Navarro-Valls, designado por Juan Pablo II en 1984, había sido el primer no sacerdote y no italiano en ocupar el cargo, que ostentó durante 22 años. Era considerado uno de los miembros más célebres del Opus Dei y el laico con más poder en el Vaticano.
Era doctor en psiquiatría y periodista. Cuando fue nombrado se desempeñaba como corresponsal del diario “ABC” y era presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia. En el último tiempo presidía el Consejo Asesor de la Universidad Campus Bio-Medico de Roma.
Como miembro numerario del Opus Dei, Navarro-Valls se había comprometido a vivir el celibato.
Después de décadas en el cargo, el papa Benedicto XVI, quien había asumido tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, decidió reemplazar en 2006 a Navarro-Valls por un jesuita italiano, el hasta entonces director general de Radio Vaticano, Federico Lombardi.
Nacido en Cartagena, en la región de Murcia, el 16 de noviembre de 1936, el miembro numerario (célibe) del Opus Dei abandonó el cargo tras haber sometido las estructuras de comunicación del Vaticano a una profunda renovación, adaptándolas a la nueva cultura mediática global de la que Juan Pablo II se sirvió ampliamente para reforzar la presencia de la Iglesia en todo el mundo. Sin duda, contribuyó ampliamente a que el papa polaco se ganara el apodo de “gran comunicador”.
Entre las principales tareas de este español con voz radiofónica, muy políglota, amante del deporte y con porte de actor cinematográfico -llegó a ser comparado con galanes como el “padre Ralph” (Richard Chamberlain en la película “El pájaro espino”)- estuvo la de multiplicar los encuentros con los periodistas y los comunicados de prensa y dotar al Vaticano de una visitadísima página de Internet.
Con la llegada del médico a la “sala stampa vaticana” (sala de prensa del Vaticano) también se abordaron de forma más abierta las enfermedades del papa. Frases como “el papa se fracturó el fémur al resbalar en el cuarto de baño” no se publicaban con anterioridad.
De repente, los periodistas se enfrentaban a descripciones meticulosas de procesos médicos, no siempre inteligibles para los no entendidos. Cuando en los años 90, Navarro-Valls hizo alusión por primera vez a la enfermedad de Parkinson del papa, habló de forma reservada de una “enfermedad de origen piramidal”.
Facilitó la publicación de un libro-entrevista con Juan Pablo II, de quien se convirtió, más allá de portavoz, en todo un editor, consejero, diplomático y embajador. Acompañó los comentadísimos viajes del fallecido papa polaco por los cinco continentes y creó la infraestructura necesaria para acoger a los miles de periodistas que informaron sobre su muerte, una de las noticias de mayor cobertura de las últimas décadas y que Navarro dio a conocer a través de un SMS.
“Siempre estuve a su lado: en repetidas ocasiones, los fieles me pidieron que los bendijera”, recordó alguna vez el español su relación con el papa polaco. El Opus Dei, según decía, le enseñó el camino para hacer de su vida profesional y religiosa una unidad.
Sin embargo, durante sus últimos años en el cargo fue acusado de economizar las informaciones acerca de la deteriorada salud de Juan Pablo II, tratando de ocultar su empeoramiento.
Su aprecio por Karol Wojtyla se ponía de manifiesto cada vez que informaba sobre la salud del papa cuando éste ya estaba muy enfermo. Cuando se refería al estado de salud del pontífice, abandonaba cada vez más el tono diplomático que lo había caracterizado durante dos décadas y luchaba para contener sus sentimientos.
Tras la muerte de Juan Pablo II y en medio del escándalo por los abusos sexuales en el seno de la Iglesia -siendo uno de los más resonados el del fundador de la influyente corriente conservadora de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel Degollado-, Navarro-Valls defendió la respuesta que el sumo pontífice dio a los casos.
“No lo entendió él y no lo entendió nadie cuando comenzaron a esos casos”, reconoció el médico y periodista en 2014. “Al principio se creía que eran casos aislados en Estados Unidos pero después nos fuimos dando cuenta cómo crecían en otras partes. La pureza de su pensamiento le hacía difícil aceptar que el ser humano pudiese llegar a causar tanto daño. Y llamó a los cardenales estadounidenses a que vinieran a Roma a explicar la situación”, recordó.