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Pero el que parecía iba a ser el último ataque se pospuso por razones que nunca se conocieron, dando tiempo a que llegara una caravana de la Iglesia Católica que consiguió acceder hasta el lugar y sacar a un grupo de refugiados.
Dentro de la iglesia, jóvenes paramilitares y parapolicías abordaron a los sacerdotes que consiguieron que los opositores salieran de la basílica.
Estaban fuera de sí y desobedecían a sus superiores, algo poco frecuente en grupos armados con jerarquía que cumplen a rajatabla instrucciones.
Como el discurso que repiten: “Vivimos muchas emociones el día de ayer (durante la ocupación de Diriamba), había un pueblo que tenía meses de estar oprimido sin derechos”, asegura otro hombre enmascarado y cubierto también de negro.
“Todos los derechos civiles los perdieron, no podían salir a las calles, esto era un desierto, todos los derechos se violaron a esta población”, asegura mientras decenas de teléfonos celulares no paran de grabar y hacer fotos a los periodistas, una amenaza velada que a ninguno pasa desapercibida, igual que la complicidad policial.
A su alrededor comienzan a salir los policías que habían abandonado la ciudad progresivamente, conforme los opositores se hacían fuertes en Diriamba.
El comisionado mayor Javier Antonio Martínez, segundo jefe de la policía de Carazo, camina a su alrededor, les saluda y recibe mensajes en forma de instrucciones, mientras asegura que “la gente enmascarada” son apenas “personas afines que defienden este proceso y lo hacen por su cuenta y propia iniciativa”.
“Son jóvenes que tienen una simpatía por la revolución (sandinista) y sus logros, todo lo que aquí se ha logrado. Son jóvenes que se pusieron a liberar esta ciudad”, justifica el oficial de la Policía, quien recibe todas las denuncias de los grupos defensores de derechos humanos y a la propia Iglesia.
Niega tener información acerca de si ellos portan o no armas, pese a la evidencia que puede verse a la simple luz del día y subraya que apenas entraron “a liberar ciudades como un aporte especial, como gente que está de acuerdo con las políticas del Gobierno”.
Poco después de dar sus opiniones, comienzan a aparecer casi una treintena de policías jaleados por los simpatizantes del presidente Daniel Ortega, a quienes les dan la bienvenida como héroes.
Ya con la comitiva de la Iglesia sobre el terreno, fueron protagonistas de uno de los hechos más lamentables desde que estalló la crisis sociopolítica nicaragüense.
Los simpatizantes, convertidos en turba y bajo la atenta mirada de los encapuchados agredieron por igual a sacerdotes, activistas de derechos humanos y periodistas, muchos de los cuales sufrieron además el robo de sus equipos.
Fue cuando los encapuchados aparentemente más jóvenes perdieron el control, se lanzaron contra la comitiva y agredieron a quienes estaban en su camino entre ellos el nuncio apostólico en Nicaragua, Stanislaw Waldemar Sommertag, el cardenal Leopoldo Brenes y el obispo Silvio Báez.
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