“Murió en la casa, con nosotros. Eran como las 8:00 de la noche y mi madre nos pidió que por el momento no le avisáramos a nadie porque quería pasar una noche más con él”.
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“Ninguno de nosotros podría encontrar un mejor compañero de vida”: Marie y Pierre Curie y otras 3 grandes historias de amor de la ciencia
"Hubo un momento que me marcó. Sí, ese momento fue el más impresionante. Mi padre acababa de morir", me cuenta Elijah.
Cuatro parejas que se entregaron a la ciencia (Fotos: Getty, US Naval Research Laboratory, Helen Free, Familia Wald).
“Esa noche durmió al lado del cuerpo de mi padre”.
“Ese amor tan grande es algo que aún me cuesta imaginar. Es que cada uno era el centro del universo del otro”, me dice.
Ruth Hubbard y George Wald: un amor secreto
Elijah Wald es el hijo de Ruth Hubbard y George Wald, dos científicos sin los cuales nuestro conocimiento sobre la bioquímica de la visión sería absolutamente incompleta.
Ruth nació en Austria, pero en 1938, ante la llegada de tropas nazis, tuvo que huir junto a su familia judía.
En Estados Unidos, estudió Biología en la Universidad de Harvard y conoció a quien sería su esposo, Frank Hubbard. Se casó cuando tenía 18 años y poco tiempo después él se fue a combatir en la guerra.
Ella consiguió un trabajo como asistente de investigación en el laboratorio de Química de Harvard, el cual era liderado por el profesor estadounidense George Wald.
A los dos les intrigaba profundamente la fotoquímica de los globos oculares, así que unieron conocimiento, talento y muchas horas para investigarla.
Y, en eso, se enamoraron.
“La historia es hermosa pero algo complicada. Mis padres empezaron una relación secreta cuando ella tenía 19 años y él 36, ella era estudiante y él, profesor”, me dice su hijo.
“La mantuvieron en secreto por unos 14 años”. Se divorciaron de sus parejas y en 1958 se casaron. “Yo nací en 1959”. Después llegaría su hermana.
El Nobel
“Siempre estaban juntos, no sólo en la casa. Se iban caminado juntos al laboratorio y trabajaban uno al lado del otro”, indica. “Imaginarlo a él sin ella era imposible para mí”.
Ruth y George trabajaron juntos durante 20 años antes de que el Nobel tocara la puerta de uno de ellos.
En 1967, a George se le concedió el Nobel de Fisiología y Medicina junto a los científicos Haldan Keffer Hartline y Ragnar Arthur Granit “por sus descubrimientos sobre los principales procesos visuales fisiológicos y químicos en el ojo”.
Aunque nadie discute que George era un absoluto merecedor del honor, para muchos expertos, Ruth debió haber estado entre los galardonados.
Y es que ella fue clave para dilucidar cómo los ojos convierten la luz en información. “Fue un trabajo de los dos”, me dice Elijah.
Una feminista
Ruth publicó decenas de estudios sobre la visión y junto a su esposo recibió la Medalla de Oro Paul Karrer por su investigación sobre la rodopsina.
Elijah me cuenta que nunca imaginó cómo a esta “feminista fuerte y comprometida” le afectaría la muerte de su esposo.
Era el año de 1997. Él tenía 90 años.
“Ella pensaba que cuando mi padre muriera, su vida iba a continuar con más ímpetu: iba a dictar conferencias, viajaría más, escribiría más libros. Pero cuando mi papá murió, ella no quería hacer nada. Él era su otra mitad. Una vez sola en el mundo, le fue muy difícil continuar. Pasaron unos cinco años en los que no hizo casi nada. Retomó su vida intelectual, pero ya no era lo mismo. Ella no tenía la menor idea de que sin él su ambición no era la misma”.
Ruth murió el 1 de septiembre de 2016 y no sólo es recordada por sus aportes científicos sino por ser una feminista crítica que desafió los paradigmas masculinos en la ciencia e impulsó el rol de las mujeres en ese campo.
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Marie y Pierre Curie: la pareja más emblemática de la ciencia
Cuando era estudiante en París, la joven polaca Marie Sklodowska le preguntó a un amigo si sabía de algún laboratorio en el que pudiese hacer sus experimentos.
Su amigo, quien era profesor de Física, pensó en su colega Pierre Curie, así que organizó un encuentro.
Era 1894.
“Cuando entré al salón, Pierre Curie estaba parado entre las puertas abiertas de un ventanal que daba a un balcón. Se veía muy joven, aunque en ese momento tenía 35 años. Me impresionó la expresión abierta de su rostro y el leve indicio de desapego en toda su actitud.
Su hablar, lento y deliberado, su sencillez y su sonrisa, a la vez grave y juvenil, me inspiraron confianza.
Nos volvimos a encontrar en la Sociedad de Física y en el laboratorio. Entonces me preguntó si me podía visitar… Pierre Curie vino a verme y me mostró una solidaridad simple y sincera con mi vida de estudiante”.
