SIN FRONTERAS

Negligencia, imprudencia, impericia

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Su hábito ha sido ausencia, esquivar y fallar a la hora en que toca hermanarse. Sus acciones lo delatan. Su ego, el de Jimmy, aquel que era “cualquiera de nosotros”, está empinado en un pedestal. Desde sus nubes insiste en vernos, y luego, en esas nubes se acostumbra a refugiar. Su posición es invisible, justo lo contrario de lo que exige nuestro país presidencialista. Ejemplos de su ausencia abundan, como cuando el escándalo somataba a su partido en el Congreso, o cuando falló en respaldar al comisionado que combate la corrupción en el país. Pero lo ocurrido esta semana es un caso distinto. Fue un holocausto de niñas, en el corazón, en el seno de su institución. Las secretarías presidenciales son los brazos del presidente, y de hecho, la ley indica que estas solo apoyan al presidente en sus funciones. La indignación crece, no solo por la tragedia, sino por la reacción tardía empapada de lo esquivo y lo insensible. Existe miedo de que esto vuelva a ocurrir, especialmente bajo la conducción de una gestión que no reflexiona sobre el daño que hace a la gente.

Jurídicamente, el daño se puede ocasionar bajo dos supuestos: el dolo —cuando existe intención de dañar— y la culpa, cuando sin existir intención se daña bajo alguno de estos tres supuestos: la negligencia —omitir lo debido—, la imprudencia —hacer más allá de lo debido— o la impericia —actuar sin el peritaje necesario—. En la presente gestión crecen los actos y omisiones que ligan a los funcionarios a estos tres elementos de culpa. En el caso del holocausto de las niñas, algunos de ellos son evidentes.

Es alarmante la negligencia manifiesta al leer no solo las advertencias periodísticas y de la Procuraduría de Derechos Humanos previas, sino, luego, las declaraciones del encargado policial que a diputados del Congreso habría revelado que al presidente se le dio aviso de la situación una noche antes. Según reportan medios, el comisario manifestó que el presidente “no supo qué responder”. Diez horas después, entre alaridos, las niñas ardían en fuego y se convertían en ceniza.

Esta gestión indigna. Está plagada de imprudencia, como delegar importantes tareas de Estado a amigos y compadres. O la osadía misma de delegar en la figura de la primera dama funciones que exigen más que el acompañamiento de una figura amable y compasiva. Este lunes último, este tipo de imprudencia invadió el Palacio Nacional, cuando el presidente puso en manos de su esposa una supuesta estrategia nacional para evitar la emigración irregular y para atender a los migrantes que nos deporte Trump. Entre estos priorizados para la deportación están muchos de los miles de menores que viajaron sin compañía paterna en los últimos dos años y que, de venir, caerían en manos de la SBS. ¿Imagina usted eso? Ojalá el secretario Kelly, allá en Washington, haya estado atento a las noticias de Guatemala para dimensionar lo que vendrán a vivir los menores que deporte.

Extraño como suene, en 2015 Guatemala eligió a quien demostró su falta de experiencia para el cargo. Pero más allá de lo legal, la pericia es necesaria para conducir los destinos de un país. Ahora suena la voz de quienes razonan que el primer acto de corrupción es postularse a un cargo para el cual no se está calificado. El presidente está presionado para demostrar que este caso no le aplica.

Justamente, la tragedia en el corazón de la Presidencia causa más indignación que los actos de corrupción. La imagen de estos adolescentes huyendo del infierno institucionalizado es un aviso de lo que atraviesa la juventud desfavorecida de un país cuyo presidente, con su actitud y desparpajo, no hace más que coadyuvar a romper la moral del pueblo que lo eligió.

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