Su único trabajo previo en el gobierno fue un breve periodo hace doce años como director del sistema penitenciario, el cual concluyó con su propio encarcelamiento. Pasó diez meses en prisión mientras se realizaba una investigación sobre el asesinato de siete reclusos durante su gestión. Los cargos fueron retirados.
Tiene un récord de veinte años de elecciones perdidas para ser presidente y alcalde de Ciudad de Guatemala, la capital. En esta ocasión, sus rivales, que eran más populares, fueron descalificados.
El país que él está próximo a liderar también ha sufrido. Las tasas de delincuencia son altas, la corrupción está fuera de control y cientos de miles de guatemaltecos cada año buscan una mejor vida en Estados Unidos.
La respuesta de Giammattei, grabada en inglés en un brazalete que suele usar del mismo azul de la bandera guatemalteca, es “esperanza”.
Su predecesor, Jimmy Morales, no logró brindarle eso al pueblo. Era un excomediante ajeno a la clase política que ganó la presidencia en 2015 como un voto de protesta en contra de la corrupción. Sin embargo, ordenó la salida de una agencia anticorrupción respaldada por las Naciones Unidas, la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que había investigado acusaciones de que Morales había violado las leyes de financiamiento de campaña (cosa que él niega).
Después de entregar el poder a Giammattei, Morales se escabullirá al otro lado de la ciudad para asistir a una ceremonia que se celebrará el mismo día, en la que tomará protesta como miembro del Parlamento Centroamericano, un cargo que podría conferirle inmunidad.
Giammattei dice que una de sus primeras acciones como presidente será “reconstruir los pedazos de gobierno que nos están dejando”.
No pareciera que eso significa que va a emprender una guerra contra la corrupción. Giammattei comparte el escepticismo de Morales sobre la CICIG, que lanzó la investigación que produjo su encarcelamiento. Afirma que la corrupción empeoró durante el mandato de esa entidad. Planea remplazarla con una comisión anticorrupción “nacional”, cuyos poderes todavía son inciertos. Los activistas dudan que el gobierno pueda vigilarse a sí mismo.
A Giammattei le importan más los crímenes violentos. Su discurso e historial prometen un enfoque militar. Está más determinado a promover el crecimiento. Los optimistas lo comparan con presidentes orientados hacia los negocios como Álvaro Arzú en la década de los noventa y Óscar Berger en la de los 2000.
A menos que el crecimiento aumente del tres al cinco o seis por ciento, no se logrará “sacar a la gente de la pobreza”, dijo Antonio Malouf, el ministro de Economía entrante, quien dirigió la principal cámara de comercio de Guatemala. Malouf busca lograr eso en parte al duplicar las exportaciones.
Desde la victoria electoral de Giammattei en agosto, ha visitado cerca de una docena de países para fomentar la inversión. Al colaborar con la “derecha empresarial”, su gobierno podría lograr un nivel de competencia que no se ha visto en gestiones recientes, dice Juan Luis Font, un periodista.
Giammattei rechaza el punto de vista ampliamente difundido de que su política conservadora y pronegocios implica una indiferencia hacia los guatemaltecos pobres de origen indígena. Cuando se le preguntó qué hará su gobierno por los pobres en las zonas rurales del país, mostró una fotografía en su celular de un niño desnutrido. “Esta es la realidad de un millón de niños en Guatemala”, dijo y aseguró que librará una “cruzada por la nutrición”.
Al construir caminos en las tierras altas del oeste, el territorio natal de muchos migrantes, y atraer la inversión hacia la región, Giammattei espera construir un “muro de prosperidad” que frene el éxodo.
Eso también requerirá inversión de parte del gobierno guatemalteco, que es terriblemente baja. Los ingresos fiscales equivalen al 10 por ciento del producto interno bruto, el porcentaje más bajo en América Latina. Vamos, el partido de Giammattei que tiene una décima parte de los curules en el Congreso, no puede aumentar los impuestos por sí mismo.
También puedes leer: Congreso centra su interés en la elección de la Junta Directiva
El nuevo presidente electo ha dicho poco sobre cómo Guatemala gestionará la situación de los migrantes provenientes de otros países que se dirigen a Estados Unidos. No ha visto los detalles del acuerdo poco popular de tercer país seguro firmado a puerta cerrada por Morales y el presidente estadounidense, Donald Trump, mediante el cual Estados Unidos puede deportar a Guatemala a los solicitantes de asilo que cruzaron por ese país centroamericano.
“No he dicho que estoy en contra. No he dicho que estoy a favor”, afirma Giammattei. “He dicho: ‘Denme los documentos’”.
No puede retirarse del acuerdo sin enfurecer a Trump. Así que su esperanza es que pocos de los migrantes deportados permanezcan en Guatemala. Al parecer, existe poco riesgo de que ocurra lo contrario.
Entre los 33 hondureños y salvadoreños que llegaron a un refugio en ciudad de Guatemala el 6 de enero, solo uno planea buscar asilo en el país, dijo a medios locales Mauro Verzeletti, el sacerdote encargado de esas instalaciones. La mayoría regresará a casa.
Si Giammattei tiene éxito en su promesa de restaurar la esperanza en Guatemala, los planes de los migrantes podrían cambiar.
Contenido relacionado:
> La Guatemala que Jimmy Morales le entrega a Giammattei, según las calificadoras de riesgo
> Alejandro Giammattei, biografía de un candidato itinerante
> Corrupción y migración, retos de Giammattei como presidente de Guatemala