Bajo un cielo nublado en la fachada oeste del Capitolio federal, Trump describió un panorama sombrío de la nación que dirige a partir de ahora, y declaró —tal como lo hizo durante su campaña— que Estados Unidos está abrumado por el crimen, la pobreza y la falta de medidas decididas.
El magnate, que es el primer presidente de Estados Unidos que carece de experiencia en el servicio público o en el militar, prometió fomentar un “nuevo orgullo nacional” y proteger al país de los “destrozos” causados por países que —según él— han robado empleos a Estados Unidos.
“Esta carnicería estadounidense termina aquí”, aseveró. “A partir de hoy, una nueva visión gobernará nuestra tierra. A partir de este momento, Estados Unidos estará antes que todo”.
Ansioso por demostrar su presteza para actuar, Trump fue directamente a la Oficina Oval, antes de la realización de otros festejos relacionados con la investidura, y firmó su primera orden ejecutiva; sobre el “Obamacare”.
La orden demuestra que Trump pretende la “derogación inmediata” de la ley. Pero mientras tanto, permite que el Departamento de Salud y Servicios Humanos y otras agencias federales retrasen la implementación de cualquier parte de la ley que pueda imponer una “carga fiscal” a los estados, a los proveedores de servicios médicos, a familias o individuos.
Trump también firmó los cargos para dos exgenerales confirmados previamente por el Senado para puestos en su gabinete: James Mattis como secretario de Defensa y John Kelly como director del Departamento de Seguridad Nacional.
El vicepresidente Mike Pence les tomó juramento poco después..
Mattis ofreció un tono diferente al de su nuevo jefe en las primeras declaraciones a su departamento: “Reconociendo que ninguna nación está segura sin amigos, trabajaremos con el Departamento de Estado para fortalecer nuestras alianzas”.
La multitud que se reunió en el complejo de monumentos del National Mall para la ceremonia de juramentación fue notablemente más pequeña que las de otras investiduras, un reflejo tanto de la división vivida en la campaña electoral, como de la impopularidad del presidente entrante.
Luego del juramento, hubo diversas manifestaciones en las calles de Washington.
La policía usó aerosol pimienta contra manifestantes después que algunos rompieron las ventanas de establecimientos del centro de la capital del país en protestas contra el nuevo presidente y contra el capitalismo.
La policía informó que había más de 200 arrestos para el anochecer, y que seis oficiales habían resultado heridos. Al menos un vehículo fue incinerado.
Breve y conciso, el discurso de Trump de sólo 16 minutos en el corazón de Washington fue una feroz reprimenda a muchos de los que escuchaban desde sus lugares privilegiados a pocos metros de distancia.
Rodeado por hombres y mujeres que por mucho tiempo han ocupado los pasillos del poder gubernamental, el nuevo presidente indicó “un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado los beneficios del gobierno mientras el pueblo ha cargado el costo”.
Su predecesor, Obama, se mantuvo sentado estoicamente mientras Trump prometía llevar al país a una dirección totalmente diferente a la suya.
La victoria de Trump da a los republicanos el control tanto de la Casa Blanca como del Congreso, lo cual garantiza que los conservadores podrán elegir rápidamente a quien ocupará la vacante en la Corte Suprema.
Pero a pesar de entrar en una época de dominio republicano, Trump hizo escasa mención de los principios fundamentales de su partido: un gobierno pequeño, conservadurismo social y un firme liderazgo de Estados Unidos en el mundo.
No dejó dudas de que se considera el producto de un movimiento —no de un partido.
Trump consideró que su triunfo es una culminación de su promesa de campaña de asestar un golpe de mazo a la forma tradicional de gobernar de Washington, y habló directamente a los marginados y desafectos.
“Lo que en verdad importa no es qué partido controla nuestro gobierno, sino si nuestro gobierno es controlado por el pueblo”, afirmó. “Para todos los estadounidenses en cada ciudad y en otras regiones, pequeñas o grandes, de montaña a montaña, de océano a océano, escuchen esto: Nunca volverán a ser ignorados”.
Pero el discurso ofreció pocos compromisos hacia los millones que no apoyaron su candidatura.
Las promesas de Trump de aplicar medidas restrictivas de inmigración, de someter a los inmigrantes a un chequeo religioso y su hiriente retórica de campaña sobre las mujeres y las minorías enfadaron a millones. No se dirigió directamente a esos opositores, y en vez de eso ofreció un exhorto a “dar su opinión abiertamente, debatir nuestros desacuerdos honestamente, pero siempre buscar la solidaridad”.