SIN FRONTERAS
La identidad que no tenemos
Quiero empezar haciéndole una pre- gunta: Para usted, ¿qué ideal simboliza el ser guatemalteco? Bueno, perdóneme. Quizá una pregunta complicada para el inicio de una lectura. Trataré de facilitarle un poco la vida. Dígame ¿qué personajes han recogido en su humanidad la esencia de lo que nosotros, Guatemala, somos como pueblo? Si aún no le vienen a mente varios nombres, simplificaré aún más la tarea. Dígame un nombre. Uno. Piense por un momento en qué persona a lo largo de nuestra historia nos ha simbolizado. Ahora, si usted, al igual que yo, ha reprobado este examen, lo invito a reflexionar sobre cómo se traduce en nuestras vidas la carencia de ideales colectivos que guíen nuestro rumbo. Ese ideal y ese simbolismo humano que otras naciones sí tienen, y por las cuales están dispuestas a luchar, a sacrificarse, e incluso a rendir por ellas el último sacrificio de la vida.
Identidad. Hoy pienso en la identidad de los pueblos. En eso que funde a las personas con su nación. Y para ello usaré la figura de Fidel, sí. Pero antes le anticipo que este no es un artículo que defienda ni ataque a su régimen. No me corresponde, y además, seguramente usted ya formó su opinión. No se trata de eso. Se trata más bien de reflexionar sobre algo que he notado en las imágenes de millares de cubanos rindiendo homenaje póstumo a su líder caído por la edad. Algo que deja un mensaje interesante. Fidel: héroe o tirano, el eterno debate. Pero aún si de momento tomara el lado de sus detractores, intriga comprender cómo las multitudes, después de su muerte, optan por rendirle homenaje. A estar presentes. Al verlos, creo que quienes ahí desfilan están diciendo algo. Y es algo que nos dicen a usted y a mí.
En el mundo bipolar de la guerra fría, Estados Unidos ejerció decididamente su poder en los países latinoamericanos. Los cubanos respaldaron a su líder defendiéndolo de los embates encabezados por la agencia de inteligencia norteamericana. Se aferraron a una fuerte identidad de pueblo. En cambio, en Guatemala, en la misma época, el derrocamiento de un gobierno democráticamente electo, por parte de la CIA, es celebrado por sectores, aún hoy, después de que se hizo pública la forma de la intervención. Esto, según algunos celebran, nos habría alejado de gobiernos con orientación social. Pero a cambio, se afianzó el sentimiento de que aquí hace falta la identidad de pueblo, un saber qué somos, quiénes somos, un ente cohesionador, un ideal que nos lleve a actuar con dignidad. Esa dignidad que busco y no encuentro en nuestro actuar como nación.
Esta semana, una noticia desde Arizona captó profundamente mi atención. Raquel Calderón, una migrante indocumentada guatemalteca, murió adentro de una cárcel para migrantes. Tenía 36 años de edad. Esta cárcel ha sido denunciada por grupos humanitarios de someter a los reclusos en condiciones inhumanas. Se reporta que allí, desde 2014, 15 migrantes recluidos han fallecido. El sistema de encarcelamiento en Estados Unidos para migrantes indocumentados es privado; es decir, es negocio. Así es. Detrás de las políticas migratorias existe un lucroso y jugoso negocio. ¿Qué personas? Nuestros paisanos. Pero ante esas noticias, la dignidad nacional no se activa. No se motiva la indignación ni se exige explicación a las autoridades.
Busco sin éxito las iniciativas nacionales que trabajen por crear la identidad. Una que cohesione a todos los grupos, y que no discrimine a los oprimidos. Una identidad del pueblo que somos y que nos haga sentir orgullosos. Algo que nos detenga de salir huyendo. Algo más que el simple emprendimiento individual. Una razón de nación. Si usted la ha encontrado, por favor, dígame cuál es, porque yo la sigo buscando.
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