PRESTO NON TROPPO
Dos exposiciones en Ciudad de México
Esta semana nos ha otorgado el privilegio de interactuar con dos significativas exhibiciones de artes visuales. Las dos tienen en común el vínculo conceptual, el diálogo entre artistas, los sitios en que se verifican los montajes, la reciprocidad entre países. Carlos Mérida, la Ciudad de México, las culturas guatemalteca y mexicana.
Por una parte, la muestra Diálogo Interior, inaugurada el martes 13 en el Museo José Luis Cuevas, una institución que ha logrado poner a conversar a la arquitectura colonial de su edificio en el centro histórico mexicano, con su vocación actual como espacio para el arte moderno. Originada en la presentación que se llevó a cabo durante agosto y septiembre en la sala Carlos Mérida del Banco de Guatemala, esta exposición reúne obra de dos escultores, Pepo Toledo y Rodrigo Santa Cruz Anchissi, bajo la guía curatorial de Guillermo Monsanto. A gentil propuesta de ellos, me vi involucrado como músico en un performance en la que incluimos al coreógrafo y bailarín Josué Barrios para la inauguración de la muestra. De ello se desprendió la posibilidad de llevar el acontecimiento a una segunda fase en México, en el cual ha participado Aiira Mérida, bisnieto del gran maestro, como percusionista invitado. Todo un coloquio entre distintas disciplinas y corrientes de expresión. Esta nueva exhibición permanecerá abierta hasta el 4 de diciembre.
Por otro lado, la impresionante retrospectiva Retrato Escrito 1891-1984, que se inauguró el pasado jueves 15 en el Museo Nacional de Arte y llegará a marzo del 2019. Una colección de casi 300 cuadros y piezas alusivas al trabajo del visionario e incansable pintor quetzalteco, muralista, escultor, escenógrafo, diseñador de vestuario, ilustrador y docente, Carlos Mérida, a un siglo de haber radicado en el vecino país. Heredero del modernismo, del surrealismo y del cubismo, fue contemporáneo y colega de artistas de talla mundial y se decantó por un argumento visual geométrico en un estilo propio, reconocible, altamente personal. Su influencia alcanza a todo el arte del continente latinoamericano.
Es en tales circunstancias donde surge otro diálogo. Es el diálogo cuestionador de la extraordinaria capacidad que Guatemala posee para producir un arte de gran nivel, pero su total incapacidad para valorarlo y extenderlo a toda su sociedad. Un virtuoso creador que nunca renuncia a su nacionalidad ni a su legado cultural, pero cuya trascendencia pasa inadvertida para la mayoría de sus coterráneos y que se hubiera perdido si él no se exilia voluntariamente. El fenómeno se repite —y continúa planteándose como una realidad ineludible— a lo largo de los últimos cien años. Para los guatemaltecos y las guatemaltecas que buscan dejar una impronta como exponentes en literatura, plástica, música, cine y danza, México sigue siendo esa meca que no sólo atrae sino recibe generosamente a los artistas forasteros. Una nación grande, de alma grande.
Este diálogo, que comenzó introspectivo, que ahora es interior, y que más adelante podrá ser íntimo, hasta llegar a lo intrínseco, recupera las esencias de la estética. No obstante, para que eso llegue a todos, a todas, no puede sembrarse en la esterilidad de una tierra arrasada, en la que a cada momento se destinan más recursos a los fusiles y a las balas mientras se ahorca a la educación, al arte, a la ciencia y a la cultura. El enorme arquetipo que traza Carlos Mérida nos habrá de servir como inspiración para no conformarnos con la abulia y la desvergüenza que torpemente guían la codicia estatal y privada, tan obtusa a la hora de fomentar las manifestaciones humanas más nobles.
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