La tendencia actual para muchos es comprarse ropa por internet en cualquier momento o “salir de compras” los fines de semana, dado que algunos precios han llegado a niveles increíblemente bajos.
BBC NEWS MUNDO
El precio de comprar ropa barata: ¿quién paga realmente la cuenta?
Atrás quedó la época en que la gente se compraba ropa cuando recibía el salario una vez al mes o solamente para ocasiones especiales.
Los británicos, por ejemplo, compran cinco veces más prendas de las que adquirían en la década de los 80, dice Dharshini David, reportera de economía de la BBC.
“Está lleno de vestidos por US$10 o bikinis a poco más de US$1”, dijo de lo que puede encontrarse en tiendas locales.
La globalización permite que la ropa sea producida a bajo costo en zonas remotas, lo que trae como resultado precios más bajos y mayor variedad.
Pero ¿cómo es posible? ¿Y cuál es el costo ambiental de nuestros hábitos de consumo?
Una investigación de BBC Radio 4 hizo un recorrido desde España a Etiopía para examinar cómo el planeta y las personas con escasos recursos económicos terminan pagando la cuenta de nuestra imparable sed por la moda, y cómo podríamos evitarlo.
¿Cómo lo hacen?
La presión sobre las marcas para llevar las tendencias de moda desde las pasarelas hasta los clientes comunes y, al mismo tiempo, repartir ganancias entre los inversores, puede llevar a una guerra comercial para conseguir la fuente más barata.
Es un fenómeno que los críticos califican como “perseguir la aguja”.
La difícil situación de algunos trabajadores que fabrican nuestra ropa se hizo aún más evidente en 2014, cuando 1.138 trabajadores de la confección perdieron la vida en el colapso del complejo textil Rana Plaza, en Bangladesh.
La presión para mejorar las condiciones laborales de estas personas fue inmensa, y arrojó resultados.
Algunos grandes minoristas, como H&M y Converse, comenzaron a publicar listas de sus proveedores y, a veces, de subcontratistas (que pueden llegar a miles) en respuesta a las peticiones globales de mayor transparencia.
¿Son cosa del pasado las fábricas de explotación?
Pero también hubo consecuencias imprevistas a partir de los últimos cambios. Como los salarios aumentaron en Bangladesh, muchas compañías se fueron a otros lugares para mantener bajos los costos.
En Etiopía, por ejemplo, los salarios son en promedio un tercio de los que se pagan en Bangladesh. Los salarios de menos de US$7 por semana son muy habituales.
Hablando bajo condición de anonimato, los trabajadores de una fábrica cerca de la ciudad de Adís Abeba dijeron que ese salario era insuficiente para vivir.
También dijeron que las condiciones laborales -desde baños insalubres hasta el abuso verbal- son intolerables.
Esta situación fue denunciada por el grupo activista del Consorcio de Derechos de los Trabajadores. Penélope Kyritsis, quien escribió el informe, dice que a muchas trabajadoras no les pagaban las horas extra y que hay casos de empleadores que le tocan la barriga a las mujeres para saber si están embarazadas.
Kyritsis asegura que ha habido muy poco avance desde que salió el informe hace unos meses.
Para hacer frente a la competencia, el gobierno de Etiopía destaca los bajos costos laborales como si se tratara de una virtud.
Pero Kyritsis argumenta que la industria de la confección de ese país no puede usar la excusa de que, al menos, está proporcionando un medio de vida donde nadie más podría hacerlo.
“Hay una rotación extremadamente alta, con empleados que dejan los trabajos en el gobierno por otros empleos en sectores informales o en la agricultura”, apunta.
Orsola de Castro cofundó el grupo activista Fashion Revolution a raíz del desastre de Rana Plaza. Su organización está alentando a los clientes a hacer preguntas sobre sus marcas favoritas a través de una campaña de tarjetas postales.
“Hay dos grandes conceptos erróneos sobre la sostenibilidad y la ética: uno es que la culpa la tiene la “moda rápida“, y esto permite que el sector del lujo quede libre cuando en realidad es toda la industria de la moda etíope la que debe ser cuestionada”, le dice la BBC.
“Y el otro es que la ropa fabricada localmente es ética y sustentable. No lo es”.
¿Qué pasa con el costo ambiental?
Se afirma que la producción textil contribuye más al cambio climático que la aviación y el transporte marítimo juntos.
Y lo cierto es que hay consecuencias en cada etapa del ciclo de vida de una prenda de vestir: abastecimiento, producción, transporte, venta minorista, uso y eliminación.
Para comenzar con los tejidos básicos que se utilizan en la fabricación de una prenda de vestir, no es tan simple como pensar que el problema es el uso del algodón frente a la tela sintética.
