La tradición cuenta que el nombre de “Portal del Señor”, surgió de la misma población debido a que en un espacio del edificio, no se sabe si intencional o por casualidad, alguien colocó una pintura de Jesús del Pensamiento.
La religiosidad arraigada de los guatemaltecos de esa época inmediatamente los llevó a colocarle velas, flores e incienso, hasta que la imagen se arraigó en sus corazones.
En ese portal que llamaban de “El Señor”, dormía gente muy pobre y los mendigos “la Palomita”, “Tata Candelero” y “La Cucuaracha”, por ejemplo, según el escritor Antonio Batres Jáuregui en una de sus obras.
La vida inicial de esta ciudad era así. Tiempos tranquilos, monacales y de pensamientos conservadores.
Aquel famoso portal permaneció allí, pegado a la tierra que lo vio nacer, pero no por muchos años, ya que en un día de 1917, sin más, ni para qué, lo mandaron a demoler.
En esas estaban, cuenta don Antonio Batres Jáuregui, cuando alguien se dio cuenta con una inscripción: “Cuando este portal caiga, caerá toda la ciudad“, era la sentencia.
Por esa razón, cuando llegaron los terremotos de 1917-18 las abuelas siempre se recordaban de dicha lápida y asociaban la situación a su amenazante inscripción. El cuadro del Señor del Pensamiento se trasladó a la Catedral Metropolitana, aunque en la actualidad no está expuesto a veneración.
Y ese portal murió para luego resucitar en las páginas de El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias.
“Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciéndose unos a otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñiendo muchas veces a codazos y algunos con tierra y todo, revolcones en los que tras escaparse, rabiosos se mordían”, dice la obra.
“En las gradas del Portal se les veía, vueltos a la pared, contar el dinero, morder las monedas de níquel para saber si eran falsas, hablar a solas, pasar revista a las provisiones de boca y de guerra. Ellos eran 'el Pelele', 'Patahueca', el 'Viuda' y el 'Mosco'” agrega Asturias en los primeros párrafos de su libro, al describir los personajes cuyo techo era el portal.
Ya no se ve transitar a algún clérigo con sotana color de ala de mosca ni se escucha un carruaje rechinar sus ruedas en el empedrado de las calles… mucho menos alguien que nos hable de aquel viejo portal.
Por allí quedaron escritas en las páginas de El Señor Presidente, algunas cosillas de la historia de esa famosa construcción por cuyas arcadas corretearon un día los abuelos, o se paró gallardo más de algún militar, para ver lo que ocurría en la Plaza Mayor.