LA BUENA NOTICIA
Riquezas vanas
Las sentencias y pronunciamientos de Jesús sobre las riquezas y los ricos fácilmente se pueden instrumentalizar al servicio de intereses ideológicos ajenos a su pensamiento. En la condena que él hace de las riquezas puede haber en alguna ocasión un acento moral: las riquezas son malas, porque se obtuvieron a través de negocios turbios o de la explotación de los trabajadores. Pero no es ese el motivo dominante de su censura. Nunca encontraremos que él critique a los ricos y sus riquezas por razones sociales: jamás dice Jesús que la riqueza es mala porque crea desigualdades y en la sociedad la riqueza debe distribuirse para que todos la tengan por igual o no la tenga ninguno. La razón principal de su censura a las riquezas es estrictamente religiosa. Las riquezas son malas porque fácilmente ocupan el lugar de Dios en el corazón de los hombres; las riquezas son malas porque hacen creer a quien las posee que le dan una seguridad que solo Dios puede dar. Por eso enseña que “la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. La vida depende de Dios.
Detrás de esa declaración late claramente un modo peculiar suyo de entender la vida. Para Jesús, cada persona encuentra consistencia y sentido de vida solo en relación con Dios. Una relación que se establece en esta vida temporal y se mantiene a través de la muerte para alcanzar su plenitud más allá de la muerte. Es una relación de amor, de confianza, que constituye al creyente en hijo de Dios. Dios es la única seguridad frente a la gran amenaza de la muerte. Las riquezas resuelven un sinfín de necesidades y satisfacen innumerables deseos. La riqueza impresiona con el poder que parece irradiar. Pero ese poder es falso, es vano, es ilusorio, porque no resuelve el gran enigma de la muerte ni del sentido de la vida. Uno tiene noticias de ricos famosos que, sin embargo se quejan de llevar una existencia vacía y sin sentido. Quien acumula riquezas pensando que vivirá seguro, se engaña, pues morirá igual que lo hace el más pobre.
' La muerte es la consecuencia del pecado, de la que ninguna riqueza puede redimir.
Mario Alberto Molina
En consecuencia, en vista de que el hombre está llamado a alcanzar la felicidad que solo Dios puede darle, Jesús estima que poner la mira en buscarla por otros medios es una idolatría y un fracaso. De allí su censura tan radical. Por eso mismo, porque la meta de toda persona debe ser alcanzar la vida con Dios, Jesús considera que los males de este mundo como la enfermedad, la pobreza o el hambre en realidad no comprometen el logro del único objetivo válido en la vida: alcanzar a Dios y la vida eterna. Son males que se deben remediar, pero si no se resuelven tampoco afectan el valor de la persona ante Dios ni el logro de su propósito de alcanzar la vida eterna. Jesús curó enfermos, alimentó a hambrientos y dio el mandamiento de ayudar al prójimo en su necesidad, como signo de la esperanza de la vida que solo Dios puede dar.
Esta manera de entender la vida humana resulta cada día más ajena y extraña. Para el hombre de hoy, la muerte es una fatalidad irremediable, pero también una grosería impresentable. Por eso de ella se habla en circunloquios y los cadáveres se arreglan para que parezcan que los difuntos están vivos. De los muertos solo se habla bien y si hay que decir algo en torno a su existencia ulterior, todos pasaron a “mejor vida”, independientemente de la calidad moral de su existencia mortal. Sin embargo, para Jesús la muerte es la consecuencia del pecado, de la que ninguna riqueza puede redimir, sino solo el poder de Dios.