¿Por qué el porcentaje fue tan bajo? Porque el bebé imaginario era concebido por fertilización in vitro.
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“¿Por qué las personas no deberían poder elegir el género de su bebé si, digamos, tienen tres niños y quieren una niña?”: entrevista con el científico británico Philip Ball
En una encuesta realizada hace medio siglo por la revista Life, apenas la mitad de los mil 600 estadounidenses consultados dijeron que podían imaginarse sintiendo amor por un bebé nacido de su propio óvulo o esperma.
En el libro "Cómo crear un ser humano" Philip Ball investiga qué tan lejos está la ciencia de crear un ser humano completo. GETTY IMAGES
Hoy en día parece extraño pensar que un niño nacido gracias a esta innovación premiada con un Nobel alguna vez fue calificado por términos que iban desde “criatura” hasta “bebé probeta”.
“Hay avances científicos y tecnológicos que plantean preguntas que no tienen una respuesta definitiva sobre lo que está bien y lo que está mal. E incluso puede pasar que las respuestas que demos ahora, luego cambien”, explicó el físico, químico y divulgador británico Philip Ball.
En el libro How to grow a human (“Cómo crear un ser humano”), publicado el año pasado, Ball toma esta premisa de evitar las respuestas simplistas y los preconceptos culturales para investigar el presente y pasado de la biomedicina hasta llegar a cuestionarse la propia naturaleza humana.
No es para menos: Ball vivió este extraño cruce entre medicina, filosofía y ciencia ficción en carne propia.
El científico británico fue voluntario en una investigación que implicó la extracción de una muestra de tejido de su hombro que, ocho meses después, se convirtió en su “mini cerebro”, una red de neuronas portadoras de su ADN y capaces de enviarse señales.
En base a ello, se animó a dar un paso más y preguntarse: ¿es posible crear un ser humano completo?
Ball habló con BBC Mundo previo a su participación en el Hay Festival de Cartagena, un encuentro de escritores que se celebra en dicha ciudad colombiana entre el 30 de enero y 2 de febrero.
¿Cómo surgió la idea de “Cómo crear un ser humano”?
La idea del libro surgió de mi participación en un experimento biomédico financiado por la organización (británica) Wellcome Trust, que busca entender la demencia y otras enfermedades neurodegenerativas, así como transformar la percepción del público en general sobre ellas.
Yo participé en una parte del proyecto llamada “Cerebro en una placa”, que consistió en tomar muestras de tejido y convertirlos en cerebros en miniatura.
Lo neurocientíficos del University College de Londres (UCL) hicieron una biopsia de mi hombro y hacer que esas células de tejido se reprogramaran y se transformaran en neuronas, en células del cerebro.
Luego, estas comenzaron a organizarse en una estructura que es como un minicerebro en un plato. Y me resultó asombroso que fuese posible.
El procedimiento me hizo consciente de todo un nuevo área en la biomedicina que existe desde hace apenas 10 años y que permite tomar una célula y hacerla que se convierta en un miniórgano de cualquier tipo. Pueden ser miniriñones, hígados, cerebros…
Por ende, el libro explora lo que esta tecnología hace posible en el campo de la medicina.
Pero a nivel más alto, explora qué nos dice sobre nuestra naturaleza, porque implica que cada pequeña parte de nosotros, cada célula de nuestro cuerpo, tiene el potencial de volver a ser el tipo de célula de la cual todo el cuerpo crece, una célula madre, la que estuvo en el principio de cada embrión.
Entonces, la implicación es que cualquier parte de nosotros podría convertirse potencialmente en otro ser humano.
Y eso me pareció una idea extraordinaria.
¿Qué sentiste al ver una muestra de tu tejido convertirse en un “minicerebro”, enviar señales y luego ser diseccionado, o sea, desaparecer como tal?
Al principio se sintió como un procedimiento médico normal. Es una aguja que te toma una pequeña muestra de piel, la ves ahí en un tubo de ensayo y listo.
Semanas después, la gente de UCL la transformó en estas células madre que pude ver en un microscopio. Fue la primera vez que vi mis propias células de esa forma.
Luego de otras semanas más, comenzaron a crecer como neuronas. Fue muy bello ver a mis neuronas —digo “mis” porque tienen mi ADN— crear esta estructura de mini cerebro.
La verdad es que no me pareció siniestro ni inquietante. Pero sí me hizo comenzar a preguntarme cómo pensar sobre esta cosa.