“Pronto desarrolló la costumbre de hablarme sobre su sueño de una existencia consagrada enteramente a la investigación científica y me pidió compartir su vida. No fue, sin embargo, una decisión fácil para mí, pues significaba la separación de mi paísy de mi familia y la renuncia a ciertos proyectos sociales muy queridos por mí (…)
Nuestro trabajo nos acercó más y más, hasta que los dos estábamos convencidos de que ninguno de nosotros podría encontrar un mejor compañero de vida”.
Estos fragmentos escritos por Marie Curie fueron sacados del texto “Marie Curie and the Science of Radioactivity” (“Marie Curie y la Ciencia de la Radioactividad”) del Instituto Estadounidense de Física (AIP, por sus siglas en inglés: American Institute of Physics) y de la autora Naomi Pasachoff.
La boda
El 26 de julio de 1895, Pierre y Marie se casaron en una ceremonia civil en Francia.
En lugar de un suntuoso vestido de novia, Marie prefirió un vestido azul oscuro y así explicó la razón:
“No tengo vestido excepto el que uso todos los días. Si usted va a ser tan amable de darme uno, por favor, que sea práctico y oscuro, de tal manera que me lo pueda poner después para ir al laboratorio”.
Así lo recuerda en una biografía de la científica la organización de caridad británica Marie Curie.
En su luna de miel decidieron irse a pasear en bicicleta por la campiña francesa.
Tuvieron dos hijas, Irene y Eve.
Gracias a sus estudios sobre la radiación, los esposos ganaron, en 1903, el Nobel de Física junto al científico francés Henri Becquerel.
“Al principio, Marie no fue incluida en la nominación. Pero cuando Pierre se enteró, se quejó y el nombre de Marie fue añadido, con lo que se convirtió en la primer mujer que ganaba un Nobel”, recuerda la fundación.
“Es el fin de todo, todo, todo”
Era un día lluvioso de abril de 1906 cuando Pierre murió. Fue atropellado por un carruaje tirado por caballos cuando cruzaba una calle.
En su diario, Marie describió la “catástrofe” de perder a su “mejor amigo”: “No me sentía capaz de enfrentar el futuro”.
“Te pusimos en el ataúd el sábado por la mañana y sostuve tu cabeza. Besamos tu rostro frío por última vez” (…)
“Tu ataúd fue cerrado y no te pude ver más. No permití que lo taparan con la horrible tela negra. Lo cubrí con flores y me senté a su lado… Taparon la tumba y colocaron gavillas de flores sobre ella. Todo ha llegado a su fin, Pierre está durmiendo su último sueño bajo la tierra; es el fin de todo, todo, todo“.
Cinco años después, Marie nuevamente ganaría un Nobel, esta vez en Química.
Su entrega a la ciencia continuaría hasta sus últimos días.
Sufriría de leucemia, la cual fue provocada por la prolongada exposición a la radiación.
El 4 de julio de 1934, moriría una de las científicas más importantes de la historia y un ícono universal.
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Helen y Alfred Free: el amor entre las revolucionarias tiras reactivas de orina
Cuando llamé a la doctora Helen Murray Free, quien nació en 1923, lo que más me cautivó de nuestra conversación fue la carcajada que soltó cuando le pregunté:
“¿Y cuándo se enamoró del doctor Alfred?”
“Me enamoré de él el momento en que lo conocí”, me respondió desde su casa en Indiana, Estados Unidos. “Era mi jefe. Es que me terminé casando con el jefe“, me contó entre risas.
La entrevista
Helen y Alfred Free se conocieron en los Laboratorios Miles, hoy Laboratorios Bayer, en Estados Unidos.
Helen había estudiado Química y tras graduarse en el Colegio Universitario de Wooster en 1944, consiguió un empleo en Miles.
Poco después de empezar a trabajar en el departamento de control de calidad, les pidió a sus supervisores que la transfirieran a la unidad de investigación porque se “aburría” de probar vitaminas, recordó la científica en un artículo publicado por la Sociedad Estadounidense de Química (AMS, por sus siglas en inglés: American Chemical Society).
En 1946, le permitieron que fuese entrevistada por un reconocido experto que iba a crear un nuevo laboratorio de investigación bioquímica.
El experto era el químico y profesor estadounidense Alfred Free, quien quedó sorprendido con su conocimiento y le dio la bienvenida a su equipo.
“Él era perfecto”
Al tiempo de que la relación laboral se desarrollaba, su atracción crecía.
“Creíamos que éramos muy discretos”, recordó la doctora, pero después supo que los colegas se habían dado cuenta de que algo estaba pasando entre ellos.
La científica me contó que cuando empezó a trabajar en el laboratorio, no tenía ningún apuro en casarse, ni en tener hijos. “Era una chica enfocada en su carrera”, me dijo.
Sin embargo, para ella, las cualidades de su jefe eran imposibles de ignorar. “Él era increíble, inteligente, articulado, además era generoso. Era perfecto”, señaló.
Y cuando se casaron, en 1947, su pasión por la ciencia tenía la mesa servida en su casa.
