Para el número uno soviético de la época, Nikita Jruschov, el objetivo era demostrar la superioridad de la Unión Soviética sobre Estados Unidos, justo antes de la conmemoración del 40º aniversario de la Revolución bolchevique, el 7 de noviembre.
“Sus nueve vueltas alrededor de la Tierra convirtieron a Laika en el primer cosmonauta del planeta, sacrificado en nombre del éxito de las futuras misiones espaciales”, destaca Adilia Kotovskaya, que actualmente tiene 90 años y sigue estando orgullosa de haber ayudado a entrenar a los animales para las misiones espaciales.
Recuerda que previamente se habían enviado otros perros a altitudes suborbitales por espacio de unos minutos “para verificar que era posible vivir en un ambiente sin gravedad”.
“Había llegado la hora de enviar uno al espacio”, relata en Moscú.
Para acostumbrarse al vuelo espacial en una cápsula presurizada de 80 centímetros de largo, los perros eran colocados en jaulas cada vez más pequeñas, recuerda la científica.
Los ponían en una centrifugadora que simulaba la aceleración de un cohete en el momento del despegue, los sometían a ruidos que imitaban el interior de una nave espacial y los alimentaban con “comida espacial” a base de gelatina.
Laika, una perra callejera de unos tres años de edad que pesaba seis kilos, había sido recogida en las calles de Moscú, al igual que los otros “candidatos”.
“Se escogían perras porque no necesitan levantar la pata para orinar y por lo tanto necesitan menos espacio que los machos, y sin pedigrí porque son más despiertas y menos exigentes”, explicó la especialista que actualmente dirige un laboratorio del Instituto de Problemas Medico-Biológicos de Moscú.
Las aspirantes tenían que ser fotogénica y se escogía su nombre para que tuviera el máximo impacto en la población.
Calor y deshidratación
Laika -nombre derivado del verbo ladrar en ruso- había sido escogida entre cinco o seis candidatas por su carácter despierto, dócil y una mirada ligeramente curiosa.
“Por supuesto que sabíamos que iba a morir en ese vuelo debido a la falta de medios para recuperarla, inexistentes en aquella época”, agregó la anciana.
La víspera de su misión espacial, “la fui a ver, le pedí que nos perdonara e incluso lloré al acariciarla por última vez”, recuerda.
El lanzamiento del Sputnik con Laika a bordo, el 3 de noviembre de 1957 en Kazajistán, desde lo que luego fuera el cosmódromo de Baikonur “no hacía presagiar nada malo”, recuerda Adilia Kotovskaya.
“Obviamente, cuando el cohete se elevó, el ritmo cardíaco de Laika aumentó considerablemente”. Pero al cabo de tres horas la perra recuperó su ritmo normal.
De repente, tras la novena rotación alrededor de la Tierra, la temperatura en el interior de la cápsula de Laika comenzó a aumentar y superó los 40 grados centígrados, a falta de protección suficiente contra la radiación solar.
El resultado fue que Laika, que debería haber sobrevivido entre ocho y diez días, murió al cabo de unas horas por exceso de calor y deshidratación.
La radio soviética siguió sin embargo suministrando informes cotidianos sobre la “buena salud de Laika”, convertida en heroína planetaria.
Según la versión oficial sostenida durante mucho tiempo por Moscú, Laika murió a causa de un veneno que recibió en su comida para evitarle una muerte dolorosa durante el retorno de la nave a la atmósfera.
El Sputnik se desintegró en la atmósfera el 14 de abril de 1958 sobre las islas Antillas, con su pasajera muerta cinco meses antes.
El 19 de agosto de 1960, un vuelo espacial trajo vivas de regreso a Tierra a dos perras enviadas al espacio, Belka y Strelka, abriendo el camino al primer vuelo habitado del soviético Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961.