EDITORIAL

El fiasco de la diplomacia actual

La diplomacia guatemalteca pasa por el peor momento de nuestra historia, llegando a niveles inconcebibles de incoherencia ni siquiera vistos durante los regímenes militares. Estos hicieron del irrespeto a las normas un modelo de gestión gubernamental orientado a la confrontación y a un ulterior aislamiento internacional, bajo un modelo suigéneris de democracia, que incubó en gran medida un sistema corrupto que ahora naufraga.

El presidente Jimmy Morales, como principal conductor de las relaciones internacionales, no parece comprender el alcance de las decisiones a las que lo empuja una rosca perversa que usurpa el poder. Menos lo hará quien ocupa la Cancillería, porque ahí se percibe una mezcla de servilismo e incapacidad para entender la trascendencia de las últimas acciones.

Desde agosto pasado, cuando el mandatario intentó expulsar del país al jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, el deterioro de nuestra diplomacia ha sido patético, y se ha buscado subsanar con mayores imprudencias, con un propósito perverso de acallar voces contra la evidente y lamentable ineficacia gubernamental.

El segundo hecho que deja maltrecha la imagen exterior de Guatemala es el anuncio, el pasado 24 de diciembre, de seguir los pasos de Estados Unidos y mover la sede de la embajada de Guatemala en Tel Aviv hacia Jerusalén, por motivos muy diferentes a los que justificaron la decisión tomada por el presidente Donald Trump.

Con esa acción, Guatemala se puso del lado de los pocos gobiernos que prefirieron desatender el voto de más de cien países en Naciones Unidas que rechazaron esos traslados, con lo que nos ubicamos al margen del derecho internacional, con lo cual se contribuyó a complicar el proceso de paz en esa convulsa región, que solo en las protestas de esta semana dejó casi 60 muertos, ante lo cual varios países condenaron el uso excesivo de la fuerza.

Como era lógico esperar, ayer los cancilleres representados en la Liga Árabe condenaron el traslado de esas dos embajadas, por considerar que se infringe el consenso internacional y prometieron tomar más medidas en contra, donde Guatemala podría llevar la peor parte, por apartarse del consenso mundial y por ser el más débil en cualquier pugna internacional, pues no es el caso estadounidense.

A eso se suma la intención de expulsar a los embajadores de Suecia y Venezuela, que al margen de tener argumentos que justifiquen la medida, hablan muy mal de quienes dirigen la diplomacia, porque los pinta como intolerantes y poco hábiles para encaminar un proceso para el cual existían otras vías.

Lo más grave en este episodio es que nada menos que potencias mundiales acreditadas en nuestro país emitieron un comunicado pidiéndole al gobierno guatemalteco reconsiderar su decisión, con lo que se acrecienta el vergonzoso papel en el que tanto el presidente Morales como su canciller, Sandra Jovel, están poniendo a Guatemala.

Todavía puede ser peor para esta administración si la Corte Suprema de Justicia ampara al procurador de Derechos Humanos, Jordán Rodas, y frena esas expulsiones, por sus notorios errores.

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