LA BUENA NOTICIA
¡Viva Cristo Rey!
Jesús rechazó durante su vida el título de rey. Solo durante su entrada a Jerusalén para su pasión y como reo ante Pilato aceptó su identidad mesiánica. Pero después de su resurrección, el culto cristiano propició el uso de aclamaciones en las que Jesucristo fue celebrado como Rey de reyes y Señor de señores. Las expresiones declaran que hasta las más encumbradas instancias de poder están sujetas a la ley moral y al juicio de Dios. Esa es una garantía para la libertad y dignidad de las personas frente al atropello de los poderes totalitarios. El grito de ¡Viva Cristo Rey! ha sido la consigna de multitud de mártires frente al poder absoluto del Estado. La aclamación a Cristo Rey ha sido consigna en defensa de la libertad de conciencia personal para profesar la fe y la moral cristiana frente a las pretensiones del poder político, cuando quiere gobernar hasta la conciencia y el pensamiento de los hombres.
Según la moral católica, la manifestación más elocuente de la dignidad humana es la libertad para elegir el bien. Obsérvese bien: libertad para elegir el bien. Pues quien elige el mal no se dignifica; se degrada, se deshumaniza, se corrompe. Por eso, en la concepción moral católica, el ejercicio de la libertad debe realizarse en sujeción a la propia conciencia iluminada e instruida por la ley moral. Para que la libertad dignifique a la persona, esta debe ejercerla según la propia conciencia; y para que la conciencia guíe rectamente la libertad debe estar formada y configurada, según la ley moral objetivamente establecida.
Eso se dice también de la conciencia religiosa. Para que la práctica de la religión favorezca la dignidad personal, el creyente debe ser libre. Pero la libertad de conciencia en materia de religión exige que la persona haya hecho el discernimiento de por qué la religión que asume como propia es verdadera. Pues si asume una religión falsa o errónea, seguramente la falsedad de la religión traerá también consecuencias adversas para el desarrollo de la plena dignidad personal. No digamos nada de las consecuencias de haber dado culto a un simulacro de Dios y no al verdadero o las consecuencias de haber dado un culto equivocado al verdadero Dios. Para eso están todos los argumentos de credibilidad que una persona responsable debe examinar para rechazar las opciones religiosas falsas o para optar por la verdadera. En el sistema católico a eso le llamamos los preámbulos de la fe. Pues la fe, tal como la entiende el catolicismo, es un acto en el que interviene la razón y la búsqueda de la verdad. La fe es una decisión que se apoya en la razonabilidad de los argumentos de credibilidad del mensaje que se nos propone y en la misma gracia de Dios.
La conciencia moral y la religiosa son el fundamento de la libertad personal. La única instancia ante la que somos responsables en conciencia es el mismo Dios. Por eso la conciencia es el núcleo sagrado de la persona. Somos responsables ante Dios de las acciones buenas o malas que hagamos y somos responsables ante Dios de practicar la religión verdadera. Cuando el Estado quiere obligar a que las personas renuncien a la práctica religiosa verdadera o realicen acciones contra la moral, invade el ámbito de la conciencia y atropella la libertad personal. En esos casos, el grito de ¡Viva Cristo Rey! es recurso a la autoridad superior. Solo Dios es garante de la libertad y la dignidad personal. Hay dimensiones de la propia existencia que el Estado no puede invadir, y que pertenecen solo a Dios. Quienes ejercen la autoridad política están sujetos a la ley moral y al juicio de Dios, aunque no sean creyentes.
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