EDITORIAL

La otra caja de Pandora

Corrupción, estulticia y obcecación aparecen como telón de fondo de uno de los mayores episodios de convulsión política en Europa: el movimiento independentista de Barcelona, que ha sacado flote las enormes grietas que subyacen y cuyos hechos más relevantes de estos días amenazan con abrir una caja de Pandora en el reino español.
La declaratoria de independencia del gobernante catalán Carles Puigdemont, secundada por el parlamento barcelonés, obligó a la inmediata reacción del jefe del gobierno español, Mariano Rajoy, quien invocó el artículo 155 para anular las principales instituciones catalanas, medidas que fue aprobada por el senado en Madrid, lo que abre la puerta al agravamiento de una crisis, cuyas consecuencias son insospechadas.

El primer gran problema es que desde los inicios de esta crisis hubo enormes muestras de estulticia en el palacio de La Moncloa y se dejó avanzar una crisis a la que nunca se le prestó la debida atención, lo cual aprovecharon políticos oportunistas catalanes, respaldados por otros sectores de la añeja burguesía de la ciudad para tratar de sacar ventaja de consignas populistas que son improcedentes.

El primer efecto indeseable de las medidas extremas adoptadas por Madrid es que seguramente reforzará el anhelo independentista en Cataluña, porque también ahí se da una mezcla de rechazo y afán secesionista, alimentado por un grupúsculo de políticos sedientos de poder.

Por eso es que escaló el tono de la crisis, porque ninguno de los dos bandos ha querido exponer con claridad las graves consecuencias que acarrearía una división, las cuales no solo serían catastróficas para los catalanes, sino para toda España.

Cataluña no tiene posibilidades de existir como un Estado independiente en el corto plazo, y si se diera esa posibilidad quedaría en una situación económica deplorable, al igual que el resto del país, porque cuando eso ocurra inmediatamente pierde todos los beneficios y oportunidades que brinda el mercado europeo, pero también España perdería su derecho a pertenecer a la Unión Europea.

Los mismos europeos tampoco podrían permitirlo, porque estarían ampliando el boquete de la caja de Pandora en la que existen innumerables nacionalismos sedientos de independencia y el resto del continente entraría en una volatilidad indeseable.

A eso se debe que las más consolidadas democracias europeas y del resto del mundo han declarado que no reconocerán un Estado independiente a costa del reino español, porque ni siquiera los mismos barceloneses están de acuerdo con una independencia que más bien ha sido un caballo de batalla de la dirigencia catalana.

Con el encontronazo entre los independentistas y las fuerzas gubernamentales, apenas se da un paso más en el escabroso camino de una de las crisis más inquietantes no solo de España, sino de Europa misma, y por eso ahora se impone la necesidad de actuar con mayor cautela por parte del gobierno español.

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