LIBERAL SIN NEO
Tormenta de conflictividad
La conflictividad envuelve a Guatemala como una tormenta que nubla la visibilidad causando estragos por donde pasa. La discusión serena y razonada se ausenta y en su lugar queda el grito enardecido, el insulto y la descalificación personal. Con una tormenta, al menos puede esperarse que pase y retorne la calma, mas eso no se vislumbra para el estado de conflictividad. La diferencia de ideas, posturas y opiniones es sana, con diálogo, no con conflicto.
Niños y adolescentes son manipulados para salir a manifestar con pancartas políticas exigiendo la renuncia del presidente y alabando a Velásquez y a la Cicig. ¿Esto es educación? Dice mucho de las organizaciones que están dispuestas a instrumentalizar a la niñez para alcanzar sus fines políticos. Ah, y los “estudiantes” universitarios siempre están a la mano como fuerzas de choque. Ronda un ánimo de inquisición intolerante.
En días recientes circularon videos donde se aprecia como manifestantes “pacíficos” frente al Congreso empujan, intimidan e insultan a diputados. En otro, los manifestantes gritan, acosan y empujan al presidente del Congreso, Álvaro Arzú Escobar, mientras camina en las calles del Centro Histórico. Luego viene el torrente de indignación por el fuerte dispositivo de seguridad, militar y policial, que rodeó al Congreso y al Palacio de la Cultura, con ocasión de las celebraciones del 15 de septiembre. Se habla del regreso de la represión militar y el estado policíaco. ¿Qué podía esperarse, que se dejara a la turba “pacífica” agredir a funcionarios y diplomáticos y causar destrozos? ¿No sería razonable temer las consecuencias de bochinches y adoptar las más estrictas medidas de seguridad? La violencia, acoso e intimidación, no es la respuesta para los problemas del país.
Los ataques a hidroeléctricas, la invasión de fincas y bloqueos de carreteras son eventos cotidianos en Guatemala. Hay que ser muy ingenuo para pensar que estas son expresiones espontáneas del pueblo, la música de la democracia. Estas actividades son meticulosamente planificadas y preparadas, sacadas de un manual, por organizaciones con agendas y fines políticos. Con la falta de empleo y oportunidad, sobra gente que por unos quetzales, almuerzo y promesas, acuerpa una manifestación o bloqueo. Proliferan como panales las oenegés, un listado interminable de agrupaciones “en la lucha”, autodefinidas como “organizaciones de derechos humanos”, que viven de la limosna extranjera. Prosperan en la medida que se logren proyectar como paladines de la justicia social, defensores de los explotados. Organizaciones como Codeca, cuyos dirigentes se enriquecen con actividades criminales, logran presentarse como defensores del campesinado despojado. Los suecos, noruegos y alemanes se tragan todo el discurso, aflojan la plata y duermen mejor, financiando la justicia social y la paz del mundo.
Poco a poco, se va implantando un sistema en el que la ruta para prosperar es la exigencia de lo que se me debe y va desplazando la superación personal por la vía de la actividad productiva. Si estoy mal, es porque alguien me ha quitado lo mío y se me debe. Reclamar es bueno, producir es malo. La ley es solo un instrumento de opresión creado por las clases dominantes y el capital es la acumulación de la explotación. Reina la irracionalidad y el desorden. La conflictividad premeditada viene encima de la peste del crimen organizado, la delincuencia y la corrupción. La economía se deteriora, disminuye la inversión y la creación de empleos. Una gran tormenta envuelve al país, y no se ve que el cielo se vaya a despejar.
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