Apenas había salido el sol el martes último, cuando toneladas de tierra, piedras y árboles se desprendieron de la Cumbre de Wachuná, uno de los puntos más altos de la Sierra de los Cuchumatanes. Sin medida y sin piedad, se precipitaron en la carretera que conduce a San Pedro Soloma.
Por ahí circulaba el microbús en el que regresaban a casa después de vender fruta y verdura en el mercado local, Aura y sus seis hijos. Irían a la Escuela Nuevo Progreso, en la que hoy sus compañeros no querían jugar. Enmudecidos, se colocaron a un lado y al otro del camino empinado que conduce a la casa de los García Carrillo. El silencio era su más sentido homenaje.
Mientras, en la pequeña vivienda de esta familia, donde descansan los cinco féretros, se respira dolor. Una anciana a la que le pesan los años guarda los cadáveres y de fondo se escuchan los interminables sollozos de la madre de Aura: “¡Me dejó mi chula! Se llevó todas sus hijas”.
Las mujeres más jóvenes, con sus hijos, reparten platos de fríjol y maíz entre los ojos vidriosos y las caras compungidas de vecinos y amigos que tienen la mirada perdida en el infinito: “Cuesta asimilarlo”, resume un joven vecina.
“A mi hija, como le tocó eso”, clama desesperada una madre que no entiende cómo es posible sobrevivir a un hijo y saber que jamás volverá. Intentan darle abrigo y consuelo, pero ella solo repite, una y otra vez: “Mi chula”.
Aura y sus hijos, de los que dos niñas permanecen internadas en pronóstico reservado, eran muy conocidos y queridos. Son 5 de los 11 fallecidos por derrumbe en un país que tiene unas tres millones de personas en riesgo. Nadie queda indiferente al dolor y la ausencia.
Su padre, Alicio, lo sabe. Agradece uno por uno el apoyo: “Es un momento de dolor muy fuerte. He perdido a cinco miembros de mi familia”. Le suena el teléfono. Es su sobrino. Le pregunta cuándo va a llegar al hospital en el que se recuperan sus otras hijas, de 3 y 9 años.
“Me necesitan, necesitan que estén allí”, admite armándose de valor que es difícil reunir. Voltea la cabeza y ve los féretros de su mujer y sus hijos. “Cuando me enteré del deslave estuve llamándola, llamándola, y no me respondía el teléfono”.
- Este era el recorrido que hacían todos los días la familia García Carrillo y el tiempo aproximado de viaje.