¿Y por qué? ¿Por qué siguen ocurriendo estas restauraciones destructivas? Fundamentalmente, podemos achacarlo a dos motivos: el perfeccionismo y la prisa.
Restaurar no es “dejar como nuevo”
El perfeccionismo muchas veces lleva a desear ver las obras como nuevas. Y eso es un error: una obra antigua no puede lucir como nueva precisamente porque es antigua. Una obra de arte no solo transmite belleza, también transmite historia, la historia que ha pasado para ella y en ella ha dejado su huella. Por eso, los restauradores, los verdaderos restauradores, nunca tienen como criterio dejar una obra “como nueva”. Su finalidad es mejorar la comprensión de la obra: entenderla mejor al eliminar todo aquello que distrae y conservar y potenciar lo que la hace destacar.
Este criterio se puede entender en los museos, pero resulta más difícil de entender entre coleccionistas privados o entre iglesias y parroquias. Por una sencilla razón: las obras de los museos las entendemos como patrimonio común, son de todos, mientras que un coleccionista o unos feligreses a menudo sienten que la imagen es “suya”, y que por lo tanto tienen capacidad de decidir sobre su aspecto. Y si estando “como nueva” queda mejor en el salón o mueve más a la devoción a los fieles de la iglesia, harán lo posible por dejarla como nueva.
El segundo problema es el tiempo. Se podría decir que es el dinero: muchas veces se recurre a restauradores poco experimentados para ahorrarse lo que cuesta restaurar una obra. Pero el dinero es un problema falso: el dueño de la copia de la Inmaculada de Murillo pagó a un restaurador de muebles, pero le pagó a precio de restaurador experimentado. Y si una iglesia quiere encargar a unos profesionales una restauración de una obra tiene mil cauces para hacerlo sin que suponga un coste desmesurado.
Por qué las restauraciones llevan tiempo
No, el problema real es el tiempo. Una restauración no es rápida porque es una oportunidad, un momento de conocer sobre la obra más de lo que nunca se ha conocido, estudiarla, profundizar en ellá, asomarse a sus recovecos y craqueladuras. La restauración permite encontrar todas y cada una de esas huellas de la historia a las que hacíamos referencia: qué materiales se han utilizado para la obra, qué daños han sufrido, qué añadidos o cambios se han hecho a lo largo de la historia, observar los dibujos subyacentes a las pinturas, encontrar objetos escondidos dentro de las esculturas o muros de edificios, valorar los cambios que el propio artista fue haciendo a medida que desarrollaba su obra, etc. Nada contribuye tanto al conocimiento sobre una obra de arte que una buena restauración de la misma.
Pero hay dueños a los que les da igual el dibujo subyacente, la composición de las pinturas y los arrepentimientos del pintor: quieren su obra perfecta y la quieren ya. Y prefieren encargarla a un restaurador menos “profesional”, “porque es solo quitarle la suciedad y ya está”. Lo siguiente es salir en todas las portadas como el nuevo “Ecce Homo”.
Qué aportan las nuevas tecnologías
Aunque las nuevas tecnologías, evidentemente, no pueden devolver al cuadro destrozado su aspecto original, sí que aportan muchas herramientas para que las restauraciones se hagan de manera segura y con resultados óptimos.
Por ejemplo, los medios para estudiar las obras son cada vez más punteros: tecnologías como la fotogrametría, la fluorescencia de rayos ultravioleta, la reflectografía infrarroja, e incluso técnicas médicas como la tomografía o la endoscopia.
Las formas de hacer copias fieles o de fragmentos perdidos de las obras, sin dañar el original, se han desarrollado gracias a los escaneos en 3D y las impresoras tridimensionales.
El videomapping permite contemplar el aspecto original de una fachada o devolver todos los colores del Ara Pacis sin dañar ni una partícula del mismo.
Incluso, cuando no es posible rehacer una obra arquitectónica desaparecida, se puede ver virtualmente tal y como sería originalmente gracias a la realidad aumentada.
Pero en el momento en que un restaurador aficionado disuelve la pintura, la emborrona y da cuatro brochazos encima para hacer una cara de cualquier manera, ya no hay nada que se pueda hacer. Las pinceladas originales, las que el autor aplicó sobre el lienzo, nunca podrán recuperarse. Se podrá pedir a un restaurador o a otro pintor que trate de rehacer la pintura de una forma lo más parecida posible a la obra original. Pero ya nunca será la misma.
Myriam Ferreira, Profesora de Historia del Arte, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.