LA ERA DEL FAUNO
La corrupción de las fechas
Se puede medir el pulso de un país, según la forma como celebra sus acontecimientos. También, la idiosincrasia se refleja en la forma como se abordan las fechas conmemorativas. Qué tanto mueven a esa sociedad, cómo la mueven, cuál es su cultura —en el sentido definitorio de cultura como “su manera de hacer las cosas”—. En alguna medida, esa cultura se refleja en los anuncios de radio, prensa, televisión y redes sociales. El conjunto de ello puede ser una muestra del modo de hacer y de pensar, al menos de la sociedad visible, y mide cómo la aceptación pública obedece a los estímulos del mercado.
El Día Internacional de la Mujer no es una fecha para celebrar, felicitar ni elogiar a las mujeres, pero desgraciadamente es lo que abunda. La didáctica al respecto está bien difundida como para venir a explicarla. Ayer, a propósito de la fecha, una empresa prestamista ofrecía utensilios de cocina a las mujeres que llamaran a un número. Los locutores —un año más— hicieron sonar canciones sobre la mujer, redoblaron sus elogios y pusieron énfasis en la inteligencia femenina.
Tal vez, no saber es una cosa menos destructiva que saberla a medias. El envío de rosas, la nueva explotación de los listones color morado y otros usos demuestran la falta de conciencia sobre los derechos universales igualitarios. En mi caso, procedo de esferas educativas machistas. Liberarse de ello cuesta mucho, demasiado, cuesta una vida; pero se sale, según el interés puesto. Me apena decirlo, y por eso lo repito, procedo de una educación machista, homofóbica, discriminativa, racista: nada fuera de lo común en una sociedad guatemalteca que ha hecho de esos errores una norma, un modo de vida, una manera de hacer las cosas, es decir, una cultura. En mi primer colegio, las monjas hacían la comida y los curas llegaban a comérsela. Había una doctrina que enlazaba a la mujer como madre de familia, monja, virgen, niña y servicio. La que se salía de ese esquema, se exponía a ser la prostituta apedreada del barrio. De ahí que los embarazos condujeran obligadamente al matrimonio. Y de blanco.
Fechas como el Día Internacional de la Mujer tienen un fundamento reivindicativo que no tiene que ver solo con asuntos de quién cocina, sino de muerte, abuso, discriminación, motivos que otros rebajan con empalagos y a conveniencia de los anunciantes. En vez de difundir la verdad, se concede un día lindo. Se pide a los hombres que reconozcamos sus esfuerzos. Paradójicamente —aunque algunos no lo entenderán— esa también es una forma de pudrir a una sociedad porque el macho o la machista corrompen los motivos para emplearlos en su favor. El trato versionado de la conmemoración es usado para acrecentar lo que se pretende eliminar. De ahí que haya oferta de sartenes, paquetes especiales de masajes y moteles con descuento.
En 300 años, quizá, una carretera pasará sobre nuestra casa. No sabemos qué tanto habremos contribuido con los cambios, pero mientras se conmemore exigiendo es porque hay necesidad de hacerlo. Se aviva la llama de la conciencia pues el problema persiste, hay brotes que, como pasa con las polillas, si queda una quedarán millones.
Millones de hombres en este país no han comprendido de qué se trata; millones de mujeres, tampoco. Son los movimientos feministas los que van recuperando sus espacios. No queda sino hacer silencio, hacerse a un lado o acuerpar. Y queda delatar la época, lo cual, más que una contribución, es la necesidad de conjurar esta sociedad que ofrece sartenes, ofertas, hipocresía, como si con eso se frenaran la sangre, las violaciones, las humillaciones.
@juanlemus9