El algodón es un cultivo extraordinariamente necesitado de agua.
Como destacó el Comité de Auditoría Ambiental de la Cámara de los Comunes del Reino Unido en un informe reciente, la fabricación de una sola camisa y un par de jeans puede requerir hasta 20 mil litros de agua.
Llegó a la conclusión de que “sin saberlo, estamos usando el suministro de agua dulce de Asia Central”.
Sin embargo, una camisa de poliéster hecha de plástico virgen tiene una huella de carbono mucho mayor. El transporte de los productos aumenta aún más esa huella y la coloración de las telas puede introducir más contaminantes.
El desprendimiento de fibras microplásticas en las vías fluviales se está convirtiendo en un problema creciente: una sola carga de la lavadora puede liberar cientos de miles de fibras.
Además, un millón de toneladas de ropa se eliminan cada año en Reino Unido, y el 20% de eso termina en un vertedero.
Pero ¿de quién es la responsabilidad de abordar este problema?
¿Qué están haciendo las autoridades?
En Reino Unido, el Comité de Auditoría Ambiental de la Cámara de los Comunes ha hecho 18 recomendaciones sobre el tema: desde gravar con un centavo el precio de un producto para financiar centros de reciclaje, o reducir la tasa de Impuesto al Valor Agregado (IVA) en los servicios de reparación de ropa, hasta dar más lecciones de costura en las escuelas.
Hasta el momento, ninguna de estas medidas ha sido puesta en marcha.
Los críticos dicen que si nos tomamos en serio la moda sostenible, el objetivo de la política debería ser persuadirnos de comprar menos. Eso podría necesitar una acción más drástica, tal vez con un impuesto ambiental sobre la ropa.
Pero dado el frágil estado del retail y la importancia del gasto del consumidor para la economía, es difícil imaginar a un político haciendo esa propuesta.
¿Cuánto está ganando realmente la industria?
A medida que aumenta la presión de los consumidores, algunos minoristas están tratando de hacer frente a este desafío.
Justo en las afueras de la ciudad costera española de A Coruña se encuentra la sede mundial de Inditex. No es un nombre familiar para todos, pero seguro que su principal marca de moda, Zara, lo es.
Lo que comenzó como un pequeño negocio de fabricación textil, es ahora uno de los minoristas más grandes del planeta. Además, Zara cambió la forma en que compramos, al llevar la moda de la pasarela a la calle en solo tres semanas y a precios asequibles.
La cadena se comprometió recientemente a usar telas 100% sostenibles para el año 2025. Por supuesto, no es solo Inditex: son muchas otras las empresas que buscan mejorar sus procesos de fabricación y la forma en que se abastecen.
¿Una técnica de lavado de imagen? Bueno, algunos grandes minoristas al menos parecen estar involucrados en el tema y tomando medidas. Pero en el corazón de su modelo de negocio está “la novedad“, la idea de convencernos de seguir comprando.
¿Es responsabilidad de las empresas convencernos de comprar menos?
Pablo Isla, de Zara, argumenta que no, que el minorista simplemente responde a los deseos de los consumidores y que esos clientes deben tener la libertad de elección.
¿Qué pasa con los clientes?
Con las protestas contra el cambio climático que ocurren fuera de sus ventanas, los diseñadores emergentes de la universidad London College of Fashion dicen que ellos se suman a las “huelgas de la moda”, prometiendo no gastar dinero durante varios meses o incluso un año.
Dicha acción está creciendo en popularidad, y hay un enfoque cada vez mayor centrado en comprar mejor ropa y en arreglar las prendas rotas.
Uno de los diseñadores, por ejemplo, está haciendo ropa con la multitud de carpas que se usan en tantos festivales de música.
Pero puede que no sea suficiente. A medida que la popularidad de las personas influyentes en las redes sociales se ha disparado, también lo han hecho las preocupaciones sobre el impacto que pueden tener en nuestra actitud hacia las compras.
Uno de cada seis influencers admite no volver a usar una prenda de vestir después de mostrarla una vez en redes sociales.
La activista y ecologista Livia Firth ha estado haciendo apariciones en alfombras rojas junto a su esposo Colin para exhibir telas sostenibles, incluyendo bolsos de cuero de piel de pescado.
Incluso lo persuadió para que usara un esmoquin hecho con botellas recicladas. Ella dice que los influencers necesitan cambiar su enfoque, diciendo que “si Kim Kardashian fuera a promover la moda sostenible, yo podría jubilarme”.
Ella compara nuestra relación con la moda con una adicción. Y dado que se pronostica un aumento de la demanda de ropa equivalente a 500.000 millones de camisetas en la próxima década, ella podría tener razón.
Pero lo cierto es que aún nadie ha encontrado la solución.