La cifra de lesionados oculares en la crisis que estalló en el país sudamericano, hasta ahora uno de los más estables de la región, está por encima del número de casos en Francia durante la crisis de los ‘chalecos amarillos’, las protestas en Hong Kong y el conflicto israelí-palestino, según denuncias del Colegio Médico de Chile y agrupaciones de Derechos Humanos.
“Me quisieron meter dolor”
Con perdigones “me quisieron meter dolor, pena, arrepentimiento, miedo, pero siento que me hizo el efecto contrario: tengo más rabia que miedo; más odio que pena y es en contra de esas personas que están ahí afuera, disparando, mutilando a la gente”, dice Carlos con aplomo, en su casa de la comuna de La Pintana, un barrio periférico de Santiago.
Este estudiante secundario perdió la visión total en su ojo izquierdo hace tres semanas, cuando fue a una protesta en su barrio y mientras corría para evitar a la policía recibió ocho perdigones en su cuerpo, incluido el que le causó la grave lesión ocular en el ojo izquierdo.
El derecho se salvó por poco: otro perdigón quedó incrustado en el lagrimal. Unos centímetros más y Carlos hubiera corrido la misma suerte de Gustavo Gatica, un estudiante de 21 años que quedó al borde de la ceguera total tras ser herido el viernes pasado con perdigones en sus dos ojos.
“Estaba claro de lo que son capaces (de hacer), pero no pensé que tenían el permiso para disparar así, a lo carnicero”, asegura este joven, herido durante la primera semana de protestas.
En su juventud, Carlos es un veterano de las revueltas estudiantiles que lideran la convulsión social, una militancia que aprendió junto a su hermano mayor, quien en 2006 participó en la llamada “Revolución pingüina” contra el primer gobierno de la socialista Michelle Bachelet (2006-2010).
Plaza “Dignidad”
A kilómetros de La Pintana, en las cercanía de la Plaza Italia -epicentro de las manifestaciones y renombrada por los manifestantes como “Plaza Dignidad”-, César Callozo fue herido al igual que Carlos, cuando tocaba su tambor junto a otros músicos.
“Había un ambiente muy lindo; de repente sentí el golpe en el ojo y me caí al suelo. Después el dolor se fue y se me durmió la cara; me puse de pie y grité que no me iban a ganar”, recuerda al borde del llanto este constructor y músico de 35 años, mientras espera junto a otros heridos su control médico en el hospital Salvador de Santiago.
En la misma sala, Nelson Iturriaga, de 43 años, también espera que los médicos le ayuden a recuperar algo de visión en su ojo herido.
“Quisieron apagar el incendio con bencina (combustible) y la gente sigue en las calles”, pidiendo “dignidad”, dice este constructor.
Mauricio López, jefe de turno de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador, que recibe a la mayoría de las victimas de perdigones, lamentó la situación: “Tenemos el triste récord mundial del número de caso de ceguera. Mucho más que en zonas de conflicto como Hong Kong o lo que ha pasado con los ‘chalecos amarillos’ en París, o España, o la misma guerra de Palestina”. “Es una epidemia”, advirtió el oftalmólogo.
El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) cifró el lunes en 197 las personas con daño ocular, “especialmente por disparo de escopetas de perdigones, pero también con otras armas, como lanzamiento de bombas lacrimógenas”.
López aseguró que en 35 casos, los heridos llegaron con ojos con lesiones profundas y con probabilidad casi total de perder la visión.
El gobierno defendió el accionar de los Carabineros (Policía) ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aunque se comprometió a “acotar” el uso de perdigones.
Veinte muertos, cinco a manos de las fuerzas de seguridad, miles de heridos y detenidos completan las sombrías estadísticas de la crisis social que llevó a Piñera a sacar a militares a patrullar las calles por nueve días.
Cambios profundos en el sistema de pensiones privado, que castiga a la mayoría con rentas insuficientes, y la reforma de la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) son los pilares de las demandas de una población que pide un país menos desigual.
A casi un mes de movilizaciones, las protestas siguen en pie. “El movimiento me costó un ojo, pero estoy feliz”, porque la lucha por un Chile más justo continua, dice Carlos, mostrando con orgullo el tatuaje que sobre sus dedos que reza “Libertad”.
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