EDITORIAL
Debe ser prioridad derrotar la desnutrición
Ya parece cosa lejana la campaña electoral, no solo la más reciente, sino cada una de las anteriores, las cuales solo dejan el recuerdo de giras de políticos sonrientes en lugares recónditos. En cada una rodaron por los caminos las promesas de generación de empleo, de atención a la crisis en la agricultura y de programas de nutrición para los niños. Pero para municipios largamente asolados por la inseguridad alimentaria, como Jocotán, Chiquimula, la vida sigue igual y también la muerte, a pocos años de distancia para muchos pequeños.
En esta y otras regiones el problema de insuficiencia nutricional es viejo, con décadas de diagnósticos, de planes, de mediciones burocráticas que al final de cada período dejan más desencanto, más generaciones con deficiente estatura y peso, así como una brecha abismal entre la realidad y las oportunidades. Es probable que sea necesario ponerse en los pasos de quien sufre la angustia de la pobreza, y por ello no debería existir funcionario de gobierno que no haya visto a los ojos a un campesino que padece por la falta de lluvias y la agonía de sus sembradíos.
Uno de los fracasos más notorios del gobierno feneciente radica precisamente en el aumento de los indicadores de desnutrición crónica a causa de la ineficiencia de los programas supuestamente orientados a combatirla. Recientemente, el Ministerio de Agricultura daba casi por terminado el programa de bonos por sequía, el cual se manejó de forma clientelar durante los meses de campaña, en un burdo intento por favorecer al candidato oficialista. El impacto real de tal estratagema se desconoce, no solo por la tardanza en su implementación, sino por la imprudente ejecución que se le dio.
Un equipo de Prensa Libre y Guatevisión visitó comunidades asoladas por la sequía y la pérdida de cosechas en el denominado Corredor Seco. Las historias no varían, solo las caras y los nombres. Tanta promesa de programas de capacitación agrícola u ofrecimientos de supuesta cooperación para proyectos de minirriego en territorios áridos no se han concretado. Otra noche tantos niños irán a dormir sin haberse alimentado bien: toda una vergüenza pública para quienes han pasado por las curules y dependencias del Estado y que han podido hacer algo contra este flagelo, pero no lo hicieron.
A comienzos de este año se logró, gracias a la fuerza de la opinión pública, la aprobación del plan Crecer Sano, apoyado por el Banco Mundial, para brindar servicios de salud y nutrición a niños y madres de municipios priorizados. No faltaron los diputados que se ufanaron de haber votado por este plan, pero buena parte de ellos se opusieron, lo retardaron y hasta intentaron sabotearlo con ausencias en el pleno.
Reza un dicho que nadie es tan rico que no necesite de otros y que nadie es tan pobre que no pueda ayudar a alguien más. Guatemala se encuentra en un momento de incertidumbre que preocupa a sectores productivos, no solo a causa de cuestiones jurídicas y políticas, sino también a causa de pugnas entre potencias y temores de un estancamiento económico global. El nuevo gobierno electo hereda varios retos pendientes, pero el combate de la desnutrición debería ser uno de los principales, porque sus efectos lastran el futuro de miles de niños, pero no tiene por qué hacerlo solo. Podría convocar a la ciudadanía para emprender un esfuerzo sin precedentes en favor de comunidades que se han quedado lejos de las oportunidades y demasiado cerca del olvido.