Otra es El patio de mi casa: “El patio de mi casa es particular. Cuando llueve se moja, como los demás. Agáchate, y vuélvete a agachar, que los agachaditos sí saben bailar. Chocolate, molinillo…”.
Una más dice: “A la víbora de la mar, de la mar, por aquí pueden pasar; los de adelante corren mucho, los de atrás se quedarán”. Esta surgió como parte de un juego en la antigua Grecia en el que los niños imitaban a una especie de caseta de cobro —que hoy es el puente que se hace entre dos niños—, mientras que otro grupo formaba una hilera fingiendo ser mulas.
Cuando el juego llegó a Roma y luego a España, se cambió la referencia de los animales de carga por el de caracoles comestibles llamados bígaros: “Bígaros, bígaros de la mar, ¿quién por aquí podría pasar? Por aquí yo pasaré y un infante dejaré. Ese infante, ¿quién será?; un borriquín que atrás quedará”.
Después de la Conquista y en las casas novohispanas de México donde los niños de distintas castas se juntaban a jugar, los mestizos no sabían qué era un bígaro, por lo que se cambió por una víbora.
La ronda infantil sobrevivió al paso de los siglos y también se extendió por otros países, como el nuestro.
De las clásicas también se rescata Mambrú se fue a la guerra, muy popular entre los escolares de la Guatemala del siglo XX. “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena. Mambrú se fue a la guerra, muy pronto volverá, lalarín, lalarán, muy pronto volverá. Será para Año Nuevo o para Nochebuena, será para la Pascua o para Trinidad, lalarín, lalarán, o para Trinidad”.
Esta melodía, presumiblemente, se remonta a la Francia de 1709, año en el que se peleaba la batalla de Malplaquet contra los ingleses, cuyo comandante era John Churchill, duque de Marlborough.
Un rumor decía que el duque había muerto, por lo que los soldados franceses se burlaban cantando: “Marlborough s’en va-t-en guerre, mironton, mironton mirontaine, ne sais quand reviendra”.
Pero el duque no estaba muerto; es más, derrotó en batalla a sus oponentes. Ese hecho, sin embargo, no evitó que la canción llegara a las nodrizas de Luis XVI y de ahí a la España de los Borbones, quienes, al no poder pronunciar Marlborough, lo cambiaron por Mambrú: “Mambrú murió en la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena. Mambrú murió en la guerra, dan ganas de llorar, lalarín, lalarán, dan ganas de llorar”.
Don Gato también era una canción popular en los jardines de niños de la década de 1930: “Estaba el señor don gato sentado en silla de oro, estrenando medias blancas y zapato colorado. En eso pasó la gata mostrándole indiferencia, y el gato por darle un beso se cayó desde el tejado”.
En 1936, la Revista de Educación publicó la canción escolar El Polichinela, escrita por Lucía Martínez Sobral de Tejada: “Aquí está el Polichinela / que ha venido a saludarte / si le tiras de una cuerda / obediente salta así: / salta así, salta así / obediente salta así.
Una gran cantidad de rondas de la época se publicaban con sus respectivas partituras. Un ejemplo es El aeroplano, con música de Gilberto Anleu y letra de Arnulfo Maldonado E.: “Rrrrrrrrr… Estoy en las nubes, muy alto, muy alto, muy alto, / ahora dispuesto a bajar, a bajar, a bajar, / ya distingo bien el campo / para aterrizar… / Piloto, piloto, cuidado, cuidado, cuidado, / no me vayas a destrozar, destrozar, destrozar…”.
El historiador Adrián Recinos también recoge una añeja canción de cuna de finales del siglo XIX y principios del XX: “Señora Santa Ana, Señor San Joaquín, escondan al Niño, por el tacuazín. / Señora Santa Ana, ¿por qué llora el Niño? Por una manzana que se le ha perdido”.
Este género de coplas, apunta Recinos, se la cantaban tanto a la imagen del Niño Jesús como las madres a sus pequeños, con el objeto de adormecerlos.
