EDITORIAL
Crudo retrato de la tiranía orteguista
La represión extrema, como una y otra vez lo registra la historia, ha sido la única y desesperada respuesta de los regímenes tiránicos cuando la población rechaza el abuso de poder, como ahora ocurre en Nicaragua, donde la pareja de desquiciados gobernantes ha sido la causa de las más violenta protestas desde la caída de la dictadura del último de los Somoza.
Más de 25 muertos, en cinco días de protestas, es una cifra intolerable para cualquier gobierno, y en el caso nicaragüense desnuda las características de un régimen intolerante, con una vocación por el irrespeto a los disensos y capaz de reprimir e incluso asesinar a jóvenes manifestantes por el simple hecho de no estar de acuerdo con un decreto gubernamental que pretendía castigar más a los contribuyentes y a los pensionados de la seguridad social.
El mandatario dio marcha atrás en tan polémico decreto, pero eso no aplacará el descontento, porque sigue vigente un acuerdo mayor que le dio origen. Además, los empresarios nicaragüenses han condicionado su participación en cualquier diálogo con el Gobierno si no cesa la violencia represiva.
La trágica jornada de protestas de los últimos días es apenas el síntoma de una grave enfermedad que carcome los cimientos de un sistema dominado por una demencial pareja de gobernantes, cuyo modelo de vida, lujos y proyectos de infraestructura pública amañados evidencian a uno de los gobiernos más corruptos de Latinoamérica.
Eso explica la violenta explosión social de los últimos días, porque se torna intolerable cualquier régimen basado en la tiranía institucional y por ende están condenados al fracaso, porque se sostienen sobre un cúmulo de abusos, represión y la corrupción de una dirigencia venal, de funcionarios pusilánimes y la voracidad sin límites en la búsqueda de recursos, en detrimento de grandes sectores.
Hacen bien los empresarios en marcar distancia del déspota, al condicionar cualquier diálogo si el Gobierno no cesa en reprimir a la población, aunque también deben ir mucho más allá y tomar distancia de un régimen que tiene los días contados, porque la masacre contra la población le va a pasar una cara factura a la pareja gobernante.
Esto aplica no solo a los empresarios nicaragüenses, pues para algunos de sus colegas guatemaltecos este ha sido un modelo ideal donde, según ellos, se puede convivir en condiciones favorables con un régimen tiránico y corrupto, lo cual es un contrasentido, porque en los saqueos de ayer se denunció que juventudes sandinistas ligadas al gobierno serían las causantes de los ataques a varios comercios.
Es una tónica harto familiar que se resume en el uso de fuerzas de choque y bochincheros capaces de sembrar el terror, para que posteriormente aparezcan las fuerzas uniformadas y restauradoras para dar la apariencia de orden, como parece que ocurrió ayer durante los saqueos en Managua.
Hoy, la estabilidad y la credibilidad del régimen están entredicho, porque también se le responsabiliza por la muerte del periodista Eduardo Gahona, otra víctima inocente del desquiciamiento gubernamental, que parece haber dado el primer paso en el principio del fin del orteguismomurillismo.