“Nosotros sólo hablábamos de trabajo, trabajo y trabajo. Pasábamos 24 horas pensando en nuestro trabajo. Él me hablaba de sus ideas y yo le contaba de las mías. Pasamos momentos maravillosos”, indicó.
Y también llegaron sus seis hijos.
Los inventores
El trabajo del matrimonio Free en el campo de la química revolucionó las pruebas para diagnosticar enfermedades y detectar el embarazo en el laboratorio y en los hogares.
Los dos inventaron las tiras reactivas que son usadas en todo el mundo para monitorear la diabetes al revelar la presencia de glucosa en la orina del paciente.
Se trata de unas cintas de pocos milímetros de ancho, impregnadas de sustancias químicas, que al entrar en contacto con los compuestos presentes en la orina reaccionan a cualquier cambio patológico.
En 1956, lanzaron al mercado las primeras tiras reactivas colorimétricas y en 2000, poco después de la muerte de Alfred (a los 87 años), fueron incluidos en el Salón de la Fama de los Inventores de Estados Unidos.
Estas pruebas no solo han tenido un gran impacto en los análisis de orina, sino también en los estudios de sangre.
Alfred Free publicó más de 200 artículos especializados, muchos de los cuales hizo con su esposa.
Juntos también escribieron dos libros que son considerados fundamentales en el campo de la investigación bioquímica.
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Isabella y Jerome Karle: el esposo que no quería aceptar el Nobel de Química
Cuando a Jerome Karle y a Herbert Hauptman les concedieron el Premio Nobel de Química, en 1985, por “sus destacados logros en el desarrollo de métodos directos para la determinación de estructuras cristalinas”, Karle no estaba del todo feliz con la noticia.
“No lo quería aceptar“, contó su hija, Louise Karle Hanson.
Su padre estaba profundamente decepcionado porque su esposa, Isabella Lugoski, no había sido incluida en el honor.
“Y ella (su esposa) le dijo: 'Adelante, es una tontería. Deberías aceptarlo“.
Entre moléculas
Ese capítulo de la historia del matrimonio Karle fue recordado en el obituario que hizo The New York Times de la extraordinaria química que murió en octubre de 2017.
“Mi padre nunca hizo realmente una estructura de cristal en su vida”, evocó Hanson. Su madre fue quien demostró que la técnica funcionaba.
“Isabella Karle se enseñó a sí misma cristalografía de rayos X y concibió aplicaciones prácticas de la teoría de su esposo, la cual ella usó para descifrar la estructura de moléculas en sustancias como fármacos, esteroides y las toxinas de las ranas”, señaló el autor del obituario, Kenneth Chang.
Los estudios de Isabella sobre estructuras moleculares y sobre “la extracción y purificación de plutonio han tenido una influencia radical en muchos campos científicos”, señala The Atomic Heritage Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada a la preservación e interpretación del legado del Proyecto Manhattan, el programa liderado por Estados Unidos para desarrollar una bomba atómica.
En la autobiografía que Jerome escribió para el Nobel, el científico señaló que durante toda su vida de casado, siempre tuvo “el fuerte apoyo” de su esposa en ambos campos: “el técnico y el espiritual”, elogió la carrera de su pareja y reconoció sus esfuerzos por continuar con sus propias investigaciones científicas tras haber tenido y criado a tres hijos.
“La primera chica”
Isabella y Jerome se conocieron en la Universidad de Michigan en 1940. Él venía de estudiar Biología y ella, Química.
“Él nunca había ido a una escuela donde había chicas. Creció en Brooklyn y aparentemente, incluso en la primaria, las niñas y los niños estaban separados. En la secundaria, también estaban divididos. Después fue al City College, en una época en la que era sólo para varones. Por eso, bromeaba con él y le decía que la primera chica que conoció en la escuela había sido yo”, contaba Isabella en una entrevista* que le concedió a The Atomic Heritage Foundation en 2015.
Y el día que se conocieron lo recordaba así:
“Fue el primer día de laboratorio de química física y se suponía que (la sesión) duraría toda la tarde. Nos asignaron el puesto de trabajo en orden alfabético y mi apellido comenzaba con L. El de mi esposo con K”.
“Caminé por el laboratorio y había un joven en el escritorio ubicado al lado del mío con todos sus equipos listos haciendo un experimento. No creo haber sido muy educada al respecto. Le pregunté cómo había hecho para llegar temprano y tener todo preparado. No le gustó. Así que no hablamos por un tiempo. Cuando vino el primer examen, decidió preguntarme: '¿Y cómo respondes esta pregunta y esta otra?' Entonces se dio cuenta de que yo sabía de lo que estaba hablando”.
Poco tiempo después vendría la primera invitación a salir: un concierto, The Messiah. Y después, la boda. Isabella tenía 20 años.
Jerome murió en 2013 de cáncer de hígado y será recordado como uno de los científicos que concibió una herramienta clave para el desarrollo de nuevos fármacos.
(*)La entrevista de Isabella Karle (en inglés) la puedes leer en el sitio web de The Atomic Heritage Foundation aquí
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