Para conocer mejor el legado de este grupo artístico, la crítica de arte Irma de Luján escribió este texto en 2009, cuando se celebraron los 40 años de fundación del grupo Vértebra:
“En agosto se celebró el aniversario de la creación del Grupo Vértebra. En la misma época existieron otros grupos, pero sin ningún programa, por lo que tuvieron poca duración, al igual que Vértebra, aunque éste sí tuvo trascendencia.
Creado en 1969, reunió en su inicio a cinco artistas: Roberto Cabrera, Élmar René Rojas y Marco Augusto Quiroa. Poco tiempo después se unieron al grupo Enrique Anleu Díaz y Ramón Ávila.
Respecto de la muestra que se presentó en Casa Ibargüen, creo que, por la importancia que tuvo Vértebra en su momento, la exposición obligadamente tenía que ser de calidad. Una buena muestra es la que nos permite apreciar sutiles semejanzas o diferencias, acercarnos a la obra para su mejor comprensión.
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¿Quién escogió las obras? ¿Quién hizo el montaje? Quien quiera que lo haya realizado, no fue más lejos que una chapuza.¿Por qué no dar un catálogo, por sencillo que este sea? Un extranjero o un compatriota se queda perdido en esta muestra tan poco documentada: se ingresa por un pequeño cubículo en donde están colgados dos afiches de Vértebra, con el texto colocado al revés y a una considerable altura. Nos da la bienvenida una monumental vértebra de cualquier mastodonte, por lo cual, alguien que no sabe cuál fue la importancia del grupo Vértebra, podría creer que entra a una exposición de Paleontología.
Vértebra surgió, como todos los grupos de América Latina, en una época “vulnerable”, centrado en el concepto de resistencia. Estos jóvenes artistas pensaron con justicia que era necesario trabajar simultáneamente las obras y las concepciones ideológicas. En la actualidad, Vértebra es un importante referente histórico que enriquece la plástica nacional.
La muestra hubiera estado bien conjuntada si el grupo en completo hubiera expuesto. La falta de Roberto Cabrera fue muy notoria. La obra de este artista es una compleja organización casi barroca. No es lo suyo un arte de evasión ni hay referencias que no sean la preocupación espacial y el empleo de materiales reciclados.
Ramón Ávila, por esos años recién llegado a Guatemala, estaba inmerso en el nuevo realismo, la densidad de su textura y el gran dominio compositivo hacen de su obra nuevas referencias plásticas. En Enrique Anleu Díaz, el cromatismo apagado de su pintura se extiende por toda la tela, las matizaciones de luz y sombra las provoca la materia. En algunos casos es fustigada por severas líneas negras.
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Élmar René Rojas, por esos años tenía prisa por mostrar que su pintura es una sutil detectora del misterio de la forma, rescatando el valor sugestivo que la obra contiene. Marco Augusto Quiroa basa la obra en lo expresivo del color, sus raíces tienden a lo popular. Su obra encierra una poesía muy personal. El colofón de la muestra es la obra de Milagro Quiroa. Por el momento está atraída por el expresionismo, el arte popular, un poco de surrealismo, una pizca de impresionismo y una dosis de Frida Khalo. Ve o más bien imagina cosas con total desenfado y nulidad de criterio: enfoque tan cómodo como monótono.
El concepto pasa a segundo término, la luz arranca de focos múltiples sobre el excesivo color. En toda su obra asoma el peligro de encuadrar lo subjetivo en una fórmula, y por lo tanto la anula. Su audacia pictórica gravita más en el ánimo del contemplador que en el peso y la invención de su imaginativa. Es el momento de que suprimamos ese prurito generalizado de querer ser artista, lo cual creo que a todos nos sobrevino en la edad infantil, cuando por nuestras obritas solo recibíamos sonrisas comprensivas.
En este caso salvando lo que no se puede salvar, solo podemos suprimir la sonrisa y mantener un poco de comprensión.”