EDITORIAL
Valores en abandono
La muerte lamentable, tras una penosa enfermedad, del músico y compositor Luis Galich trajo de nuevo a la discusión pública el enorme drama que envuelve a quienes en Guatemala se dedican al arte, porque salen de la escena en las más penosas condiciones, como también lo atestiguan muchos casos parecidos.
Podría contarse con los dedos de una mano a los artistas guatemaltecos que han logrado llevar una vida medianamente holgada, como producto de sus incursiones en la música, la pintura, el teatro o las letras, porque la mayoría de quienes han puesto en alto el nombre de Guatemala han dejado este mundo en el más abyecto de los abandonos.
Un aspecto que contrasta con esa penosa realidad es cuando alguno de los valores nacionales de arte se hacen acreedores a algún reconocimiento internacional, porque es cuando les sobran los amigos y los oportunistas que se retratan con ellos incesantemente mientras dura el destello, porque luego los dejan en el más vil olvido.
Eso ha ocurrido a lo largo de nuestra historia y por eso es que con demasiada frecuencia otros intelectuales o quienes aprecian las distintas expresiones de arte alzan la voz, llegado el momento de buscar ayuda para quienes pasan sus últimos días en total abandono, como ocurrió con Galich, quien afrontó un difícil trance de salud del cual ya no pudo recuperarse.
La semana anterior sucedió algo parecido con el maestro Joaquín Orellana, quien ha puesto en un sitial de honor el nombre de Guatemala, por sus grandes aportes en la innovación musical y cuyos méritos han trascendido fronteras, pero que ahora su precaria situación ha hecho que un grupo de amigos busque que la Comisión de Cultura del Congreso pueda coronar de manera exitosa el trámite de una pensión.
No deja de ser penoso que quienes deben aprobar un desembolso insuficiente sean quienes de peor manera representan a los guatemaltecos, porque son los diputados los más obligados a gestionar un reconocimiento económico para un destacado valor nacional, cuando entre ellos se ha generalizado el abuso, como lo evidencian hasta los más mínimos gastos en sus consumos, que deben cubrir los contribuyentes.
Orellana es uno de los más representativos valores de la música guatemalteca y está por cumplirse un año de su apoteósico estreno de la Sinfonía del Tercer Mundo en el teatro Megaron, de Grecia, y aunque una vez más puso en alto el nombre del país, su trayectoria no parece reunir los méritos suficientes para concederle una pensión.
En circunstancias parecidas se encuentra el poeta y novelista Francisco Morales Santos, premio Nacional de Literatura 1998, cuyo cuadro de salud también requiere de un mínimo de solidaridad de los guatemaltecos para cubrir los elevados costos para atender su enfermedad.
El más penoso contraste es que mientras destacadas figuras del arte guatemalteco padecen el abandono, el mundo político no parece darse por enterado y continúa el festín con los recursos públicos.