En Las Vegas, los dos rivales se batieron por hora y media en un tenso duelo, ubicándose en los opuestos del espectro político en todos los asuntos, desde la Corte Suprema a las armas, pasando por el aborto, Rusia, la economía, los impuestos, la política exterior y la inmigración.
Trump empezó el tercer debate enderezando los tropiezos de sus dos primeros encuentros. Su confirmación a la base conservadora sobre su posición acerca del aborto, las armas y la inmigración no le ayudará a atraer nuevos votantes, pero su disciplina daba señales de una mejor preparación.
Pero esos esfuerzos se fueron por la borda al mostrarse renuente a comprometerse a reconocer el resultado de la elección presidencial, en contradicción incluso con su compañero de fórmula Mike Pence.
“Veré eso en el momento oportuno”, dijo Trump, deseoso de mantener el “suspenso” a riesgo de levantar dudas sobre la legitimidad del proceso electoral estadounidense. Ya en julio de 2015 se había negado a comprometer su apoyo al eventual ganador de las primarias republicanas.
Aunque autoridades y expertos dudan de la posibilidad de un fraude masivo de votos en el descentralizado sistema electoral estadounidense, Trump observa un “sistema manipulado por los donantes” de Clinton, a quien tacha como una política corrupta y deshonesta.
“Es perturbador”, respondió inmediatamente Clinton. “Está denigrando y rebajando nuestra democracia”, afirmó la exsecretaria de Estado de 68 años.
Más metódico al inicio del duelo, Trump volvió rápidamente a sus bravuconadas, expresando irritación al ser criticado y desechando las acusaciones de un torrente de mujeres que afirman que el millonario de 70 años las besó o manoseó a la fuerza, hace una o más décadas.
Exaspera a republicanos
Con la negativa a aceptar los resultados del próximo 8 de noviembre, Trump creó un dolor de cabeza para todos los republicanos que optan a la reelección, a los que se preguntará una y otra vez si defienden o rechazan a su candidato.
Fue un momento demoledor, pese a que podría haberse visto venir. Ante su caída en los sondeos, Trump ha alternado acusaciones sin pruebas contra unos medios corruptos, fraude en las urnas y miembros del gobierno que intentan proteger a Hillary Clinton.
Esa retórica ha exasperado a un partido republicano ya dividido por la candidatura y temeroso de su futuro. Antes del debate, el compañero de fórmula de Trump, su directora de campaña y su hija habían dicho que aceptaría los resultados de los comicios. Los esfuerzos del magnate por despertar dudas sobre el resultado provocaron una condena del presidente, Barack Obama, que los describió como “sin precedentes”.
delegados necesita un aspirante presidencial para ser el próximo presidente de Estados Unidos.
Pero bajo los focos y en horario de máxima audiencia, Trump demostró que no cederá ante las críticas ni las convenciones de ningún bando. Como ha hecho durante toda la campaña, optó por canalizar la charla imprecisa y la frustración de los americanos desarraigados, sin importar las consecuencias.
Otros republicanos no tardaron en criticar sus palabras.
“Debería haber dicho que aceptaría los resultados de las elecciones. No hay otra opción a menos que estemos de nuevo en un recuento”, tuiteó la comentarista conservadora Laura Ingraham.
Salvo una implosión imprevista, Clinton llegó al debate encaminada a conseguir los 270 votos electorales necesarios para ganar, y no sólo esos. Trump necesitaba una actuación que estabilizara su campaña, si no por sus propias opciones, por el bien de su partido.
En las últimas semanas, las carreras por escaños del Senado en Nevada, Florida, New Hampshire y Missouri parecen haberse ajustado. Parlamentarios republicanos en Pennsylvania y North Carolina luchan por sus carreras en estados en los que Clinton parece estar sacando ventaja.
Aprovechará nueva pifia
La actitud retadora difícilmente le ayude a cerrar la brecha en las encuestas. Antes del debate, Trump marchaba 6,5 puntos por detrás de Clinton, según un promedio de sondeos nacionales del sitio web Real Clear Politics, que también lo coloca en la retaguardia en la mayoría de estados claves de la elección.
La dupla presidencial, poderosa arma de la campaña de Clinton, tendrá el escenario este jueves para aprovechar este paso en falso del republicano.
Barack Obama, que llamó el martes a Trump que “pare de quejarse”, hará campaña en Miami, mientras que su esposa Michelle se presentará en el estado conservador de Arizona, objetivo de los demócratas más optimistas.
El dardo de Trump contra la confianza en el proceso electoral, pilar de dos siglos de democracia estadounidense, solo podrá dificultar aún más su relación con la dirigencia republicana.
El jefe del partido, Reince Priebus, contradijo a su candidato en el canal MSNBC. Con la Casa Blanca ya prácticamente perdida, una angustia se cuela entre el estado mayor republicano: perder el control del Congreso, en juego en las legislativas que tendrán lugar el mismo día que las presidenciales.
“Hillary Clinton muy probablemente ganará la elección, pero la pregunta es cuál será el efecto en los candidatos republicanos al Senado, la Cámara de Representantes y otros cargos”, dijo a la AFP Robert Erikson, politólogo de la universidad de Columbia.
“Los republicanos están muy temerosos por lo que Trump vaya a hacer las próximas tres semanas”, subrayó este experto.
Antes de partir de Las Vegas, Hillary y Bill Clinton fueron saludados por una multitud de 5.000 personas reunidas al aire libre.
A bordo de su avión que la llevó a Nueva York, Clinton criticó los esfuerzos de su adversario para “culpar a otro por su campaña”.
Trump se dirigió a Ohio, estado clave en las presidenciales, donde seguirá en campaña este jueves.
Tras un agrio último debate, los dos candidatos se verán nuevamente las caras este jueves en la cena de caridad Alfred Smith en Nueva York, una tradición en la que los aspirantes a la Casa Blanca deberán lanzarse bromas unos a otros en un ambiente distendido.