“Ya he creado 23. Ahora estoy trabajando en el número 24. Será un robot que podrá tener usos en agricultura”, le cuenta a BBC Mundo.
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Esteban Quispe, el genio boliviano que fabrica robots con desechos
Esteban Quispe tan solo tiene 18 años, pero lleva fabricando robots desde que tenía apenas 8.
Lo dice seguro, confiado. El entusiasmo se percibe en su voz. Y no es para menos: su nombre está comenzando a sonar con fuerza dentro y fuera de las fronteras de su país, Bolivia.
Desde su pequeño taller en un pueblo del municipio de Patacamaya, al sureste de La Paz, Esteban da vida a sus creaciones.
“Mi taller es un simple cuarto, aunque ahora lo he ido mejorando. Desde allí investigo cada componente y voy haciendo los circuitos. Ya le puse el suelo de cemento. También soy albañil, entre otras muchas cosas”, explica.
Si hay algo que define a Esteban son sus ansias por inventar y construir cosas nuevas.
Y ese “talento innato”, como él mismo lo define, para comprender el “complicado idioma de la tecnología” le está llevando muy lejos.
Repercusión internacional
Ya ha participado en varios programas televisivos y protagonizado artículos de la prensa internacional. Y en su página de Facebook se acumulan elogios y comentarios de sus miles de seguidores.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) le invitó en octubre al evento global que desarrolla anualmente en Washington, EE.UU., Demand Solutions (Ideas para mejorar vidas), para compartir sus creaciones y entusiasmo con el resto del mundo.
Y el Ministerio de Educación de Bolivia le premió con una beca completa de estudios universitarios “en la carrera que él elija”. Pero Esteban dice que decidió cederla para el disfrute de otro estudiante.
“En total recibí cinco becas”, dice Esteban. Y, al final, eligió estudiar Ingeniería Mecatrónica en la a Universidad Católica Boliviana San Pablo. Completó el primer trimestre, pero poco después abandonó sus estudios universitarios.
“Hice una suspensión indeterminada para luego retornar. No creo que sea tan necesaria la universidad, pero quiero volver lo antes posible porque necesito el título”, admite el joven.
Pero primero, sostiene, debe completar su servicio militar. “Entonces retomaré la universidad”, asegura.
Mientras tanto, sigue trabajando en su pequeño obrador, creando ingeniosas máquinas que no solo le están aportando ingresos, sino también una fama que no esperaba y con la que parece sentirse muy cómodo.
“Hacerme famoso no era mi objetivo, pero sí uno de mis sueños”, confiesa.
Tecnología para “cambiar el mundo”
Su proyecto más conocido hasta el momento tiene nombre de película.
Se trata de Wall-E, una tierna máquina que en la cinta de Disney arregla el desorden que causó la humanidad, y en el mundo de Quispe nace de la propia basura para recordarnos una lección: la creatividad no tiene límites.
Pero ¿qué le inspiró a usar material reciclado?
“No fue porque yo quería. Fue una necesidad. Si hubiera tenido dinero habría utilizado materiales nuevos. Pero no lo tenía, así que empecé a buscar soluciones”.
“Aquí en el botadero la gente siempre deja todo tipo de cosas”, asegura Esteban.
El cuerpo de Wall-E está hecho con planchas de lata, hierro y otros metales y “todo tipo de aparatos electrónicos, desde computadoras, hasta impresoras, teléfonos fijos y celulares”.
El joven está feliz con todo lo que ha “aprendido” su máquina en este tiempo y dice que ya ha recolectado dos millones de datos.
“Hace su propio mapa de los campos y puede empezar a circular mediante sensores. Cada byte se almacena en una matriz”, explica.
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Tardó un año en construirlo, pero hoy está trabajando en una nueva versión con materiales nuevos con una tecnología de repetición para reformular y renovar su sistema interno.
“Como va aprendiendo mucho, termina su ciclo y vuelve a empezar a aprender. Lo hice por diversión”.
Grandes aspiraciones
Pero las aspiraciones de Esteban Quispe van mucho más allá del entretenimiento personal.
Hoy día, además de fabricar robots, se dedica a enseñar a otros a comprender cómo funciona la informática.
Aprendió de forma autodidacta, poniendo nombres a los componentes con palabras que, en su Bolivia rural, le resultaban familiares – arvejas, lentejas o quinoa- “según la forma de cada uno”.
“Me electrocuté unas cuantas veces”, recuerda, dejando escapar una risa.
Hoy, siendo apenas un adolescente, ya es tutor robótico de varios estudiantes que trabajan con él para aprender de su talento.
“La tecnología está escrita en un idioma complicado. Muchas personas no lo entienden. Yo lo hago simple para que chicos la entiendan”, dice Esteban.
Además de la enseñanza, entre sus proyectos de futuro también está la política. Y cuenta que incluso le gustaría, algún día, optar a la presidencia de su país.
“Me gustaría aportar a mi comunidad con tecnologías verdes y llegar a las zonas rurales donde no alcanza la energía. Con eso cambiamos el mundo”, explica.
“Gracias a la corriente inalámbrica, las áreas rurales tendrán acceso a telefonía y a internet”.
Esteban dice que no le gusta escribir, ni tampoco leer; almacena todas sus ideas en la cabeza y quiere trabajar en su proyecto con calma, utilizando la tecnología y su capacidad intelectual “para colaborar, y no para destruir”.
“Cada persona nace con una capacidad”, dice convencido.
“Cada uno tiene talentos distintos. Puede ser robótica, como es mi caso. O puede ser astronomía, biología, cocina… Cualquier cosa. Los jóvenes tienen que descubrir qué es lo que les gusta y usar su talento para ayudar a la comunidad”.