¿Recuerda su primera visita a Tierra Santa?
Hace 20 años. Entonces no iba tanto como guía, sino como miembro de un grupo. Fue un viaje emotivo, porque estar en la tierra donde Nuestro Señor caminó es increíble y cada vez que uno va es inevitable sentir su presencia.
¿Qué lugar le impresionó más?
Belén, Galilea, el Lago de Tiberiades, Cafarnaúm, Jerusalén, el Monte de las Bienaventuranzas
Eso suena igual que el listado del anuncio en la radio.
(Risa) Es que todo es una vivencia especial. A cada persona le impacta más uno o dos sitios: a unos, donde nació Jesús; a otros, donde predicó; a unos más, el Huerto de Getsemaní, donde oró en libertad por última vez.
Hay personas que se ven muy serias, con el rostro un poco duro, pero he visto cuando en una esquina del Santo Sepulcro derraman una lágrima. Allí es imposible no llorar.
¿Le ha tocado consolar?
Más que todo escuchar. Pienso que en esos lugares la gente lo que quiere es hablar con Dios, pero realmente Dios está en todas partes. Sin embargo, en ese momento ellos necesitan desahogarse, sacar lo que llevan guardado, cosas y situaciones que han echado raíces. Si van parejas, pues hablan entre sí, pero cuando van personas solas le toca a uno ayudar. Así como no se puede dejar solo o perdido a un visitante en ningún lugar, tampoco se le puede dejar solo en su necesidad espiritual.
¿Y usted ha llorado en algún sitio?
¡Uh!, en varios. En aquel primer viaje fue algo afortunado porque fuimos al Santo Sepulcro en un día que estaba cerrado, pero encontramos a un sacerdote argentino. Lo supimos porque lo oímos hablando español con su acento. Nos dio el recorrido completo y mientras observaba todo, cuando me di cuenta yo estaba llorando. Es que de todos los lugares santos creo que allí donde sepultaron a Nuestro Señor es lo más importante, no porque estuvo enterrado, sino porque allí resucitó.
En otra ocasión, la experiencia fue en la Basílica de la Anunciación. Me sentí tan cerca de la madre de Nuestro Señor que sin querer ni pensarlo uno llora, de emoción, de admiración, de gratitud.
¿Cómo empezó en esto de los viajes?
Yo soy auditora, graduada de la Usac. Por allá por 1991 el padre Chemita, mi tío, me dijo que necesitaba quien le llevara la contabilidad. Él tenía su agencia de viajes Tierra Santa. Yo le dije que no sabía nada de eso. “Pero puede aprender”, me dijo. Así empecé a hacer de todo: organizar, guiar, coordinar. Nos enseñó a no dejar nada al azar, a cuidar a la gente. Y gracias a él tenemos tantas puertas abiertas en los lugares santos, porque las órdenes religiosas que los cuidan lo querían mucho a él. Cuando hizo el viaje cien hasta le hicieron un homenaje. Esa vez él llevó un mosaico de la Virgen a la Basílica de la Anunciación, en Nazareth, y allí lo tienen.
Lo querían bastante…
Sí, y por eso siempre tenemos misa en el Monte de los Olivos, ya sea en la Basílica de la Agonía y la Capilla de la Gruta del Prendimiento, porque los frailes lo conocieron. Pasamos donde están los ocho olivos que datan del tiempo de Jesús: todos tienen más de dos mil años y es algo especial porque son seres vivos que todavía dan fruto. Eso sí, nos piden que la gente pase con las manos en los bolsillos, para que no corten ni una hoja.
Tierra Santa es un territorio en conflicto, ¿alguna vez lo han percibido?
Hay conflictividad, pero no da miedo. Sí se siente la división. Por ejemplo, cuando uno va al Muro de los Lamentos —que es parte de la antigua muralla de Jerusalén— hay que pasar un detector de metales y un registro estricto. Después uno va a la Mezquita de la Cúpula Dorada y esa parte la tienen los musulmanes: otra revisada. Además, ellos no dejan que usted lleve Biblia ni cadenas con la cruz, le piden que se la quite.
¿Y la Vía Dolorosa?
Es un mercado, con bulla y gente regateando. Hacemos el recorrido de Jesús con la cruz, pero no es un lugar donde sea fácil concentrarse. A las personas que viajan les sugerimos que no les pongan atención a las ventas o a los vendedores. A veces nos maltratan, nos dicen cosas en su idioma y algunas veces nos escupen, pero vamos por fe y les decimos que si así nos tratan, cómo no habrá sufrido Nuestro Señor.
¿Al llegar al Santo Sepulcro hay más paz?
Ni tanto. O hay que buscarla dentro de uno. Al salir uno del mercado se atraviesan las iglesias de los sirios, coptos, ortodoxos, pasa uno varias callecitas hasta caer en la entrada del Santo Sepulcro, es una plaza donde siempre hay mucha gente de todo el mundo, se oyen tantas lenguas. Es un espacio tan pequeño y todos quieren entrar, entonces hay que hacer cola hasta tres y cuatro horas para estar allí solo unos pocos minutos.
A todo esto, ¿cuánto cuesta un viaje a Tierra Santa?
Depende, pero en promedio unos US$8 mil.
¿Ahora que hay nuevo papa aumentó el interés?
Aumentó la emoción de quienes saldrán en el viaje del 14 de mayo. Nos preguntan: “¿Vamos a ver al papa Francisco?” Es probable, porque pasamos en el Vaticano un miércoles, el día de la audiencia general.