LA BUENA NOTICIA
Cosmologías en contraste
Ningún humano nace con su vida programada de antemano. Ni como individuos ni como sociedad tenemos prescrito lo que haremos o nos sucederá. Somos libres y por eso definimos el presente con nuestras acciones y proyectamos el futuro con nuestras anticipaciones y deseos. Por eso también el futuro nos inquieta, porque lo que sucederá no depende solo de nuestras decisiones personales, sino de las decisiones que otros tomen en el conjunto de la sociedad y de los acontecimientos naturales propios de las dinámicas cósmicas como los terremotos, huracanes, enfriamientos globales y tiempos de bonanza y estabilidad.
' Cuando la fe ya no tiene vigencia, la irresponsabilidad moral es una consecuencia previsible.
Mario Alberto Molina
En la cosmovisión que articula nuestra experiencia, el tiempo es la medida del movimiento sin fin de los astros. La tierra seguirá girando sobre sí misma y alrededor del sol, y por eso los días y los años se sucederán sin alteraciones. Las personas y la humanidad proyectamos nuestro futuro en el marco de esa temporalidad sin fin. Nuestro tiempo se vería truncado solo por un improbable choque de un meteorito descomunal sobre la superficie de la tierra. Los humanos también podremos aniquilarnos en una guerra atómica, química o biológica, o quizá también podremos hacer de la Tierra un ecosistema inhabitable y extinguirnos. Pero estos acontecimientos, a la par que improbables, tienen plazos larguísimos e indefinidos, de modo que acomodamos nuestro tiempo vital a ese marco del tiempo cósmico y como sociedad proyectamos una presencia humana hacia un futuro indefinido. Las preocupaciones ecológicas que caracterizan el presente surgen en parte de la convicción de que estaremos aquí para siempre y debemos garantizar nuestra viabilidad en el ecosistema terrestre en la medida en que ese objetivo esté en nuestras manos. No somos responsables ante nadie, sino ante nosotros mismos y ante las generaciones futuras.
Pero no es así como Jesús nos enseña a entender el tiempo y nuestra vida sobre la tierra. La Biblia relata en sus primeras páginas la historia de la creación del mundo, y Jesús, en sus últimas enseñanzas antes de morir, predijo su fin. En la cosmovisión que surge de la revelación cristiana el tiempo mundano se caracteriza por su finitud y la vida humana en la tierra, por su transitoriedad. Las historias de la creación del mundo nos enseñan a recibir la vida y el mundo como un don de Dios y a vivir en la tierra con agradecimiento. Los anuncios del fin del mundo nos enseñan a proyectar el futuro conscientes de su contingencia y a vivir con responsabilidad el presente, pues deberemos dar cuenta a Dios del modo como hemos gestionado nuestra existencia. El futuro apunta a una meta y plenitud. Aquí nos hacemos idóneos para alcanzar la vida verdadera, eterna y duradera más allá de la muerte. Este mundo que Dios ha puesto bajo nuestra responsabilidad y es el escenario de nuestra vida presente no es nuestra morada definitiva.
La urgencia de la responsabilidad moral es la consecuencia principal que Jesús deriva de su enseñanza de que el mundo transita hacia su plenitud. Puesto que en la etapa mundana de nuestra existencia nos hacemos idóneos y capaces de entrar en la etapa definitiva y permanente, es perentorio que aquí vivamos con responsabilidad. Debemos estar preparados para dar cuenta de nuestra fe ante los tribunales humanos, cuando nos persigan por ser creyentes, del mismo modo que deberemos estar preparados para dar cuenta de nuestra conducta moral ante el tribunal de Dios. Esta cosmovisión cristiana ofrece así una motivación inigualable para la gestión responsable de la historia humana y el logro del bien común. Cuando la fe ya no tiene vigencia, la irresponsabilidad moral es una consecuencia previsible.