No les fue muy bien. Debido a una combinación de liderazgo pobre, mala planificación y mala fortuna, Burke, Wills y su compañero de viaje John King se quedaron sin comida en el trayecto de regreso.
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Cómo los seres humanos aprendimos una forma segura de comer plantas tóxicas, que en su estado natural podrían matarnos
En 1860, Robert Burke y William Wills llevaron a cabo la primera expedición europea por el hasta entonces mayormente desconocido interior de Australia.
Quedaron varados en un arroyo llamado Cooper’s Creek, ya que no pudieron encontrar la manera de transportar suficiente agua para cruzar un tramo de desierto hasta el puesto colonial más cercano, llamado irónicamente el Monte Hopeless (Sin Esperanza, en inglés).
“No hemos podido abandonar el arroyo”, escribió Wills. “Ambos camellos murieron y nuestras provisiones se agotaron. Estamos tratando de vivir de la mejor manera posible”.
La población local, la tribu yandruwandha, parecía prosperar a pesar de las condiciones que Wills y sus colegas encontraban tan difíciles.
Los yandruwandha le dieron a los exploradores pasteles hechos con semillas trituradas de una planta que conocían como nardoo (Marsilea drummondii), un helecho parecido a un trébol de cuatro hojas.
Burke se peleó con los aborígenes e, imprudentemente, los alejó con un disparo de su pistola.
Pero el trío pensó que, tal vez, había aprendido lo suficiente como para sobrevivir.
Así que, cuando encontraron nardoo fresco, decidieron hacer sus propios pasteles.
Al principio, todo parecía estar bien. Satisfacían su apetito, pero se sentían cada vez más débiles.
Una semana más tarde, Wills y Burke estaban muertos.
Resulta que preparar el nardoopara hacerlo comestible es un proceso complejo.
Este helecho está lleno de una enzima llamada tiaminasa, que es tóxica para el cuerpo humano. La tiaminasa descompone el suministro de vitamina B1 del cuerpo, lo que impide al organismo absorber los nutrientes de los alimentos.
A pesar de que Burke, Wills y King tenían sus estómagos llenos, estaban muertos de hambre.
Los yandruwandha cocinaban las esporas de nardoo, molían la harina con agua y exponían los pasteles a cenizas. Con estos pasos hacían que la tiaminasa fuera menos tóxica. No es algo que uno aprende a hacer por casualidad.
Apenas vivo, King se arrojó a la merced de los yandruwandha, quienes lo mantuvieron con vida hasta que llegó la ayuda europea, meses más tarde.
Fue el único miembro de la expedición que sobrevivió.
La otra yuca
Tan tóxica como el nardoo es la yuca amarga o brava, que no hay que confundir con la otra yuca, la dulce, un tubérculo que se consume a diario en varios países de América Latina, entre otros.
Los niveles de cianuro o ácido cianhídrico presentes la yuca amarga, si no es tratada y cocinada de forma adecuada, pueden causar desde intoxicación hasta un fallo masivo en los órganos vitales, como el hígado y el cerebro.
Y también una afección llamada konzo, cuyos síntomas incluyen la parálisis repentina de las piernas.
Pero en 1981, en Nampula, Mozambique, un joven médico sueco llamado Hans Rosling no sabía nada de esto. Como resultado, la situación que enfrentó fue profundamente desconcertante.
Cada vez más personas acudían a su clínica con parálisis en las piernas.
¿Podría ser un brote de polio? No. Los síntomas no aparecían en ningún libro médico.
Con Mozambique entrando en una guerra civil ¿podría ser el efecto de armas químicas?
Llevó a su esposa Agneta y a sus hijos pequeños a un lugar seguro y continuó sus investigaciones.
Fue la colega del doctor Rosling, la epidemióloga Julie Cliff, quien finalmente descubrió lo que estaba sucediendo.
Los enfermos estaban comiendo alimentos a base de yuca amarga que había sido procesada de manera incompleta.
Hambrientos y desnutridos, no podían esperar lo suficiente para que fuera segura para el consumo. Como resultado, desarrollaron konzo.
