Aparentemente la transición sucedió sin problemas hasta que, tras varias lecciones, recibió una nota de un estudiante que rara vez hablaba en clase.
“Es uno de mis estudiantes más dulces, y escribió: ‘Señorita Hansen, esos videos están borrosos, no puedo ver bien el texto’”, relató en una entrevista telefónica. “Yo solo había asumido que se veían bien. Pues, eran terribles, y el pobre chico se sentía frustrado. Me alegra que me lo haya hecho saber”. Explica que se apuró a arreglar el problema y volvió a grabar los videos directamente en el sitio de la escuela, en vez de subirlos a la plataforma.
Tras el experimento improvisado con las clases en línea durante la primavera, los profesores y los distritos escolares de todo el país se están preparando para un semestre de otoño que será todo menos normal. Algunos distritos tuvieron problemas con la transición, pues las clases en Zoom eran invadidas e interrumpidas por desconocidos; muchos batallaron para atender las graves desigualdades en cuanto al acceso a las computadoras. Investigaciones recientes revelan que la mayoría de los estudiantes se atrasaron meses en el último semestre del ciclo académico, y el mayor impacto se vio en los estudiantes de bajos ingresos. Otras escuelas, como la preparatoria Timpanogos, hicieron la transición sin tantas trabas, en parte gracias al despliegue de facilitadores, asesores y otros miembros del personal que apoyaron tanto a profesores como a estudiantes que estaban en riesgo de desconectarse o desertar, según un informe de investigadores.
Ahora, la mayoría de los distritos se enfrentan a un futuro en el que las clases en línea, casi con toda certeza, serán parte del plan de estudios, ya sea que implique que los estudiantes regresen en turnos o que los salones de clase sigan cerrados debido a brotes locales. Y subyacente a esa adaptación hay una pregunta más fundamental: ¿Cuán eficiente es el aprendizaje de los estudiantes en las lecciones virtuales? “Lo que hemos descubierto en las investigaciones hasta ahora es que, en general, es más difícil captar la atención de los alumnos en las clases virtuales”, sin importar el contenido, afirmó Jered Borup, profesor adjunto de tecnologías del aprendizaje en la Universidad George Mason en Fairfax, Virginia. “En general, ese no es el factor distintivo en esto. Más bien se trata del apoyo que tiene el alumno al momento de aprender en un contexto virtual. Eso hace toda la diferencia”.
Las investigaciones que comparan el aprendizaje presencial con la modalidad virtual se basan en muchas disciplinas y no se benefician de los tipos de control que prefieren los científicos; las clases, los profesores, los estudiantes y la composición de los cursos varían demasiado como para hacer comparaciones tan fáciles.
La presencia física importa, de maneras que no puede representar el método científico. “Mira, me fue bien en la clase de la maestra Hansen, solo me compré los audiolibros y leí ‘Gatsby’ por mi cuenta”, dijo un estudiante, Ethan Avery, en una entrevista telefónica. “Pero en algunas otras clases… en lo personal, pospongo las cosas con demasiada frecuencia, y sin tener el recordatorio físico, como cuando me sentaba en clase y los maestros me recordaban: ‘Ethan, esto es para el viernes’, me rezagué. Esa fue la parte difícil”.
Los dos análisis de mayor autoridad que se han hecho de las investigaciones hasta el momento, que examinaron los resultados de casi 300 estudios, llegan a una conclusión similar. El aprendizaje de los estudiantes suele ser menos eficaz de lo normal en las clases en línea, como regla general, y dependiendo de la clase. Pero si tienen a un facilitador o mentor cerca que les ayude con la tecnología y a mantener su atención —un enfoque a veces conocido como aprendizaje semipresencial— les va igual de bien en muchas clases virtuales, a veces hasta mejor.
Un estado que ha aplicado este método ampliamente desde hace casi dos décadas es Míchigan. Un instituto sin fines de lucro subsidiado por el estado llamado Michigan Virtual ofrece un sinfín de clases en línea, de idiomas, ciencias, historia y desarrollo profesional. También ofrece 23 cursos virtuales de Colocación Avanzada, para obtener créditos universitarios. “Descubrimos que, si los estudiantes tienen apoyo y un horario —toman clase todos los días entre semana a las nueve de la mañana, por ejemplo— suelen tener un mejor desempeño que si solo se conectan a deshoras”, explicó Joe Freidhoff, vicepresidente de Michigan Virtual. “El mantra del aprendizaje en línea es: ‘Tu propio tiempo, tu propio ritmo, tu propio camino’. De hecho, cada uno de estos factores es de suma importancia y, al parecer, tener algo de estructura es útil”.
En su esfuerzo por migrar las clases a un contexto virtual a mediados de marzo, el distrito de Timpanogos implementó facilitadores, tanto para los profesores que los necesitaban como para dar seguimiento al progreso de los estudiantes. Les prestó ordenadores personales Chromebook a todos los estudiantes que no tenían computadora en casa, e implementó una política que, por lo visto, alivió la presión de la transición repentina: los estudiantes podían optar por una “P” para pasar u omitir una clase virtual si les estaba costando mucho trabajo, sin que esto afectara su promedio general académico.
“Al principio fue un poco abrumador”, dijo Briley Andersen, otra estudiante de Hansen. “Mis clases de física y computación estaban acaparando casi todo mi tiempo, así que terminé marcándolas con la ‘P’”. Agregó: “Siempre que hay buena comunicación con el profesor, se puede lograr. Si no es así, toma demasiado tiempo entender qué se supone que debemos hacer”.
Michelle Jensen, quien fue contratada por el distrito como asesora de aprendizaje, orientaba a los profesores y a los alumnos siempre que era posible. “La lógica era no hacer ningún daño”, comentó. “Estos estudiantes tendrán trece años de educación, mínimo, y nuestra estrategia para este semestre fue ayudarles a aprender a sobrellevar esta adaptación”.
En un análisis de la transición de Timpanogos, un equipo de investigación liderado por Borup y Jensen descubrió que las medidas no digitales eran las más importantes. Los profesores ofrecían horarios de atención virtual a los alumnos, y se comunicaban con ellos cuando sentían que su desempeño era deficiente. Cuando estas intervenciones no daban resultado, había terapeutas que trabajaban con la familia.
El último semestre del ciclo escolar 2020 fue, en efecto, una lección difícil para gran parte del sistema educativo en cuanto a lo que las clases virtuales podían o no brindar. El contenido está ahí, y está disponible, en cualquier clase bien preparada. Pero, a juzgar por la evidencia que se tiene hasta ahora, el éxito de la educación virtual dependerá de un apego a los principios de la vieja escuela: docencia creativa y atenta, y apoyo paciente por parte de los padres. Así como concluye “El gran Gatsby”: “De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado”.
Nate Zim, estudiante de tercer año de la preparatoria NYC Lab High School para Estudios Colaborativos, con su madre, Corey Zim, en casa mientras él se conecta a su aula virtual, a una clase de español, en Manhattan, el 19 de marzo de 2020. (Benjamin Norman/The New York Times)