LA BUENA NOTICIA
La eucaristía
Según el calendario que rige la liturgia de la Iglesia católica, mañana se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Ese es el sacramento central de la Iglesia, cuya celebración se conoce con el nombre de “misa”. Esta es la forma principal, aunque no única, con la que se tributa a Dios la adoración y la acción de gracias que le corresponde. Es la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz. Es el rito por el cual los creyentes se unen espiritualmente con Cristo y participan anticipadamente de su resurrección. Estas palabras indican la importancia de esta celebración para los creyentes.
' Es urgente que podamos volver a celebrar los sacramentos, con la presencia de fieles.
Mario Alberto Molina
Sin embargo, mañana se cumplen 13 semanas desde que no la podemos celebrar con asistencia de fieles. La misa es tan importante que no se ha dejado de celebrar incluso por el sacerdote solo o con la presencia de tres o cuatro para transmitirla y que otros puedan participar, aunque sea de modo virtual. La fe católica sostiene que no se trata de una evocación de la última cena de Jesús, sino de la actualización del mismo sacrificio de Cristo en la cruz. La ordenación sacerdotal transmite a los obispos y presbíteros la gracia del Espíritu y la autoridad apostólica de modo que, cuando celebran la misa, el pan y el vino se transforman de un modo real pero no sensible, es decir metafísico, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por lo tanto, Cristo, presente bajo las apariencias de pan y vino, hace uno consigo a quien lo come y bebe. Esta breve descripción puede hacer comprender al lector, incluso si no es creyente, el grave daño, la profunda carencia, la honda afrenta que causa a los católicos más conscientes la prohibición de que la misa se pueda celebrar con la participación presencial de una asamblea de fieles.
La afrenta es mayor todavía cuando ninguna de las fases de la desescalada programada por las autoridades incluye la autorización de actividades religiosas. En ninguna de ellas se menciona cuándo será posible a los fieles participar otra vez en la celebración de la misa y en otros actos de culto. Suponiendo que se trata de un descuido y no de un propósito de aprovechar la pandemia para acosar y suprimir la práctica religiosa en la sociedad, la omisión muestra hasta qué punto Dios ha dejado de ser un referente en la mente de quienes escriben leyes, que fácilmente se olvidan de incluir las actividades religiosas entre las que algún día habrá que reactivar.
Sabemos que podemos orar individualmente a Dios; que varias personas en comunicación virtual pueden crear una comunidad de oración. Sin embargo, los sacramentos por los que recibimos la gracia y la salvación de Dios exigen presencia corporal para su efectividad. Jesucristo salvó no solo nuestra alma, sino también nuestro cuerpo. Jesucristo tocó, bañó, ungió, dio de comer, curó como signo de la salvación integral que ofrecía. Así lo sigue haciendo la Iglesia. Por eso es urgente que podamos volver a celebrar los sacramentos, especialmente la misa, con la presencia de fieles. Estamos claros en que el riesgo de contagio en una concentración de personas se multiplica por el número de asistentes. Pero pienso que la curva de casos activos se aplanará cuando todos nos hayamos contagiado. Por eso solo podrá haber culto con responsabilidad sanitaria, si asisten solo personas sanas, solo cuantas quepan en la iglesia, guardando dos metros de distancia entre sí, utilizando mascarillas y con las manos en la bolsa, sin tocar nada ni a nadie. Y ocasionalmente, para dar oportunidad a otros. Es necesario que se reanude el culto participativo en las iglesias. El virus nos hace palpar nuestra mortalidad y fugacidad. Con mayor razón debe tener Dios espacio real en la vida social.