O sea, no era un cerebro. Ni siquiera era como el cerebro de un feto, porque no tiene todo el resto del cuerpo para ayudarlo a crecer. Pero tenía algunas de las funciones.
En ningún momento pensé que en ese cerebro estuviera sucediendo algún tipo de razonamiento o que pudiera ser consciente de alguna manera. Nadie cree eso en este momento.
Pero no es imposible pensar que puede llegar un día en que podamos hacer que estos minicerebros crezcan para parecerse más a los reales.
Eso genera preguntas éticas sobre cómo pensamos acerca de estas cosas y qué tipo de responsabilidades tenemos hacia ellos.
Dicho esto, sentí bastante apego por mi minicerebro.
Pero una vez que la muestra creció, los investigadores detuvieron ese proceso y lo diseccionaron, cortaron rebanadas y lo pusieron bajo el microscopio. Esencialmente, ese fue el final del cerebro. Ya sabes, la cosa estaba muerta.
No me sentí triste. No sentí como si de alguna manera estuviéramos matando una especie de organismo o algo así.
Pero supongo fue un poco conmovedor porque, aunque sabía que no llegaría lejos, esta cosa había comenzado a crecer.
Pero ese fue el final.
En tu libro no solo hablas de avances biomédicos contemporáneos, sino también históricos y cómo repercutieron entonces en la sociedad. Y siempre se cumple aquello que escribió el científico británico J.B.S. Haldane de que “no existe una sola gran invención, desde el fuego hasta volar, que no haya sido aclamado como un insulto a algún dios”. ¿Por qué crees que esto sucede?
Siempre me resulta instructivo tratar de poner los avances biomédicos modernos en su contexto histórico y ver, por ejemplo, cómo van surgiendo los mismos temores.
Por ejemplo, cuando hace poco más de 100 años se logró cultivar tejido de todo tipo —incluido el tejido humano— fuera del cuerpo por primera vez, surgieron muchas dudas éticas y muchos miedos.
Son avances que generan preguntas muy profundas: qué es un individuo, qué es el yo, qué es la vida…
Creo que no tenemos un marco filosófico o moral para ayudarnos a navegar y vamos a tener que encontrar uno, porque estamos en un territorio completamente desconocido que no tiene respuestas científicas.
En la investigación en embriones, por ejemplo, está la pregunta de cuándo comienza la vida.
Y la verdad es que no está para nada claro, porque las células siempre están vivas.
Podríamos pensar que es cuando un óvulo y el espermatozoide se unen, pero no es así de simple por una gran cantidad de razones.
Además, por el estado actual de la ciencia, podría llegar a ser posible crear un nuevo organismo sin involucrar un óvulo y espermatozoide, sino reprogramando otra célula extraída de la piel. Para entonces ya no tendremos idea de cómo pensar sobre estas preguntas.
Todo esto lo convierte en un área muy interesante y desafiante para saber cómo regular responsablemente.
Uno de los avances de los que hablas en tu libro y que es de los más conocidos y controversiales hoy a nivel de opinión pública es la modificación genética de bebés. ¿Por qué crees que este tema preocupa tanto?
Algunos de los temores son poco realistas, pero algunos de ellos son bastante comprensibles.
Cuando haces una modificación genética a un humano en cualquier etapa de su desarrollo, eso será heredado por su descendencia y la descendencia de la descendencia y así por todo lo que llamamos la línea germinal.
O sea, no solo afecta a ese individuo, sino a todas las generaciones futuras que podrían seguirles.
Así que creo que es correcto que eso se vea como un umbral en el que tenemos que detenernos a pensar con mucho cuidado antes de cruzar.
Eso sucedió con las modificaciones que hizo un médico chino (He Jiankui, en 2018), que fue ampliamente condenado en todo el mundo. El investigador involucrado ahora ha recibido una sentencia de cárcel porque violó las leyes éticas al cambiar la línea germinal.
Hizo una modificación genética que sería heredada por las generaciones futuras. Pero las preocupaciones al respecto no eran solo por eso.
De hecho, fueron mucho más por el hecho de que simplemente no sabemos qué tan seguro es este procedimiento. No hay excusa para hacerlo de la manera que lo hizo.
En el futuro pueden haber buenos argumentos para hacer estas modificaciones para erradicar algunas enfermedades genéticas realmente desagradables.
