AL GRANO

A la memoria de Manuel Ayau Cordón

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Hace ya una década que Manuel Ayau Cordón dejó de estar entre nosotros, pero solo físicamente. Su pasión por la libertad y sus ideas todavía nos acompañan. Reflexionando yo sobre las muchas cosas que Ayau me enseñó con tanta generosidad, creo que tres paradojas impactaron su inteligencia con mayor fuerza.

' Muchas veces las intuiciones son útiles; pero, como Ayau descubrió y enseñó, muchas veces engañan.

Eduardo Mayora

La primera puede describirse, me parece, como la del “interés propio”. Consiste en cómo, en una sociedad en la que cada persona está en libertad de actuar tras la consecución de sus propios intereses, termina consiguiéndose, a la vez, el mayor bienestar para todos. Es una paradoja presentada magistralmente por pensadores como Bernard de Mandeville o Adam Smith, que Muso —como le llamábamos amistosamente— consideraba uno de los aspectos de la condición humana cuya comprensión puede ser capaz de cambiar el destino de todo un país. Cuando cada persona tiene la libertad de intentar conquistar en su vida las cosas que más le interesan, relacionándose pacífica y voluntariamente con otras personas, agudiza sus sentidos procurando descubrir en qué puede servir mejor a los demás. Si llega a acertar, aumentan sus probabilidades de que otras personas —un empleador, un socio, un cliente— demanden sus servicios o el fruto de su industria. Como en ese afán también hay otros, surge la libre competencia y todos los que estén en un mismo sector de las actividades productivas deben esforzarse por ser el mejor a un determinado precio, potenciando así la productividad humana.

La segunda paradoja era “hayekiana”. Creo que pudiera denominarse la del “orden sin organizador”. En ello seguía a Friedrich Hayek —filósofo, jurista y economista (ganador de un Premio Nobel)—, a quien trajo a Guatemala. Aquí, siempre con ejemplos interesantes, se esmeraba por explicar cómo los seres humanos somos capaces de captar “entre la razón y la intuición” las reglas que, en la realidad (y no solamente en la legislación oficial), se observan para ese extraordinario proceso de coordinación que se da, diariamente, entre millones de personas. Es por eso —explicaba Muso— que no hace falta ser economista para llegar a ser un empresario exitoso; las reglas del mercado, como las del lenguaje o las del derecho privado, se van descubriendo por quienes actúan en los “órdenes sociales espontáneos”. Ya descubiertas, algunas —las más importantes— se articulan por especialistas que se dedican a estudiarlas. Nada de esto es “organizado” por algún grupo de personas en particular, sino que surge de ese ímpetu propio de la naturaleza humana, de procurar lograr los objetivos que a cada quién más interesan en su vida. La fuerza del afán por alcanzar esos sueños, realizar esas convicciones, o coronar esos ideales nos obliga a coordinarnos con otros y eso lo hacemos de acuerdo con las reglas de los órdenes sociales espontáneos.

“No hay libertad en la anarquía” es, pienso yo, la tercera de esas paradojas que tanto lo impactaron. La libertad del hombre en sociedad solo brota cuando cada persona está libre de que sobre su persona se ejerza coacción arbitraria. Esa arbitrariedad radica en la ausencia de leyes generales, abstractas y de igual aplicación a todos. Solamente cuando el Estado protege a los ciudadanos contra cualquier forma de coacción arbitraria nace, entonces, la verdadera libertad. La libertad bajo la Ley (con mayúsculas).

Muso llegó a comprender con tanta profundidad la inseparable relación entre el ideal del Estado de derecho y la libertad que, congruente con sus convicciones, aceptó liderar el proyecto de “Proreforma”. Ojalá que, ahora que necesitamos a gritos una reforma de la justicia, sepamos aprovecharlo.

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