ALEPH
El país que la guerra negó
“… yo creo que Guatemala ha sido diseñada para la impunidad. Es decir, todo se pensó para que la justicia no funcionara”, dijo en declaraciones recientes el Comisionado Contra la Impunidad en Guatemala, Iván Velásquez. Si nuestras cifras de impunidad no fueran de un 97%, y si no nos tocara ver todos los días cómo funciona la lógica del poder mafioso, quizás no le creería. Pero le creo y estoy con él.
No hay duda: las múltiples violencias económicas, sociales, jurídicas, políticas y simbólicas de los últimos tiempos han determinado lo que hoy somos, pero detrás de todas ellas hay una lógica de guerra que se resiste a morir. Una lógica que precisa de la burocracia de servidumbre en lo político, del capital corruptor en lo económico, de un ejército que se asegure que ese statu quo perviva, y de una sociedad atemorizada o cómplice que consienta. Pero hay que recordar que por aquí pasó una guerra de 36 años que nos hizo retroceder décadas como país, hasta hacernos un lugar que no podemos llamar como tal.
Esa lógica es oscura, conspirativa, violenta y corrupta. Hay que conocerla para descodificarla y cambiarla. Es la lógica que tiene a personajes como Blanca Stalling fuera de la cárcel y a pinches carteristas indefinidamente en prisión. Es la misma que nos hace considerar héroes a quienes se solidarizan con los pobres y les asisten, pero llamar comunistas a quienes preguntan el por qué de la pobreza y de las relaciones tan abiertamente desiguales en Guatemala.
Tuvimos una guerra y no hemos salido de ella. Será por eso que no llegamos todavía al punto de quiebre que precisamos para ir en dirección de convertirnos en país. Aún buena parte de la población desconfía; unos y otros se ven como posibles enemigos, no como parte de la misma nación que queremos ser. A veces creo que es generacional; que hay generaciones que no han salido de la lógica de la guerra y otras que ya están más descontaminadas, pero que no la dejan atrás porque la justicia no ha pasado por Guatemala en muchos casos, no importa de qué lado del espectro se esté. La guerra nos dejó con demasiada sangre, con poca alegría, con cerebros y cuerpos mutilados, con demasiados soldados, y con una profunda incapacidad de relacionarnos ente nosotros. Y hasta los lenguajes todavía son muchas veces los de la guerra. Habría que haber oído al exsecretario de Bienestar Social el día que rindió informe en el Congreso sobre lo sucedido en el Hogar del Estado el 8 de marzo para saber que nuestras palabras desnudan nuestras ideas. Y que las ideas de muchos todavía se relacionan hoy con una mentalidad restrictiva, represiva, violenta, de rompimiento y corrupción.
La lógica que incineró a 41 adolescentes en un hogar de protección del Estado, por órdenes de quienes estaban supuestos a cuidarlas, es la misma que mantiene la impunidad alrededor del caso de los tres jóvenes estudiantes de Biología de la Universidad del Valle, que murieron el 31 de marzo de 2012, hace cinco años ya, en circunstancias aún no esclarecidas, en las instalaciones de la Compañía Guatemalteca de Níquel (CGN), en Izabal. Si no fuera porque los padres y madres de Nahomy Lara Orellana, Juan Carlos Velásquez Marroquín y Ángel Rodolfo de León Palacios han presionado tanto por este caso, la “justicia” ya los habría olvidado, como pasa con tantos.
Pasó la guerra, y no estamos mejor en nada. Las cifras de educación y salud son las más bajas del continente y del mundo; las cifras de acceso al desarrollo, empleo y violencia tampoco hablan mejor de Guatemala. Somos un país que la guerra negó y nos conmueve más hablar del Holocausto una y otra vez, o de los horrores terroristas vividos en todo el mundo, que de nuestras propias masacres. Aún llevamos los pies llenos de sangre, y la justicia no llega. Por allí habrá que comenzar.
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