DE MIS NOTAS
Rompiendo el viento
La frase tiene una connotación especial en esta aventura reciente de cuatro días entre los últimos vestigios de las selvas de Alta Verapaz, del Petén y sus ríos. Saldrá en discusiones con mis compañeros de travesía, mientras maniobramos sobre carreteras de cemento, asfalto y terracería. Cruzando ferris junto a largos contenedores apilados de ganado oliendo a estiércol de pasto de potreros de selva depredada; estará ahí en las travesías por lancha en la quietud del río La Pasión y en los rápidos y remolinos del Usumacinta; me acompañará bajo el mosquitero en el hotelito de don Julián Marion; y en los campamentos de arqueólogos y guardabosques en el sitio arqueológico Piedras Negras dentro del Parque Nacional Sierra de Lacandón, tres horas por lancha desde Bethel; y hasta deambulando entre los monumentos de los ancestros mayas con tanto destello de grandeza y a la vez humana vulnerabilidad. En todo momento la frase “rompiendo viento” servirá para ilustrar el enfoque de esta columna.
Es fácil percatarse de que nuestro país aún destila la misma grandeza, debilidad y encarnada vulnerabilidad de los antepasados en ese eslabón esencial que es el liderazgo. Son los lideres los que rompen paradigmas, descubren e innovan con nuevas ideas y visiones. Los ha habido malos y buenos. La historia los juzga y las sociedades pagan las facturas.
Lo que vimos en este viaje es esa extrema vulnerabilidad del chapín para desentenderse del futuro ocupándose de un presente efímero y pasajero. Las facturas, los efectos de los efectos están a la vista pero la mayoría no hace nada y los pocos que se mueven no logran inercia ni cooperación.
Ejemplos que retratan nuestra idiosincracia. Desde hace años los choferes de vehículos y camiones se quejan de las largas colas para pasar con el Ferry de Sayaxché —el único interesado en seguir cobrando— porque nadie “rompe viento” y hace algo para construir un puente que se pague con el mismo peaje que desde hace décadas les cobra. La pérdida horas/hombre, la mala imagen y el servicio al turista, nada cala, más que el rédito diario para el alcalde de turno. ¿Quién rompe viento?
El tramo de 64 kilómetros entre Las Cruces y Bethel en la frontera con México es de terracería y en mal estado. Después de Palenque, Yaxchilán —que queda a hora y media por lancha de Bethel, Petén— es la segunda zona arqueológica con mayor número de visitantes, siguiéndole Bonampak. A pesar de que en Petén hay muchos más sitios arqueológicos, reciben 21 veces más visitantes. ¿Por qué será…?
La depredación dentro de la Biosfera Maya es un casi imparable. De los pocos que rompen viento está Defensores de la Naturaleza, resguardando 2,028 km cuadrados del Parque Nacional Sierra del Lacandón, el cual alberga una inmensa biodiversidad, ecosistemas invaluables, selvas tropicales vírgenes y la cuenca del río Usumacinta. Conservar esto es de un valor estratégico enorme porque es un corredor biológico y tiene un potencial turístico extraordinario. De hecho, es la única fórmula para sacar de la pobreza a todos esos campesinos y sus generaciones venideras. El turismo debe ser la piedra angular del desarrollo económico de Guatemala. En el 2016, Costa Rica atrajo 2.9 millones de turistas. Su biodiversidad es el principal generador de divisas. Guatemala anda a la cola.
Romper viento es abrir brecha para facilitar esa visión. Otros pocos lo están haciendo en otras áreas del Petén: Estación Biológica las Guacamayas, bastión científico invaluable dentro del Parque Nacional Laguna del Tigre; Apanac/Fares en el Mirador, y Pacunam, facilitando la investigación científica en importantes sitios arqueológicos.
Sin liderazgos “rompe vientos” podemos decirle adiós a esta patria en pleno desangre de ingobernabilidad. La conservación es el futuro de este país. Si no lo vemos. Sigamos pagando ferry…