Según Vidal, de momento las impresoras 3D han entrado en las cocinas de grandes restaurantes y servicios de comida, pero en un futuro próximo aspiran a convertirse en un electrodoméstico más con fines gastronómicos.
“Con esta nueva herramienta puedes diseñar elementos, volúmenes y texturas para dar una vuelta más a las diferentes propuestas y los platos que hacen grandes restauradores”, asegura Vidal.
En un estudio realizado en octubre, la consultora Gartner auguraba que en 2016 se venderían más de 455 mil unidades de impresoras 3D, una cifra que de cara al 2020 se incrementará, según los cálculos de la consultora, hasta exceder los 6,7 millones de unidades.
Aunque todavía no están implantadas entre el consumidor final, Vidal ve ventajas en el caso de alergias e intolerancias alimentarias.
“Cuando haya algo que se tenga que controlar mucho, como puede ser una alergia alimentaria o una intolerancia al gluten, puede ser útil. Puede ayudar a esquivar algún nutriente”, afirma el nutricionista.
Varias empresas se han interesado por la impresión 3D de comida. Una es Natural Machines, empresa emergente con sede en Barcelona que comercializa la Foodini, una máquina que funciona con cápsulas e imprime una gran variedad de alimentos, tanto dulces como salados.
En el extranjero, otras compañías también se han lanzado a trabajar esta técnica, como la estadounidense 3D Systems, que ha ideado la Chefjet y la Chefjet Pro y ha impulsado el 3D Culinary Lab para estimular la innovación gastronómica; la canadiense ORD Solutions, que ha impulsado la RoVaPaste Hybrid Food 3D Printer; o la también estadounidense Systems and Materials Research, que prepara un modelo que pueda nutrir de manera sana a los astronautas.
Vidal lamenta que, aunque pueda ser útil para determinados grupos de personas, por el momento esta tecnología “no es accesible para todos” entre otras cosas por su precio, “que supera en muchos casos los US$1 mil.
Por ello, hasta ahora solo se han introducido en la restauración y principalmente en establecimientos innovadores y de cierto nivel.
La mayoría de impresoras 3D de comida funcionan de manera similar a una manga pastelera: van añadiendo capas y capas de comida y es habitual que se empleen con ingredientes cremosos y no duros, como chocolate, crema de queso, pasta, helado, mermelada, mostaza o crema de cacahuete.
Vidal puntualiza que todavía no se puede imprimir con todo tipo de ingredientes. “Este es un reto que tiene todavía la industria, junto con la introducción de la cocción, ya que la mayoría de máquinas no cuecen y se necesita terminar el plato en el horno, en la sartén o en la olla”, indicó.
Para imprimir una pizza o un pastel, hay que proveer la máquina de la materia prima, programarla y esperar a que prepare el plato, un proceso que puede tardar desde sólo cinco minutos hasta veinte o treinta, dependiendo de la receta y la dificultad.
En muchos casos, las impresoras 3D se emplean y tienen éxito en la repostería porque, según indica Vidal, “la pastelería siempre es muy exacta. En esta necesidad, también veo un sentido. Ahora bien, imprimirte la cena, no lo veo”.