LA BUENA NOTICIA
Convocatoria a la esperanza
En pocos días comenzará el último mes de un año aciago. En enero oímos que, en la distante China, en un mercado de alimentos, un virus residente en murciélagos había encontrado modo de saltar de especie e infectar a humanos. El contagio se extendía a la velocidad de fuego en cañaveral. La magnitud del peligro se podía calibrar por la drasticidad de las medidas adoptadas. Las autoridades cerraron la ciudad de 11 millones de habitantes, donde se había iniciado el contagio, para contener su difusión. Pero eso era en China, al otro lado del mundo. Aquí recibimos el nuevo año con cohetes y fuegos artificiales y nos lo deseamos próspero. Pero de pronto el virus también se regaba por Europa, y eso ya no estaba tan lejos. Hasta que el 13 de marzo nos llegó.
' Dios nos convoca a la esperanza a través de la liturgia de la Iglesia.
Mario Alberto Molina
Comenzaron las medidas restrictivas. Quizá fueron demasiado severas demasiado pronto. La ilusión de contener el contagio cerrando las fronteras aéreas se vio burlada por el ingreso pedestre, por la frontera occidental, de personas infectadas. Al principio era posible rastrear los contagios; pronto eso fue imposible. Se cerraron fábricas y escuelas, se canceló el transporte público, se impusieron restricciones severas de reunión y movimiento. El Gobierno decretó que las actividades de culto en las iglesias no son de primera necesidad. ¿Cómo pedir que Dios bendiga a Guatemala? Comenzó la construcción de hospitales temporales. Bajo toques de queda drásticos celebramos la Semana Santa. Crecieron el desempleo y el hambre, nos dimos cuenta de que hay millones de compatriotas que trabajan hoy para comer mañana. No podían quedarse en casa. Mejor morir trabajando que de hambre. Cundió el contagio, la enfermedad estaba por doquier, la muerte se llevó a parientes y amigos.
Pasados los meses aprendimos a convivir con el bicho, a reducir el contagio, a sobrevivirlo con remedios caseros sin dar parte a las autoridades de Salud, como sucede en buena parte del área rural. Entraron en juego los semáforos. Primero casi todo en rojo, luego naranja y amarillo, resultado que atribuyo más al subregistro que al control. Y cuando creíamos que ya vislumbrábamos la nueva normalidad, entraron con furia Eta y Iota, llevándose en su torbellino aldeas, casas y personas, cultivos, animales, carreteras y puentes. Y para rematar, los diputados aprobaron, con el guiño del Ejecutivo, un presupuesto desfinanciado y grotesco a las 4 de la mañana de un día de descrédito para la clase política. Esta es la cara fea del 2020.
¿Qué ofrece en respuesta la Iglesia? Mañana se inicia el tiempo de adviento. La Iglesia nos convoca a la esperanza a través de la liturgia que aviva en nosotros el deseo de Dios. Así nos preparamos para la Navidad. Esto es también parte del 2020. Los acontecimientos de este año nos introdujeron en la conciencia de nuestra fragilidad y fugacidad. El mundo puede colapsar bajo nuestros pies. Pero Dios se nos presenta como nuestro futuro y plenitud, y abre nuestra mente para comprender que el sentido de nuestra existencia está en Él y no en las cosas de este mundo inestable y frágil. Pero cuando Dios se nos presenta como nuestro futuro y nuestra plenitud nos exige que nos hagamos idóneos para Él actuando con responsabilidad en las cosas de este mundo transitorio y fugaz. No somos del mundo, somos de Dios. Pero para llegar a Dios debemos acreditarnos en la administración de este mundo y de nuestra vida en él. De esa manera la esperanza cristiana dinamiza la responsabilidad moral ahora. Hemos sufrido pérdidas de vidas, fracasos económicos, la ruina de logros del esfuerzo humano. Pero hay futuro todavía: es el mismo Dios quien nos da motivos para luchar y caminar.