ALEPH

Marco Antonio aún no tiene país

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Tantos Marcos Antonios. Tantos niños, niñas y adolescentes que el Estado desaparece todos los días de una vida digna, de las oportunidades de desarrollo, de ser seres humanos, para verlos reaparecer luego (si llegan a reaparecer) como jóvenes llenos de ansiedades, incertidumbres, violencias e inseguridades. Tantos, que las cifras nos provocan arcadas y nos aplastan cada día. Tantos y tantas, que cuando para uno se logra justicia, sentimos que avanzamos.

En Guatemala se calcula que más de cinco mil niños y niñas desaparecieron durante la guerra. Hoy, según las cifras de Alba-Keneth, 16 niños, niñas o adolescentes desaparecen cada día, y solo 6 son localizados. Por otra parte, se habla de un millón 600 mil adolescentes y jóvenes en edad escolar o universitaria, fuera del sistema educativo; de 1 de cada 2 niños y niñas menores de 5 años de edad con desnutrición crónica; de más de 90 mil niñas y adolescentes destinadas a vivir maternidades forzadas solo en el 2017, casi todas producto de una violación, sin contar las violaciones que no fueron registradas porque no hubo embarazo o las que dieron a luz ayudadas por una comadrona; y se habla también de la presencia de entre 15 y 20 mil pandilleros. Estas son algunas de las formas que adopta el Estado guatemalteco para desaparecer, de una manera u otra, a quienes constituyen su presente, su futuro, su esperanza.

Marco Antonio Molina Theissen era un adolescente sano y alegre, hijo de una maestra y un contador, y tenía 14 años cuando fue secuestrado en 1981. En nuestra memoria se quedó de esa edad para siempre. Arrancarlo del abrazo de su madre y su padre, sin siquiera una orden de juez de por medio, no solo fue entonces un acto que pretendió ser castigo y venganza contra una persona de su familia (y por extensión contra toda), sino un hecho cobarde de los guardianes del régimen de terror que imperaba entonces en el país. Por ello fueron ligados a proceso Francisco Luis Gordillo Martínez, Edilberto Letona Linares, Hugo Ramiro Zaldaña Rojas y Manuel Antonio Callejas Callejas. (Tres artículos anteriores hablan más detalladamente de esto: La justicia que estamos aprendiendo, Desaparición y justicia, y La niñez que no fue, todos de 2016).

En uno de esos artículos señalo que “si la muerte duele una vez, la desaparición duele tres: una por la ausencia, otra por no haber podido vivir el instante de la despedida, y una más por la impotencia que se siente contra los poderes fácticos que impiden llegar a la verdad y la justicia”. Hoy, 37 años después del secuestro y desaparición de Marco Antonio Molina Theissen, inicia finalmente en el Juzgado C de Mayor Riesgo el debate oral y público del juicio contra los responsables de aquel hecho. Y será la justicia la que decida. Acá, en este pequeño espacio, lo que se quiere es solo estar a favor de la vida. Acompañar, como dijo una querida amiga, “la cruzada de Emma Theissen de Molina, sus hijas, Eugenia, Lucrecia y Emma Molina Theissen y sus compañeros, hijas, hijos y todos los acompañamientos de redes, amigos, amigas, de estudiantes en las plazas rupturistas del 2015 que sintieron ser la misma voz de denuncia que fueron las Molina Theissen en 1981 y se acercaron solidarias a la foto de la sonrisa de un niño desaparecido, para sentir el rigor del agravio mientras se ocupaban de gritar consignas contra la impunidad y el despojo en su propio tiempo”.

Se quiere acompañar los 13 mil amaneceres de una madre que cada día ha perseguido una verdad que le atañe entrañablemente; hacer de esta historia la metáfora de tantas otras que han visto desaparecer a niños, niñas y adolescentes de una u otra forma, sin que el fondo de las cosas se transforme. Se quiere la desnudez del lado justo de la historia, para que las instituciones se hagan más fuertes y más justas. Queremos apostarle a la justicia, y por ello a la vida. Porque sin la memoria no hay historia presente o futura; es allí donde se guarda la vida, donde habitan la lucidez y la viabilidad de los pueblos.

cescobarsarti@gmail.com

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