólo la histórica pobreza salvaje.
Las calles oscuras de la ciudad de Guatemala respiran en la espera de que las horas se vayan.
Existencias desiertas que a menudo pasan las madrugadas despiertas. Es la esperanza de hallar algo de comer mañana en un tonel, en una bolsa, en un promontorio de basura.
Planetas habitados a tantos años luz de los sueños capitalistas contemporáneos.
Vidas que se conciben y se gestan al calor de un cartón de acera y mallas de acero.
Miradas que desconfían en defensa propia, pero agradecen lo que usted les haga favor de regalarle.
Concurridas esquinas donde una tosca pero efectiva hermandad aflora: aquella que une a los más pobres entre los pobres, y desafía a los corazones compasivos.
En lo que va del año 21 indigentes han sido muertos a golpes e incluso han sufrido vejámenes de índole sexual.