VENTANA
El maestro David Ordóñez
El miércoles 19 de octubre tuve el enorme gusto de asistir a la exposición-homenaje Abrazos de hilos y pigmentos de mi querido amigo, el maestro David Ordóñez Lacayo, en el museo Ixchel. Sentí que su creatividad deviene de esta poderosa metáfora de Miguel Ángel Asturias: “Cantar en medio de un mundo de imágenes que ya de por sí son inigualables. Sólo iguales a ellas mismas. Guatemala es sólo igual a ella misma”. Las obras de David son imágenes únicas, vitales, que describen a la gente, al paisaje y se remontan al origen de Guatemala. El gran salón estaba vestido de fiesta, lleno de gente. Su obra es tan diversa. Sus pinturas, sus caballitos de madera y ahora sus esculturas talladas en piedra, como la magnífica Nan Xocomil. Las rocas provienen de los derrumbes de las montañas de la cuenca del Lago de Atitlán. “Yo no tenía idea”, me dijo, “que las piedras eran tan duras. Para tallarlas se necesita herramienta especial. Se vuelve un proyecto de equipo. Trabajo en la Escuela-Taller de Escultura en Piedra, en Sta. Catarina Palopó, dirigida por Pedro Canibell”.
En serio y en broma le pedí a David su “hoja de vida”. Se rio con humildad. Me dijo: “Tengo un doctorado honoris con causa en paseos por Guatemala. Recolecto nutrientes culturales donde la vida vibra en hilos de color que después bordo sobre lienzos a puro pincel”. David conoce Guatemala. La siente. La ama. Valora sus magníficos tesoros. Entre ellos, los tejidos que nacen en el telar de cintura de las manos de niñas, mujeres y abuelas portadoras de la milenaria cultura maya. Desde muy joven, David atesoró incontables imágenes que inspiraron su arte. Diseñó y montó la primera exposición de tejidos en el Parque de la Industria, en 1974. David fue uno de los fundadores del Museo Ixchel, en 1977. ¡Hace casi 40 años! Desde entonces colabora en esta institución que ha propiciado la preservación, la investigación, la educación sobre nuestro patrimonio cultural que, sin duda, es vital para los guatemaltecos y la humanidad. “Honor a quien honor merece”, cantó el Clarinero.
Esa noche del pasado 19 de octubre sentí a Guatemala. Principié con el mural espectacular inspirado en Santiago Atitlán, 1984. Luego San Cristóbal Totonicapán, 1990. Chichicastenango Cofrades, 2000. San Andrés Xecul, 2002… De pronto aparecieron ¡cuadros blancos! Como cuando salta un silencio imprevisto en una nutrida conversación. “Esas pinturas blancas son güipiles que se desnudaron del poder del color para dejar ver su esencia, la fuerza del diseño, la composición matemática, geométrica de sus potentes símbolos”, expresó David. Los espejos convexos incrustados en el centro de estos cuadros blancos tienen el propósito de incluirnos en el contexto. Fue desde allí que aprecié los caballitos de madera, “tallados a machete limpio”, como dice el artista. Caminé hacia ellos. Son garbosos, imaginé sus pasos. “Mis caballos pasean por un mágico sincretismo. Fusionan los elementos culturales de nuestras tradiciones fundadoras de la Guatemala de hoy”.
Si me preguntan qué es lo extraordinario de su novedosa exposición, respondo: sus portentosos acrílicos sobre tela, sus increíbles ¡“Tanates! Son los envoltorios mágicos que guardan desde mazorcas de maíz hasta las fuerzas poderosas del universo sagrado. “Los Tanates, mashtates, matatíos, son los nombres de los bultos viajeros del pueblo. Allí van ocultos los sentimientos, las ilusiones, las alegrías, el dolor y sobre todo los recuerdos”, concluyó David. ¿Qué más puedo decir? Simplemente la frase de Lao Tsé: “La mejor manera de hacer, es ser.” La exposición termina el 3 de noviembre.