Alma es una joven indígena que llega como sirvienta a la casa de un antiguo militar condenado por el genocidio de las comunidades indígenas, una sentencia que después es anulada.
Pronto en los oídos del viejo militar empiezan a resonar los ecos de las voces de los indios a los que masacró y un enigmático fantasma empieza a vagar por su casa exigiendo venganza, mientras en la calle una multitud le grita “asesino”.
Bustamante (Guatemala, 1977) explica que su película mezcla varias historias, como las matanzas durante la guerra civil (1960-1996) en su país o el caso del expresidente Efraín Ríos Montt, condenado por genocidio y después salvado por la anulación de la sentencia.
Pero también los crímenes contra la humanidad del caso Sepur Zarco, con la violación de indígenas durante el conflicto, la misoginia, el clasismo, la religiosidad y el misticismo, todo bañado por un aura de realismo mágico.
“Todos estos elementos crean una amalgama de suspense y de terror que llega a superar al miro de la Llorona. Necesitaba capturar el interés internacional, pero también de mi gente, y por eso empecé este viaje de miedos de mi infancia para llegar a los de adulto”, señala en las notas de dirección.
Su película es, en definitiva, “una denuncia que llega a través del cine como entretenimiento pero sin perder jamás de vista lo que universalmente es definido como cine de autor”.
Un filme que es el tercero de Bustamante tras la premiada Ixcanul, con la que ganó en 2015 el premio Alfed Bauer a la innovación, en la Berlinale y Temblores, presentada este mismo año también en Berlín.
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