Medio siglo habituados a esa dinámica, cuando enfermó en julio de 2006 y cedió el mando a su hermano Raúl los cubanos de golpe echaron de menos la omnipresencia verbal de Fidel, o se sintieron aliviados.
Dotado de una memoria privilegiada, en sus kilométricos discursos igual hablaba de los problemas mundiales como de las bondades de las ollas arroceras chinas, repasaba la historia de Cuba e invariablemente despotricaba contra su eterno enemigo, Estados Unidos (con el que su hermano Raúl logró una reconciliación en diciembre de 2014).
La población cubana se acostumbró a escuchar sus intervenciones con un oído en el discurso y la atención en sus quehaceres. Fueron muchas las veces en que la telenovela de la noche, sagrada para los cubanos, se retrasó o canceló, porque el Comandante en Jefe no paraba de hablar.
Ya en su alegato para defenderse en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953, “La historia me absolverá”, mostró cuán consciente era del poder de las palabras.
Apenas unos días después de triunfar la revolución, en enero de 1959, habló sin tregua siete horas por televisión; y el 26 de septiembre de 1960 pronunció un discurso de cuatro horas y 29 minutos en su primera alocución en las Naciones Unidas, inscrito en el libro de récords Guinness.
A diferencia de su hermano Raúl, Fidel daba pocos discursos leídos y cuando lo hacía se salía siempre del texto para reforzar o explicar una idea, saltando de un tema a otro, para luego retomar el hilo. Terminaba siempre con su “¡Patria o muerte, venceremos!”
Incluso en su vejez resistía hablando interminablemente, como el 17 de noviembre de 2005, cuando estuvo de pie seis horas en el estrado del Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Tras enfermar de gravedad en 2006 dejó los micrófonos. Amante de las letras y autodeclarado periodista frustrado, irrumpió en marzo de 2007 como escritor de artículos de prensa, llegando a publicar más de 400 bajo el cintillo de “Reflexiones del Compañero Fidel”.