De ser así, podría existir una buena razón para hacerlo, siempre y cuando estemos seguros de que ese procedimiento es tan seguro como podemos y esperamos que sea.
No es que haya algo inherentemente malo en la modificación genética, sino que debe hacerse con mucha cautela, con mucha consideración ética y con mucha atención a la seguridad.
Y todo eso se pasó por alto en los experimentos chinos: ese era el problema.
Pero la mayoría de las personas no piensan en la modificación genética para erradicar enfermedades hereditarias terribles, sino más en el diseño de bebés. ¿Qué tan cierto es que, en un futuro, quienes tengan dinero podrán tener bebés más inteligentes, por ejemplo?
Creo que no es realista, porque proviene de una idea errónea sobre cómo nuestros genes afectan ese tipo de rasgos.
Y no es que hay uno o dos genes que afecten la inteligencia.
Hasta donde sabemos, la genética afecta la inteligencia, pero parecen haber cientos de miles de genes involucrados y realmente no sabemos cómo funcionan o por qué tienen esa influencia. Cualquiera de ellos individualmente tiene una influencia insignificante.
Y si estás hablando de alterar mil genes para tratar de obtener una mejor inteligencia, también harás todo tipo de cambios. Tendrá otros efectos y las consecuencias serán imposibles de predecir.
Por lo tanto, lo que sabemos sobre genética en biología nos sugiere que no podremos usar la edición de genes para crear bebés que sean más inteligentes.
Pero es posible que podamos usarlo para crear bebés con un color de ojos en particular.
Entonces, es comprensible que la gente se pregunte: ¿es esto algo que queremos hacer?, ¿deberíamos hacer estos cambios no solo para evitar enfermedades, sino por razones estéticas?, ¿qué le hará eso a la sociedad?
Creo que son preguntas muy justas en las que realmente debemos pensar.
¿Y qué pasa si se empieza a usar para modificar el género de un bebé?
Esto ya lo vemos y lo podemos hacer sin siquiera editar el genoma.
De hecho, muchas de las preguntas sobre bebés de diseño a menudo se centran en la edición de genes. Pero, en realidad, no lo necesitas en muchos de estos casos.
Lo que puede hacer es crear embriones mediante fertilización in vitro y luego analizarlos genéticamente.
Se toman una o dos células de un embrión, algo que se puede hacer sin dañarlo.
Entonces, las personas que saben que son portadores de una enfermedad genética, pueden averiguar si ambos padres han pasado esa mutación. De ser así, pueden decidir no implantarlo.
En ese proceso de detección, también es posible averiguar de qué sexo es el embrión.
Entonces, en principio, puedes implantar solo los masculinos o femeninos.
En algunos países no está permitido, como en Reino Unido, pero en Estados Unidos y Suecia, entre otros, es un procedimiento legal. Se considera que es una forma de planificar la familia.
¿Por qué las personas no deberían poder elegir si, digamos, tienen tres niños y quieren una niña? ¿por qué no deberían tener esa opción ahora?
La ética de permitirlo es discutible. Las personas tienen puntos de vista diferentes, pero no hay una respuesta obvia.
Mientras investigaba para este libro ¿cuál fue el avance que encontró más similar a la ciencia ficción, quele sorprendió más?
Existe la idea de que además de cultivar estos órganos en una placa, podrías cultivarlos dentro de otro organismo, dentro de un animal.
Es posible, por ejemplo, cultivar riñones humanos dentro de un cerdo, el mismo que puede ser criado como ganado y que será sacrificado para comer la carne y tocino y todo lo demás.
Y hay buenas razones para querer hacerlo así.
Que no haya suficientes órganos para transplantes es hoy un verdadero problema. Por ello, (“cultivar” órganos humanos en animales) podría tener grandes ventajas.
Y creo que la idea de hacer crecer un riñón humano dentro de un cerdo, aunque es un poco extraño, no me molesta demasiado.
Pero escuché a un investigador decir que no es obvio que no podríamos hacer eso también con un cerebro humano.
Ahora, nadie está pensando en hacer eso. Sería poco ético incluso intentarlo.
Pero solo la idea de que, hasta donde sabemos ahora, eso podría ser biológicamente posible, es extraordinario.
La imagen es muy perturbadora y no tenemos idea de cómo pensar en un organismo como ese. Eso fue algo que me sorprendió.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombiana entre el 30 de enero y el 2 de febrero de 2020.
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