Prueba y error
Hay plantas tóxicas en todas partes.
A veces, adecuadamente procesadas, pueden ser comestibles.
Pero ¿cómo aprende alguien a realizar la preparación elaborada que necesita la yuca o el nardoo?
No es algo que aprende una sola persona, según Joseph Henrich, un biólogo evolutivo.
Henrich sostiene que este conocimiento es cultural.Nuestras culturas evolucionan a través de un proceso de prueba y error análogo a la evolución en especies biológicas.
Al igual que la evolución biológica, la evolución cultural puede, con el tiempo suficiente, producir resultados impresionantemente sofisticados.
Alguien da con un paso que parece hacer que la planta tóxica sea menos riesgosa; eso se difunde y se descubre otro paso. Con el tiempo, pueden evolucionar rituales complejos, cada uno ligeramente más efectivo que el anterior.
En América del Sur, las tribus han aprendido los muchos pasos necesarios para desintoxicar por completo la yuca amarga: raspar, rallar, lavar, hervir el líquido, dejar reposar el sólido durante dos días y luego hornear, para hacer un pan ácimo llamado casabe.
Si les preguntas por qué hacen esto, no mencionarán el cianuro de hidrógeno. Simplemente dirán: “Esta es nuestra cultura”.
En África, la yuca se introdujo recién en el siglo XVII. No venía con un manual de instrucciones, así que la intoxicación por cianuro sigue siendo un problema ocasional.
La gente toma atajos porque el aprendizaje cultural aún es incompleto.
Henrich argumenta que la evolución cultural es a menudo mucho más inteligente que nosotros.
Ya sea para construir un iglú, cazar un antílope, prender un fuego, hacer un arco largo o procesar la yuca amarga, no aprendemos entendiendo los principios de las cosas, sino imitando.
Un estudio desafió a los participantes a colocar pesas en los radios de una rueda para maximizar la velocidad a la que rodaba por una pendiente.
Los datos sobre la prueba más exitosa de cada participante se le pasaban a una nueva persona.
Debido a que se beneficiaban de los experimentos anteriores, a los últimos participantes les fue mucho mejor.
Sin embargo, cuando se les preguntó, no podían explicar por qué algunas ruedas rodaban más rápido que otras.
Otros estudios muestran que los humanos somos los únicos primates que tenemos el instinto de imitar.
Las pruebas revelaron que los chimpancés y los humanos de dos años y medio tienen capacidades mentales similares, a menos que el desafío sea aprender copiando a alguien.
Los niños pequeños son mucho mejores copiando que los chimpancés.
Y los humanos copiamos rituales, algo que no hacen los chimpancés. Los psicólogos llaman a esto sobreimitación.
Podría parecer que en esto los chimpancés son los más inteligentes. Pero si estás procesando raíces de yuca amarga, la sobreimitación es exactamente lo que debes hacer.
Si Henrich tiene razón, la civilización humana se basa menos en inteligencia pura que en una capacidad altamente desarrollada para aprender unos de otros.
A lo largo de las generaciones, nuestros antepasados acumularon ideas útiles gracias a la prueba y el error, y la siguiente generación simplemente las copió.
Sin duda, algunas ideas menos útiles se mezclaron con ellas, como la necesidad de un baile ritual para que lleguen las lluvias, o la convicción de que sacrificar una cabra persuadirá al volcán para que no entre en erupción.
Pero en general, pareciera que nos fue mejor copiando sin preguntar que asumiendo, como los chimpancés, que éramos lo suficientemente inteligentes como para poder determinar qué pasos podríamos ignorar de manera segura.
Claro que la evolución cultural solo nos puede llevar hasta cierto punto.
Ahora tenemos el método científico para decirnos que sí, realmente necesitamos dejar reposar la mandioca durante dos días, pero no, al volcán no le importan las cabras.
Cuando comprendemos los principios de las cosas podemos avanzar más rápidamente que mediante prueba, error e imitación.
Pero no debemos menospreciar el tipo de inteligencia colectiva que salvó la vida de King.
Es lo que hizo posible la civilización, y también el funcionamiento de la economía.