VENTANA

El perdón

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“Vivir con la  conciencia tranquila es la mayor  dicha que podemos tener”, cantó el Clarinero.  “Es difícil perdonar”, me dijo una amiga. “Sí”, respondí, porque para ello es esencial liberarnos  del pasado… saberlo superar. Es necesario tener  el coraje para  dejar ir  cualquier rencor o agravio sufrido que nos provoque tristeza.   No  es fácil pasar  la página   de las experiencias dolorosas.  No es fácil superar las heridas de la vida, pero el perdón alivia  nuestra carga. No  importa la edad ni  las metas que nos  hayamos  propuesto. Es fundamental  vivir en paz con nosotros mismos. Así colaboramos con generar armonía  en  nuestras  familias, en nuestra  comunidad, en el país,  que tanto la necesita porque vivimos rodeados de violencia.  La   energía sanadora del perdón  transforma  nuestra vida y la de los demás.

Con motivo de la Navidad, esa querida amiga que me dijo que era muy difícil perdonar, me envió un correo con un mensaje muy particular y agregó que ella no solo leyó el mensaje, sino que lo puso en práctica. Me comentó que había sido una gran lección. Lo narra un joven adolescente. Lo resumo así. “El maestro nos pidió que lleváramos a su clase unas papas crudas en una bolsa de papel. Al siguiente día nos dijo que eligiéramos una papa por cada persona a la que le guardábamos algún resentimiento. Escribimos su nombre sobre la papa y la pusimos dentro de la bolsa. Luego nos pidió que durante el resto de la semana lleváramos junto con los libros en la mochila esa bolsa de papas. ¡Algunas mochilas eran realmente pesadas! Al pasar los días las papas empezaron a podrirse, además resultaba fastidioso acarrearlas. Me di cuenta también de que, mientras ponía mi atención en la mochila, desatendía otras cosas más importantes para mí. Al final de la semana el maestro nos dijo que, antes de sacar cada papa de la mochila meditáramos sobre qué sentíamos en ese momento por cada persona”.

La reflexión del joven fue la siguiente: “El ejercicio me hizo pensar que el precio que pagaba por no perdonar algo que ya había pasado y no podía cambiar era muy alto. Muchas veces pensé que el perdón era un regalo para el otro. Ahora me di cuenta de que los primeros beneficiados somos nosotros mismos. Todos cargamos papas pudriéndose en nuestra “mochila emocional”. La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario, a gotas, pero que finalmente nos termina envenenando. Por ello, al primero que se tiene que perdonar es a uno mismo, por todas las cosas que no fueron como hubiera querido. El perdón libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. No significa que esté de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebo, porque perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que me lastimó. Simplemente significa dejar de lado los pensamientos negativos que me causaron dolor o enojo. El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó, es una decisión, no un sentimiento”.

Viene a mi mente la frase de la canción que Sara Brightman canta con su extraordinaria voz: “Somos como polvo en el viento; si todo pasa en la vida y nada pasa…”¿Entonces por qué seguir alimentando rencores? ¿Por qué no aprovechar ese dolor para transformarlo en algo positivo, que nos haga mejores seres humanos? “El perdón es la virtud de los fuertes”, expresaba Gandhi. Jesús puso la otra mejía, demostró que poseía la fuerza interna para dejarlo ir. Nada podía humillarlo. ¡Feliz Navidad!

clarinerormr@hotmail.com

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