PUNTO DE ENCUENTRO

De libros y redes sociales

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Después de mucho pensarlo, por fin un día me decidí a abrir una cuenta de tuiter. Mis primeros meses en esa red social me sirvieron exclusivamente para estar al tanto de las noticias publicadas por medios nacionales e internacionales y compartir mi columna semanal de Prensa Libre.

Con el paso del tiempo le encontré “el gusto” y casi todos los días dedico un momento para ver lo que se publica. Se valora y agradece la creatividad, el ingenio y los “tuitazos”. Hay gente con lucidez y un sarcasmo exquisito (@vania_vargas, @julioserrano), hay mensajes de colección y cuentas imperdibles (@lafilistea, @rexmamey) otras incorregibles, esas también se disfrutan. Y no me refiero solamente a las de aquellas personas con quienes se está de acuerdo sino a quienes generan un debate intenso pero respetuoso.

Por supuesto, también hay que lidiar con un montón de gente agresiva o trivial, con quienes pontifican como si fueran dueños de la verdad absoluta, con los “netcenteros” que se dedican a hostigar y a promover campañas de calumnias y desinformación —que en el último tiempo se dispararon por el ciberespacio— o con quienes dicen cualquier cosa —todo el tiempo— sin asumir responsabilidad alguna. No faltan los mensajes de odio, los que llaman a la violencia y aquellos que destilan un racismo, clasismo y machismo virulento, que se resume muy bien en la crítica a las redes sociales que en su momento hizo el escritor y filósofo italiano, Umberto Eco, cuando afirmó que las mismas le dan el derecho de hablar a “legiones de idiotas” que le hacen mucho daño a su comunidad.

Están también quienes piensan que a fuerza de tuits este país será distinto y que su cuota de “participación” y “compromiso” ciudadano se agota en el muro o en las redes sociales. Se olvidan que es el mundo real el que debemos transformar y donde debemos actuar.

Con todo, me parece que el tuiter es una herramienta valiosa de comunicación e intercambio e incluso una manera de acercar a la gente, vean ustedes: Con motivo de la FILGUA 2017, un tuitero publicó un mensaje sobre el libro Guayacán. Contaba que se había encontrado con un ejemplar antiguo, firmado por el autor, y acompañaba la publicación con una foto en donde se leía: “Para el doctor Abel Paredes Luna, celebrando emocionadamente el encuentro entre él y Guayacán. Cordialmente, Virgilio Rodríguez Macal”.

Resulta que el Dr. Paredes Luna era mi abuelo, así que respondí su tuit para pedirle más información sobre la librería en donde había visto el ejemplar para poder recuperarlo. Me contestó que él lo había comprado y en un gesto de gran calidad humana, se ofreció a obsequiármelo.

La semana pasada nos encontramos e intercambiamos el ejemplar viejo (1962, editorial José de Pineda Ibarra) por otro de una edición actual. Así conocí al abogado y tuitero Roberto García Ovalle (@RgoBobby) a quien agradezco públicamente que el libro dedicado a mi abuelo, varias décadas después, haya vuelto a la familia.

Una sorpresa adicional fue encontrar en las páginas del libro diversas fechas escritas del puño y letra de mi abuelo donde se indica el día en que terminó de leer cada capítulo y una valoración que sobre el texto escribió en la página final de ese ejemplar de Guayacán: “Terminé esta magnífica y esplendorosa obra hoy, día 18 de diciembre de 1963 (…) 560 páginas se hacen pequeñas por lo suave y dulce de su lectura, a su fin se llega con tristeza, se desea que siga en otro volumen la segunda parte de esta maravillosa descripción (…)”

En esta época de incertidumbre, confrontación y desencuentros se agradece que un libro y un tuit nos animen la vida.

@MarielosMonzon

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