El avance de los vehículos se ha detenido frente al edificio Inguat, justo antes del puente de piedra de la antigua Penitenciaría. Ella espera poder continuar cuando se acercan tres hombres a pie, dos a cada lado del vehículo y otro atrás. Uno, con la cara totalmente tatuada, le golpea el vidrio derecho con la cacha de la pistola. “Dame todo, dame todo…” y lo demás son insultos a gritos. Jéssica se aterra. Intenta avanzar pero no lo logra. Baja apenas el vidrio para pasarle el celular, cuando el individuo abre la puerta y se mete al vehículo. Comienza a golpearla, toquetearla, sin parar de proferir insultos ni de apuntarle el arma. Los vehículos caminan y le dice que siga manejando. Golpea la pistola contra el tablero del vehículo y sigue manoseándola. Entre el temor y la furia por el abuso ella no recuerda dónde se bajó el asaltante pervertido. Quizá a la par del edificio de Finanzas. El agresor se llevó tarjetas, identificación…. y su tranquilidad.
Jueves por la mañana
Jeimy González trabaja en la zona 14, cerca de Europlaza y se traslada mediante el Transmetro. Baja en la parada de Los Arcos, zona 13, desde donde camina.
Cuando estaba llegando a la avenida de Las Américas, un carro gris la alcanza. “Creo que era un Honda, entre 97 y 2000”, dice aún con temor e indignación. El copiloto la golpea con el brazo en la espalda y ella se da cuenta que lleva un arma. Le apunta y la obliga a meterse al vehículo. Le advierte que no grite ni salga corriendo porque atrás viene una moto que está con ellos y el conductor viene armado, con orden de disparar.
Jeimy se sube y le quitan sus cosas. Los recuerdos son confusos, retornaron al Obelisco y después hacia las Américas de nuevo. El individuo le dijo que se quitara la blusa o le disparaba. Ella lo hizo. Comenzó a manosearla sin dejar de apuntarle. Luego le dijo que se quitara el pantalón. Jeimy le dijo que no haría eso. Se pudo dar cuenta que el vehículo tenía los vidrios sin polarizar.
El abusador carga la pistola y se la pone en la cabeza. “¿No te gusta vivir?”, le pregunta burlonamente. Ella le dijo que no se iba a quitar el pantalón y que si quería que le disparara allí mismo. Poco después la bajaron en la 20 calle de la zona 10 y se fueron.
Ella no quería llorar. Estaba furiosa y con una pregunta girando en su mente ¿a cuántas mujeres les ha ocurrido ya esto? ¿por qué la Policía no aparece cuando se le necesita?