Para la década de 1950 ya se habían incorporado otras canciones infantiles. En la revista Minuto, una publicación de divulgación literaria, se leían varias de ellas. Orquesta de grillos decía así: “¿Quién enseñó a los grillos a tocar el violín? Debajo de la puerta me vienen a cantar… Toda la noche suena su orquesta de cristal, ¿quién enseñó a los grillos a tocar el violín?”
En esas páginas se encuentra una tierna dedicada a la abuelita: “Yo quisiera regalar / a mi querida abuelita / un ramito de azahar / y una linda palomita. / Flores, para perfumar / entre ramos de bambú / y la blanca palomita, / para que le haga: cu, cu”.
¿Cómo se hacía para explicarles a los niños de dónde venían sus hermanitos? Pues lo hacían con canciones: “¿Lo trajeron en una caja, como a una muñeca? / ¡No, no, no! / ¿Un pájaro muy raro entró por el balcón? / ¡No, no, no! / Yo sé bien la verdad / Mamita lo ha guardado / desde hace mucho tiempo / junto a su corazón”.
También se han escrito en idiomas mayas. Jorge Sipac Tzirín compuso la canción Kib’ix ak’wala (Cantos de niños) y va así: “Konojel ri ak’wala’ / e rukotz’ijal ri jay, / e rukotz’ijal ri tinamit, / konojel ak’wala’ (…) Katan pe nukotz’i’j, / nub’ij ri qati’t, / roma ri’ yoj b’ixan / qonojel ak’wala’”, que se traduce en “Todos los niños y las niñas / son las flores de la casa, / son las flores de este pueblo, / todos los niños y las niñas (…) Vengan para acá mi flor, / dice nuestra abuela, / por eso es que cantamos / todos los niños y las niñas”.
Salto en el tiempo
Las canciones que entretienen a los niños son numerosas. En el siglo XXI han variado en comparación de lo que se escuchaba en las décadas de 1980 y 1990. De hecho, ahora muchas están caricaturizadas; ese material se consigue en internet a través de plataformas como YouTube.
Una que está de moda es la de Bartolito: “Bartolito era un gallo / que vivía muy feliz. / Cuando el sol aparecía / Bartolito cantaba así: “muuu” / ¡No, Bartolito! Eso es una vaca”. Así pasa entre un pato, una oveja, un lobo, un gato y un perro, hasta que por fin hace como un gallo: “Bien, Bartolito!”, gritan los niños, con aplausos incluidos.
Otra es Una mosca parada en la pared, la cual, a lo largo de la canción, va cambiado las vocales: Ana masca parada an la parad… Ene mesque perede en le pered, etcétera.
Los niños de hoy también disfrutan con la serie de la Gallinita pintadita o de Pica-Pica. Una de ellas dice “Esto es el baile de la fruta (x4), melocotón, melocotón, melocotón, melocotón, melocotón…”, mientras que Cartoon Studio lanzó Chuchuwa: “Atención, sí señor. Chuchuwa, chuchuwa, chuchuwa, wa, wa (x2). Compañía, brazo extendido, un, dos, tres…”.
Sin embargo, muchas se mantienen vigentes con ligeros cambios de letra. Entre ellas Si tú tienes muchas ganas de aplaudir; Aserrín, Aserrán (… los maderos de San Juan; piden queso, piden pan…); La gallina turuleca; Un elefante se columpiaba; Pin Pon es un muñeco (…muy guapo y de cartón, se lava la carita con agua y con jabón…); Vamos a la huerta del toro torojil (… a ver a la rana comiendo perejil); Los pollos de mi cazuela; el Matatero Terolá; Que llueva, que llueva; o la del Marinero —que se fue a la mari, mari, mari, para ver lo que podría veri, veri, veri; y lo único que pudo veri, veri, veri, fue el fondo de la mari, mari, mari—, solo por mencionar unas pocas.
Están, asimismo, los popurrís para los viajes en autobús como “¡Chófer, chófer, más velocidad, métale la pata y verá cómo se va!”, o aquella interminable que trata de dilucidar quién robó pan en la casa de San Juan.
Este tipo de canciones, de acuerdo con los expertos, potencian el desarrollo intelectual, auditivo, verbal, sensorial, motriz y social de los niños. Asimismo, favorecen su sentido musical, comprensión del entorno, retentiva y capacidad de expresión.