PERSISTENCIA

Metáfora y revelación

Margarita Carrera

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Que el lenguaje poético revela de manera profunda la verdad, es algo que sostienen psicoanalistas freudianos —entre otros— y adversan filósofos tradicionales.

Para estos últimos habrá diferencia entre el lenguaje poético y el lenguaje filosófico, separan, en forma tajante, la poesía de la filosofía. Y no hay caso de poderlos convencer de que el poema revela, intuitivamente, verdades que luego, después de largos años, la ciencia llega a descubrir mediante sus diversos métodos rigurosos.

Heidegger le da especialísima importancia al lenguaje en el campo de la filosofía. Para ello, se remonta a Parménides y a Heráclito, quienes establecen que “logos” (en el sentido primitivo de “poner”) y “phásis” (en el sentido de “luz”), esto es, “traer a luz”, es la esencia del lenguaje. Lo cual lleva a estos filósofos a la futura confirmación heideggeriana de considerar “la esencia del lenguaje desde la esencia del ser”. De aquí la expresión “el lenguaje es la casa del ser”, sobre la que Heidegger levanta su filosofía, solo había un paso; pero este paso fue —aunque él se niegue a reconocerlo— metafórico, poético. Pues, por prejuicios antiquísimos de la filosofía tradicional —de la que no escapa Heidegger—, este niega que su bella y verídica frase sea “mera imagen” y mucho menos de una manera “metafórica” de pensar, ya que ello sería impropio de lo que se debe considerar como filosofía.

Para mí que es imposible desconocer esta magnífica metáfora con la que Heidegger —poéticamente, que no filosóficamente— devela una verdad difícilmente discutible. De ella se podría deducir que todo lenguaje —que es “semeion”, seña— tiende a lo metafórico, y que, así, es la metáfora la esencia del lenguaje, que, a su vez, es la esencia del ser.

Ahora bien, en mi obra Antropos establezco que el ser radica en el hombre y su inconsciente. Esto nos lleva a la tarea de describir, descubrir, develizar el mundo inconsciente que yace oculto en la psiquis humana. Llegamos al inconsciente, de acuerdo con Freud, por medio de la interpretación de los sueños. En ella, el creador del psicoanálisis descubre que la elaboración onírica está regida por ciertos mecanismos que operan de manera inexorable. Los más destacados: la censura, la condensación y el desplazamiento.

J. Lacan, que continúa en Francia el psicoanálisis freudiano pero unido al estructuralismo de Saussure, creando así una nueva escuela psicoanalítica-lingüística, nos remite, al hablar de la condensación, a la metáfora; y al hablar del desplazamiento, a la metonimia. Así, la verdad es revelada en forma velada en los sueños, por medio de metáforas y metonimias que, con sutileza, maneja la censura. El lenguaje metafórico deja de ser interesante únicamente para los estudiosos de la literatura, y se convierte en el lenguaje por excelencia que, mediante los sueños y la poesía, nos conduce a las más ocultas verdades que esconde el hombre.

El inconsciente, o el ser del hombre, se manifiesta, sobre todo, en el sueño y en la poesía, por medio de metáforas y metonimias. Pero, ante todo, es la metáfora la que traduce las grandes verdades del hombre y su universo, que no nacen de la arbitrariedad, sino de una fuerza creativa impulsada por el inconsciente individual o colectivo.

Dentro de esta nueva postura para la búsqueda de la verdad, los filósofos han de recurrir al lenguaje, poético, manifestado, simbólicamente, en el sueño y en la poesía.

La metafórica expresión heideggeriana, “el lenguaje es la casa del ser”, alcanza significados no previstos por el mismo Heidegger: el lenguaje es la morada, el recóndito albergue de ser del hombre y del ser de todas las demás cosas, gobernada de manera inexorable por una poderosa fuerza, equivalente a la fuerza del inconsciente del humano.

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